Phoenix, un tributo

jueves, 5 de marzo de 2015

Misión al planeta Tierra: MMS

El ser humano conoce, y lleva investigando, el magnetismo terrestre desde al menos el siglo XVII (gracias a pioneros como Edmund Halley), pero nadie jamás pensó en lo que los primeros satélites lanzados al espacio empezaron a mostrar. Era una estructura extraña, como con forma de lágrima, con una forma y estructura variable, todo manejado por el también recientemente descubierto viento solar. A esta estructura se le llamó magnetosfera.

Desde entonces, todas las agencias han lanzado un montón de misiones para estudiar su forma, su dinámica, su interacción con el viento solar, y su evolución temporal, ya que la magnetosfera de hoy y la de mañana no tienen nada que ver. La NASA lanzó, desde 1963 hasta 1973, sus célebres Plataformas de Monitorización Interplanetarias, los satélites IMP. Diseñados en cuatro tandas, fueron
colocados en distintos puntos del sistema Tierra-Luna (uno incluso entró en órbita lunar), proporcionando datos ininterrumpidos desde pocos días después del lanzamiento del primero, hasta la desactivación del último, el 7 de octubre del 2006, proporcionando mucha y muy valiosa información. Al tiempo que se situaban alrededor nuestro estos pequeños, la misma agencia comenzó a elevar los seis satélites de la serie OGO, los Observatorios Geofísicos Orbitales. Tres fueron colocados en órbitas altamente elípticas cercanas al ecuador terrestre, y el resto en órbitas polares cerradas, permitiendo así cubrir desde la ionosfera terrestre hasta el límite de la magnetosfera en la zona en que colisiona con el
viento solar. A diferencia de los IMP, los OGO eran satélites enormes, con estructuras en forma de caja y capaces de transportar, por diseño, entre 30 y 40 experimentos interrelacionados, aunque nunca tal capacidad se usó. Todo este despliegue no solo se hizo para propósitos científicos, también para servir como sistema de alarma ante la actividad solar en medio del programa tripulado Apollo a la Luna. También, la incipiente agencia espacial europea, el ESRO, comenzó a estudiar el entorno cercano a la Tierra, y diseñó un par de satélites para estudios magnetosféricos que resultan ser muy interesantes. Los dos HEOS fueron los primeros vehículos espaciales europeos en salir de la magnetosfera y entrar en el espacio interplanetario, merced a sus trayectorias altamente 
elípticas. El caso es que mientras que el primero fue situado en una órbita más o menos ecuatorial, el segundo (como el resto de satélites europeos de la época, fueron lanzados por la NASA, a comienzos de la década de 1970) fue el primero en situarse en tal trayectoria pero polar, de manera que ambos cubrían casi toda la magnetosfera desde todas las latitudes. Posteriormente la NASA y el ESRO se juntaron para formar el proyecto ISEE, los Exploradores Sol-Tierra Internacionales. Constaba de tres vehículos, dos diseñados por la NASA (los números 1 y 3), mientras que la segunda corría a cargo 
del ESRO. La intención era colocar los dos primeros en órbita elíptica terrestre para estudiar fenómenos magnetosféricos en una escala espacial pequeña y en una escala temporal corta. Los dos primeros se lanzaron en 1977, y el tercero, un vehículo innovador (que todavía funciona, por cierto, ya que ha sido rehabilitado recientemente) que fue el primero en entrar en órbita en torno al punto de Lagrange 1 en 1978, para así servir como sistema de alerta temprana (más o menos una hora en avance) para así reprogramar a los otros dos para estudiar más adecuadamente los fenómenos magnetosféricos resultantes de la actividad solar. Esta experiencia permitió a la ESA (ya como tal desde 1975) aprobar en 1986 la propuesta de misión Cluster, presentada 4 años antes. Este proyecto (que junto con SOHO eran las misiones principales de la rama de física solar y terrestre del programa Horizon 2000) resultaba altamente innovador, ya que por primera vez proponía investigar la magnetosfera con cuatro satélites idénticos en todo. Mientras estos se preparaban, la NASA ya había lanzado en 1981 los dos satélites clase Explorer Dynamics Explorer, preparados para investigar la reacción de la alta atmósfera a los eventos magnetosféricos, 
que muchos de ellos provocan las brillantes auroras. Situados en órbitas coplanares (trayectorias que comparten casi todos los parámetros, tales como inclinación o perigeo, pero con distintos apogeos) el primero de ellos realizaba las investigaciones magnetosféricas, mientras que el segundo se ocupó de las atmosféricas. Cuando el segundo reentró (según lo previsto, en febrero de 1983) el primero continuó tomando mediciones hasta 1991. Sin embargo, lo interesante del concepto Cluster, de cuatro satélites al mismo tiempo en una región concreta de la magnetosfera, prometía mostrar la evolución magnetosférica prácticamente en tres dimensiones. Por desgracia, cometieron la locura de insertar los cuatro satélites dentro de la cofia del primer Ariane 5 que, en 1996, acabó explotando. Dada la altísima prioridad de este proyecto, se autorizó rápidamente la construcción de cuatro satélites idénticos a los perdidos, y para no arriesgar, se 
lanzarían empleando lanzadores rusos Soyuz de dos en dos, hecho que se produjo entre julio y agosto del año 2000. Pero todavía más notable fue la incorporación de los dos satélites TC-1 (elevado a una trayectoria ecuatorial en diciembre del 2003) y TC-2 (situado en órbita polar en julio del 2004) que daban forma a la misión conjunta de la ESA con China Double Star, y que transportaban algunos de los repuestos de varios instrumentos de los satélites Cluster. Añadidos a la constelación hasta que fueron desactivados en el 2007, proporcionaron dos nuevos e interesantes puntos de vista que incrementar los datos sobre la variabilidad de la magnetosfera. Con casi 15 años desde su lanzamiento, y todavía funcionando y proporcionando lo que ningún otro proyecto ha sido capaz antes, siguen siendo nuestro mejor recurso para vigilar lo que acontece en nuestro escudo protector. Eso sí, ya van pidiendo el relevo.

