Phoenix, un tributo

martes, 18 de febrero de 2020

Las amenazas

Estamos todos muy centrados en lo que ocurre aquí abajo, y en las amenazas que nosotros creamos, o que aparecen de repente para infundirnos miedo. Guerras, enfermedades, sequías, inundaciones, hambrunas, accidentes nucleares... Estos y unos cuantos más son varios de los problemas que pueden llegar y tocarnos, pero son pocos los que levantan la vista hacia el cielo. Porque sí, desde arriba hay varias amenazas, y toca ser conscientes de ellas. Sí, es cierto que nos hemos inspirado en ese formidable podcast llamado El Gran Apagón, pero esto lo merece.

Mirando por todo el sistema solar, hay una tónica: cráteres de impacto. Aunque la ciencia tardó hasta el mismo siglo XX en reconocerlo, los impactos de asteroides y meteoritos han sido los agentes formadores de las geografías en gran cantidad de mundos de nuestra parcela galáctica. Desde Mercurio hasta Plutón y más allá, todo cuerpo sólido muestra sus cicatrices. También la Tierra, aunque los más antiguos han sido borrados por los distintos procesos geológicos que se dan, como la erosión, sedimentación y vulcanismo o, más recientemente, nuestra propia mano, solo que sin saberlo. La desaparición de los dinosaurios se atribuye a un asteroide, el que provocó, hace 65 millones de años, el cráter Chicxulub, en el Yucatán, ya de por sí una muestra de la potencia destructiva que pueden tener. En otros planetas y satélites hay cicatrices de eventos todavía peores, como la cuenca
Caloris de Mercurio, el cráter Schiaparelli de Marte o el cráter Odiseo de Tetis. Buena parte de esas formaciones se crearon en una época bastante violenta conocida como el Gran Bombardeo Planetario Tardío, ocurrido hace entre 4.1 y 3.8 billones de años. Incluso hoy se producen impactos, y nuestros observadores en otros mundos ven las cicatrices que dejan. A nuestro alrededor, hay miles y miles de rocas orbitando en torno al Sol, y aunque muchos lo hacen en el cinturón principal entre Marte y Júpiter, los hay que lo hacen siguiendo trayectorias distintas, y muchos llegan a cruzar la órbita terrestre. Son los conocidos como NEO's, los Objetos Cercanos a la Tierra, que pueden ser tanto asteroides como cometas. Conocemos muchos, y cada día se descubren más. Lo importante no es saber que están ahí, sino su vigilancia. Más importante que su existencia es la órbita que recorren, y para ello hacen falta muchas observaciones de forma continua para que los expertos 
puedan así computar su órbita y, empleando ordenadores, predecir si existe la probabilidad de que pueda encontrarse con nuestro planeta en un momento dado. Por todo el mundo hay telescopios relativamente pequeños capaces de cubrir grandes franjas del cielo, contando con la potencia suficiente como para encontrar rocas de hasta 100 metros. En órbita tenemos una pequeña ayuda, con el telescopio de infrarrojos WISE, que no solo los descubre, sino también nos ayuda a ver cómo son, especialmente en tamaño. Si bien había toda una comunidad encargada de esta tarea, todo se disparó cuando se produjo el impacto del meteorito de Chelyabinsk, en Rusia, del año 2013. Este asteroide, cuya reentrada y caída hacia la Tierra, y su posterior explosión en el aire, de hecho fue descubierto horas antes de que entrara en la atmósfera, sin 