El Departamento de Heliofísica de la NASA dispone de varios programas de investigación. El que nos interesa es el Programa de Sondas Solares y Terrestres o STP, que trata de estudiar las interacciones Sol-Tierra como un sistema unido usando tanto satélites terrestres como sondas espaciales. La primera misión, de órbita terrestre, es el veterano TIMED, que después de unos 13 años desde su lanzamiento el 7 de diciembre del 2001, continúa trabajando y haciendo una investigación hasta la fecha única, vigilando con sus 4 instrumentos y desde su trayectoria a unos 625 km. de altitud las capas más externas y menos investigadas de nuestra atmósfera, la termosfera, la ionosfera y la mesosfera, que son las más propensas a variaciones a consecuencia de la deposición de la energía solar en nuestra atmósfera. A esta misión se le sumaron otras dos en el 2006. Primero, en septiembre, el satélite de 
observación solar japonés Hinode, equipado con instrumentación proporcionada por la NASA, de ahí que esté adscrita a este programa. Con el propósito de explorar la interacción entre el campo magnético solar y su corona, cuenta con telescopios óptico, de ultravioleta extremo y rayos X. Después, en octubre, la NASA ponía en el espacio a las sondas solares STEREO, dos observatorios casi gemelos con la misión de estudiar en tres dimensiones todo tipo de actividad solar, principalmente las eyecciones de masa coronal, o CME’s. Situadas en órbitas heliocéntricas similares a la de la propia Tierra (una por delante, una por detrás), se han ido alejando progresivamente de nosotros permitiéndonos, por primera vez, monitorizar todo el Sol gracias al resto de misiones que en conjunto mantienen vigilada nuestra
estrella. Ambas sondas están a punto de desaparecer detrás de Helios (recientemente se ha perdido la comunicación con STEREO-Behind) y así comenzar una nueva etapa de su misión. Así, después de casi 9 años sin lanzar una nueva misión, el programa STP está casi listo para enviar un nuevo proyecto al espacio.