embargo no hubo tiempo material de emitir una alerta, de ahí la sorpresa de todos. Su pequeño tamaño (aproximadamente 20 metros) impidió haberlo visto antes, pero es que, además, vino de nuestro único punto ciego: desde el Sol. Ese es el principal problema, que no podemos ver lo que hay entre nosotros y nuestra estrella, por motivos obvios. WISE, orbitando sobre el terminador terrestre, es incapaz de dirigir su mirada hacia esa región, y los telescopios basados en Tierra no sirven de día, por ello no se vio hasta que fue demasiado tarde. ¿Que consecuencias podría tener un impacto de asteroide? Depende del tamaño y de la velocidad, pero graves a pesar de todo. Si cae en superficie sólida, sin duda terremotos, el levantamiento de una nube de escombros a la atmósfera, con el potencial de cubrirla por completo, tormentas de fuego, y demás. En caso de caer al océano, a esto hay que añadirle un tsunami enorme. El que erradicó a los dinosaurios se cree que generó un invierno nuclear que redujo drásticamente las temperaturas globales, que arruinó toda la cadena alimenticia, provocando una gran extinción masiva. Con el de Chelyabinsk hubo suerte, porque era pequeño, y entró en un ángulo plano, lo que provocó una 
mayor fricción y llevó a que explotara en el aire. Al referirnos al tamaño del objeto, también hay que hablar de la escala de los daños, porque uno pequeño, si llega al suelo, puede provocar efectos solo locales. Si aumenta de tamaño a, digamos 100-200 metros, la cosa puede ser de escala regional. Más allá del kilómetro de diámetro, nos metemos en problemas serios, tal vez continentales, y si supera los 10 km., no nos serviría ni correr, ya podríamos despedirnos de la civilización y decir hola al invierno nuclear. Supongamos que detectamos un asteroide que se dirige a la Tierra, y tenemos tiempo. ¿Qué hacemos? Más propio de las películas, está el envío de armas nucleares. Dependiendo del tamaño y del tipo de asteroide, o del tamaño del cometa, se necesitarían varias de ellas para reducirlo a escombros, pero eso podría ser aún peor, porque en vez de un solo impacto, nos encontraríamos con un verdadero ametrallamiento. Aún así, se han hecho estudios que parecen mostrar que al menos parte del cuerpo se vaporizaría, y la fuerza resultante del material vaporizado sería suficiente para desviarlo. Otros métodos utilizarían tractores gravitatorios, motores iónicos, energía solar concentrada, propulsión química convencional, velas solares, o incluso la ablación por láser, disparándolos contra los objetos. Sin embargo, de todos, el único que se va a probar a corto plazo es el del impactador cinético. Usando una sonda con una alta velocidad relativa (relativa al cuerpo a agredir) se espera que el la velocidad aumente la fuerza del impacto y, de ese modo, cambiar su órbita. Es algo parecido, pero a mucha mayor escala, de lo practicado 
en la misión Deep Impact contra el cometa Tempel 1, y aunque el propósito era excavar el material bajo la superficie para estudiar el interior del cometa, un efecto secundario fue un minúsculo cambio orbital de apenas 10 cm. en total, acortando su periodo orbital en apenas unos segundos. El experimento comenzará el año que viene con el lanzamiento de la misión de la NASA DART, con una sonda diseñada exclusivamente con el objetivo de impactar con el más pequeño de los dos cuerpos que forman el asteroide binario 65803 Dydimos. Después, la misión de la ESA Hera viajará allí para ver las consecuencias y, aunque estudiará las consecuencias físicas sobre el asteroide en términos de cráter provocado, lo más importante será medir la desviación de su trayectoria alrededor de su cuerpo compañero. La verdad es que no hay que tomarse a broma esto, porque hay una lista de objetos potencialmente peligrosos, que aumenta cada día, y aunque no lo creáis, es MUY larga, aunque deberíamos preocuparnos más aún por los que no conocemos. La cuestión no es si ocurrirá, es CUANDO ocurrirá.