La magnetosfera terrestre es uno de esos laboratorios naturales más grandes que tenemos, ya que lo que en ella estudiamos no lo podemos replicar aquí abajo. Existen muchos fenómenos energéticos, pero hay uno que hasta la fecha se nos ha escapado para poder estudiarlo apropiadamente. Se le conoce como reconexión magnética, y se produce en las llamadas regiones de difusión de electrones, localizadas en la magnetopausa diurna (la zona en la que los campos magnéticos solares y terrestres se equiparan) y en la magnetocola (la estructura en forma de cola generada por la presión del viento solar que se extiende grandes distancias más allá de los planetas). Pero, exactamente, ¿qué es la reconexión magnética? Pues por lo que se sabe, la transformación, 
frecuentemente de forma explosiva, de la energía que transportan las líneas de los campos magnéticos, en calor y energía cinética en forma de partículas cargadas y flujos de materia a gran escala, responsables en gran medida de los eventos de meteorología espacial y de las propias auroras. Para poder predecir los eventos de meteorología espacial (que proyectos como Van Allen Probes estudian con precisión) que afectan a los satélites, redes de energía y comunicaciones, así como a la navegación por satélite, es necesario obtener más información y estudiar fenómenos como la reconexión magnética. El reto sobre este fenómeno es que sucede en zonas de la magnetosfera muy pequeños y duran muy poco, de manera que se necesitan satélites con instrumentos que cuenten con una resolución y exactitud sin precedentes.

La Misión Magnetosférica Multiescala, o MMS, ha sido creada siguiendo en cierta medida el espíritu Cluster, ya que ha demostrado que es la mejor y más eficiente forma de examinar eventos magnetosféricos. Específicamente diseñadas para el estudio de la reconexión magnética, posee la instrumentación adecuada para ello, y ésta está emplazada en una plataforma muy avanzada que requerirá en principio poca atención. MMS se basa en cuatro (originalmente 5) satélites idénticos equipados de manera idéntica que estarán dispuestos en el espacio a distancias ajustables los unos de los otros para así cubrir mejor las regiones magnetosféricas y los fenómenos a investigar. Con forma de octógonos planos, con unas medidas de 3.15 de largo y 1.23 de alto (sin contar con los mástiles y las antenas de los instrumentos), cada satélite idéntico está elaborado en aluminio y con una distribución de masas
equilibrada para permitir una plataforma altamente estable en rotación. Todo el hardware está situado alrededor del extremo exterior de cada satélite, dejando el interior a los cuatro tanques de combustible. En el centro se encuentran los adaptadores de unión entre los satélites, para así permitir la separación una vez la etapa superior del lanzador ha cumplido su función. Gran parte del hardware de control es la ya típica de las misiones de la NASA, desde el ordenador, sistemas de control de actitud, generación de energía, comunicaciones y propulsión. Así, mientras el ordenador está estructurado alrededor de un procesador RAD750, la radio emite en banda-S bidireccionalmente. Cada satélite estará estabilizado por rotación, a un ratio de al menos 3 rpm, empleando para su control dos sensores solares, cuatro escáneres estelares, dos acelerómetros triaxiales y los 12 propulsores de a bordo. Está diseñado para mantenerse prácticamente en el plano de la eclíptica, permitiendo sin embargo pequeñas desviaciones no mayores a 5 grados. Sin duda lo más interesante es la adopción de receptores GPS (ocho antenas por satélite) de última tecnología. Llamado Navigator, se ha diseñado para ejecutar maniobras autónomamente calculando la distancia entre los cuatro satélites ya que estarán en contacto continuo los unos con los otros. De esta forma, a partir de Navigator, conocerá su posición en órbita terrestre, distancia con los otros satélites de la formación y cálculo de las maniobras para mantener la 
disposición. La generación energética depende del Sol, contando con células solares a la última situadas alrededor de los laterales de cada satélite. Son 8 los paneles solares por cada satélite, que proporcionarán la energía necesaria para trabajar, además de cargar la batería de a bordo. El control termal es el habitual: calentadores, mantas multicapa y radiadores, y en las partes superior e inferior dentro de los planos de separación cuentan además con escudos antimeteoritos. La instrumentación está formada por 10 experimentos, totalizando 25 sensores, divididos en tres paquetes.  El Juego de Plasma Caliente comprende dos instrumentos. FPI, Investigación de Plasma Rápido, pretende estudiar el plasma de rápido movimiento, y para ello cuenta con cuatro espectrómetros duales de iones y lo mismo para electrones, cada uno con una visión en arco de 45º, para así obtener una imagen completa y tridimensional del plasma. En esencia lo que hace es recibir, desde la apertura y empleando un filtro, partículas de cierto tipo,  cierta velocidad y cierta dirección, dirigiéndolas a una placa detectora en donde colisionan, provocando un torrente de varios millones de electrones provenientes de la dirección opuesta, permitiendo así al sistema detectar el fenómeno, tardando en 
ello apenas varios nanosegundos. De esta forma, FPI está diseñado para medir electrones e iones, y mediante el filtrado por sus energías específicas, medir la cantidad de partículas de cada tipo que entra en el aparato desde todo tipo de direcciones y con energías diferentes durante una extensión de tiempo muy determinada, generando una imagen de los iones del plasma cada 150 milisegundos y de los electrones del plasma cada 30. HPCA, Analizador de Composición del Plasma Caliente, es un tipo novedoso de espectrómetro de masa que emplea el tiempo que tarda una partícula en viajar dentro del instrumento para averiguar la velocidad, y a partir de ello, la masa, dándonos con ello el tipo. Para ello usa una lámina de carbono en la entrada para extraer un electrón, ionizando la partícula, que acaba golpeando una placa de parada. Para medir el tiempo que tarda en hacer el recorrido, la extracción del electrón en la apertura del HPCA genera una señal de tiempo que es la que emplea el aparato para completar su medición. No es tan rápido como FPI, realiza las mediciones una vez cada 10 segundos, y emplea la rotación del satélite para barrer todo el espacio alrededor suyo, por lo que solo se necesita un aparato por vehículo. Además, dispone de una capacidad nunca antes puesta en el espacio. Tras un montón de años de experiencia con aparatos similares, se ha visto que los protones 
provenientes del viento solar abrumaban los sensores evitando la detección de ciertas partículas almacenadas en la magnetosfera, como el oxígeno magnetosférico. Sin embargo, HPCA emplea en su apertura oscilaciones de radio frecuencia para barrer la mayoría de protones del viento solar del instrumento, para así hacer mediciones más claras. El segundo paquete, Juego Detector de Partículas Cargadas o EPD, también comprende 2 instrumentos. FEEPS, Sensor de Partículas Energéticas de Ojo de Mosca. Emplea dos aparatos idénticos en cada satélite, totalizando 18 campos de visión simultáneos y distintos, empleando detectores de silicio de estado sólido, todo para estudiar todo el cielo en busca de la cantidad de electrones de distintas energías y diferentes direcciones de llegada que hay en su entorno. Para ello, los detectores se diseñaron unos para detectar iones y otros para electrones, y estos últimos disponen en su apertura con una lámina de aluminio de 2 micrones de grosor para evitar así la entrada de iones. Por su parte, los diseñados para detectar iones son tan delgados que así evitan que los electrones, cuando pasen, provoquen una señal legible en la telemetría. EIS, Espectrómetro de iones energéticos, pretende ir más allá que HPCA. También emplea detectores de estado sólido, y el principio de medición es similar el de HPCA, contar el tiempo que tarda la partícula en viajar dentro del instrumento para hacer el análisis de masa. Cuando un ion entra en el instrumento, primero tiene que pasar por uno de los detectores, desviando varios electrones hasta una placa detectora microcanal, que amplifica la señal y envía 1 millón de electrones hacia el otro lado, y ocurre lo mismo al golpear la segunda lámina. Los cálculos de tiempo que se cuentan son los de las placas microcanal, y a partir de ellos se averigua la velocidad de la partícula, y a partir de ello, la energía total y la masa, tratando de descubrir protones o iones de helio y oxígeno, y todo esto lo hará, en combinación con FEEPS, a 1/3 de la rotación del satélite, la cadencia necesaria en los lugares en los que sucede la reconexión magnética. Y el tercer paquete es el Juego de Campos,
que comprende seis aparatos. Los AFG y DFG, Magnetómetros de Núcleo Saturado Analógicos y Digitales, se utilizarán para detectar y medir los campos magnéticos alrededor de los satélites, y el empleo de dos tipos distintos permitirá que ambos comparen sus mediciones sobre la fuerza del campo magnético hasta niveles muy bajos. Ambos sensores están colocados al final de los dos mástiles de 5 metros de largo que se prolongan desde localizaciones diametralmente opuestas.  EDI, Instrumento de Deriva de Electrones, se empleará para estudiar campos tanto eléctricos como magnéticos. Consiste en un par de Unidades Detectoras de Pistola. En modo de detección de campos magnéticos, una de las unidades emite electrones que quedan atrapados en una línea de campo magnético, haciendo círculos casi completos, separándose casi un km. del satélite antes de volver y ser atrapado por el segundo detector. Midiendo el tiempo entre la emisión y la recepción, se puede calcular la fuerza del campo magnético por el que ha viajado. Cuando se trata de analizar campos eléctricos, la técnica es similar, pero en vez de seguir círculos, los electrones derivan de formas predecibles, y a partir de esas derivaciones, medir la fuerza de los campos eléctricos. Esta técnica se estrenó en el cuarteto Cluster, solo que llevado a un nivel superior en velocidad, y sobre todo en precisión, que es para lo que se han diseñado. Aunque diseñados para ser instrumentos activos, también tienen un modo pasivo, en el que reciben los electrones que existen en su entorno y así analizarlos. Y todo esto, a un ratios de hasta 1000 veces por segundo. Los SDP y ADP, Sonda Doble del plano de Rotación y Sonda Doble Axial, están diseñados para medir campos eléctricos. Para ello emplearán un par de electrodos para detectar los cambios que hay en ellos. Sin embargo, estos cambios son tan pequeños que para sentirlos fiablemente hay que separar los electrodos todo lo posible entre ellos. Así, los SDP están al final de
cuatro antenas de 60 metros de largo que nacen desde el centro del satélite, cubriendo así el plano de rotación. Por su parte, los dos ADP nacen perpendiculares al plano de rotación, y miden cada uno 14.75 metros de largo. Además, usará las mediciones de EDI para calibrar las suyas propias. Y para acabar, el SCM, Magnetómetro de Bobina de Búsqueda, un sistema de inducción (una bobina de cable alrededor de un material ferromagnético) que usará un campo magnético cambiante para inducir un cambio de voltaje en la bobina. De esta forma, se usa el cambio de voltaje en el magnetómetro para medir cómo cambia el campo magnético. Su posición está en el segundo mástil de los magnetómetros el mismo que el del AFG. Para controlar los seis aparatos de este paquete, y calibrarse en conjunto, está la Caja de Electrónicas, permitiendo así coordinar, adquirir y transmitir la información de los sensores al ordenador central. Sin embargo, un dispositivo centralizado de control, el CIDP, Procesador Central de Datos de los Instrumentos, es el verdadero interfaz entre los tres paquetes y el ordenador principal. Para acabar, hablar del instrumento de control a bordo de los cuatro satélites MMS. La experiencia de más de 50 años de mediciones de partículas y campos demostró que la emisión solar de ultravioleta extremo sobre las superficies de los satélites provoca la emisión de partículas energéticas, elevando el potencial positivo de un satélite, provocando con ello una suerte de capa de partículas que previene que los instrumentos midan todo lo que deben. Para mitigarlo, se desarrollaron los sistemas ASPOC, los Controles Activos del Potencial del Satélite, que cada satélite MMS porta dos de ellos. Para reducir el potencial de un satélite, ASPOC emite un haz de iones para bajar la cantidad de partículas que pueden contaminar las lecturas y así reducir el potencial positivo alrededor de ellos. Esta técnica se demostró en el satélite Geotail, y es parte importante de la misión Cluster. A plena carga en el momento del lanzamiento, cada satélite desplaza una masa de 1.250 kg. Con los cuatro satélites apilados uno sobre otro, el conjunto mide 5.9 metros de largo, y dan un peso en báscula de 5.000 kg.

Debido a la enorme masa de los cuatro satélites juntos, se decidió que serían lanzados empleando el célebre Atlas V en configuración 421, es decir, cofia de cuatro metros y dos aceleradores sólidos expulsables alrededor del núcleo Atlas. Si todo va bien, el 12 de marzo, desde la habitual plataforma 41 de Cabo Cañaveral, se pondrán en marcha hacia órbitas altamente elípticas, inclinadas moderadamente sobre el ecuador (28º), con perigeos de 7.640 km. y apogeos de 76.400 km.

Una vez acabe el periodo de puesta a punto y comprobaciones, los cuatro satélites se establecerán en una configuración piramidal de distancias variables entre ellos, para tratar de captar los procesos de la reconexión magnética en detalle. La primera parte de la misión ocurrirá en el lado solar terrestre, cerca de la onda de choque entre el viento solar y la magnetosfera. En esta zona la investigación se centra en el intercambio de energía entre los campos magnéticos solar y terrestre. Cuando sus órbitas deriven hasta un punto en el que su apogeo esté dentro de la magnetocola terrestre, indagará en el
contacto de las líneas del campo magnético terrestre que se retuercen entre sí liberando tremendas cantidades de energía. De esta forma, ya sea delante o detrás de la Tierra, el cuarteto MMS pasará sobre las regiones de reconexión magnética en apenas un segundo, siendo capaces de recoger información a ratios 100 veces superiores a lo que se puede actualmente. Los propósitos con que se lanza esta misión son seis: ¿qué condiciones determinan cuando se inicia y cuando cesa la reconexión?; ¿qué determina el ratio al que ocurre la reconexión?; ¿Cuál es la
estructura de la reconexión?; ¿cómo se desmagnetiza el plasma en la región de reconexión?; ¿cuál es el papel de las turbulencias en el proceso de reconexión?; y ¿cómo la reconexión acelera partículas a altas energías? Con la información que tomen, serán capaces de ver si la reconexión ocurre en zonas aisladas, en una gran región al mismo tiempo o viajando a través del espacio. Como la reconexión magnética se da en todos los cuerpos con campos magnéticos, usar el terrestre es una solución económica de demostrar teorías aplicables a fenómenos cósmicos que todavía no entendemos.

Seguramente os estaréis preguntando si esto tendrá aplicaciones prácticas. Para los físicos, es posible. Ahora que se habla de nuevas fuentes de energía y demás, se lleva investigando en la aplicación práctica de la fusión nuclear para proporcionar energía. La fusión nuclear es lo que se da en el núcleo del Sol y es lo que hace que brille, y como su nombre indica, se trata de fusionar dos átomos (en este caso, hidrógeno) transformándolos en otras partículas, aprovechando la energía liberada en la fusión para acumularla y usarla, a diferencia del método usado actualmente en las centrales nucleares, la fisión (es decir, la división de un átomo y usar esa energía liberada). Si en el Sol se da la fusión es porque el núcleo de nuestra estrella está encerrado dentro de un potente campo magnético que provoca la contención de la energía liberada, evitando así que explote. Para aprovechar la fusión nuclear aquí en la Tierra hay que crear un campo magnético de contención para evitar eso mismo, y uno de los procesos que evitan su creación es precisamente la reconexión magnética. De ahí que necesitemos al cuarteto MMS en órbita.

No los podemos ver, ni oír, ni saborear, pero con misiones como MMS, podemos sentir los campos magnéticos que se dan en torno nuestro y el montón de fenómenos que allí arriba se producen. Desde aquí, toda la suerte del mundo.

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