El Sol es nuestra fuente de vida, pero también puede causarnos muchos problemas. La actividad de nuestra estrella es cíclica, con sus ciclos de actividad, que aproximadamente duran 11 años, aunque nunca llega a ser ese tiempo exacto. En ellos, Helios pasa de estar en su máximo de actividad (su mayor representación son las manchas solares) al mínimo, con una superficie limpia de manchas. Además, los ciclos difieren entre sí. El último, entre los años 2013 y 2014, fue bastante suave, mientras que el anterior, en el 2001, fue muy fuerte. Eso importa poco, ya que cuando está en su máximo de actividad, se dan todo tipo de eventos sumamente energéticos, siendo el más peligroso el denominado Eyección de Masa Coronal, o CME en inglés. De todos los que provocan en la Tierra la llamada Meteorología Espacial, este es el peor. La Meteorología Espacial versa sobre los efectos que tiene la actividad solar en la Tierra y su entorno espacial, generalmente dentro de la magnetosfera, para proteger no solo los satélites en órbita y a los astronautas a bordo de la ISS, sino también la tecnología que tenemos aquí abajo. Volviendo a la CME, se trata de la liberación, principalmente
explosiva, de material incandescente de la superficie solar, ocurriendo como consecuencia de un fenómeno denominado reconexión magnética, durante el cual las líneas de campo magnético, estando fuertemente retorcidas, contactan entre sí, liberando fantásticas cantidades de energía. Al mismo tiempo, lanzan al espacio una nube de material supercaliente y eléctricamente cargado llamado plasma, todo ello envuelto en su propio campo magnético que lo contiene. Una vez liberada, la CME viaja por el espacio en dirección de salida del sistema solar, a velocidades que van de menos de 250 km/s a casi 3000 km/s, llegándose a detectar en zonas alejadísmas del Sol, como por las sondas Voyager situadas más allá de la heliosfera. El Sol lanza las CME's en cualquier dirección, el problema llega cuando éstas se lanzan en dirección a la Tierra. Un primer indicativo de problemas se produce cuando se observa una llamarada solar. Dependiendo del flujo de energía de la
llamarada, se clasifican con una letra y un número. Así, de menos a más intensas, se nombran como A, B, C, M y X, acompañadas por un número que va del 1 al 9. Con los medios actuales, podemos ver tanto la llamarada en el momento de estallar como la liberación de la materia de la CME. Una segunda señal la pueden dar los satélites situados en torno al punto de Lagrange L1, como ACE, Wind o DSCOVR, al registrar cambios en el campo magnético interplanetario y en la densidad de partículas. ¿Cuánto puede tardar en llegar a la Tierra? Depende, pero en el orden de 3.5 días, si bien es cierto que las hay más rápidas y más lentas. En caso de impactar, una CME puede ser rechazada por la magnetosfera, o absorbida,
dependiendo de la orientación del campo magnético que engloba la CME y, en caso de ser absorbida, se genera una tormenta geomagnética. Además de alimentar los cinturones de radiación de Van Allen, la energía acabará llegando a la atmósfera conducida por las líneas magnéticas hacia los polos. Así, todo quedará cargado de energía. ¿Esto es peligroso? Sí. ¿Cuánto? Depende de la potencia de la CME. La mayor tormenta geomagnética registrada en tiempos históricos se produjo entre los días 1 y 2 de septiembre de 1859. Se le conoce como el Evento Carrington, y fue una suerte que ocurriera en aquella época. Se originó en una zona de manchas solares de la que salió una llamarada solar. A esta llamarada se le ha asociado una CME extremadamente rápida, que alcanzó la Tierra en apenas 17.6 horas. El efecto más visible se contempló en el cielo, con unas auroras asombrosas, que se extendieron más allá de los polos alcanzando latitudes tan bajas como el mar Caribe, llegando incluso a China y Colombia. Tan brillantes fueron que, en la zona de las Montañas Rocosas, despertaron a un grupo de mineros, que se dispusieron a prepararse el desayuno, creyendo que ya había amanecido; en otras zonas, se podía incluso leer el periódico sin necesidad de luz de gas. La peor parte se la llevaron los operadores de los telégrafos, porque algunos recibieron fuertes descargas eléctricas por la energía absorbida. De hecho, había tanta energía que, aunque habían apagado las fuentes de energía, se siguieron mandando y recibiendo mensajes telegráficos. A esto se le unió el efecto que tuvieron con los postes telegráficos, que empezaron a lanzar chispas, lo que provocó incendios. En tiempos recientes, ha habido CME's que han generado tormentas geomagnéticas muy intensas. En la NASA recuerdan especialmente la que aconteció en agosto de 1972. Está registrada como la más veloz en hacer el tránsito entre el Sol y nosotros (14.6 horas), generando condiciones muy peligrosas. La suerte es que ocurrió sin misiones tripuladas, porque la misión Apollo 16 había terminado en abril, y la última, es decir Apollo 17, no despegó hasta diciembre. En caso de haberles tocado, los astronautas hubieran sufrido un bombardeo nuclear muy intenso, lo que les hubiera generado agudas enfermedades inducidas por la radiación, a pesar de estar dentro de la magnetosfera terrestre. Una notable fue la de marzo de 1989, que provocó el apagón eléctrico en el área de Quebec, Canadá, que duró algo más de nueve horas. Ya en el siglo XXI, ha habido varias tormentas notables. Las que se dieron hacia la noche de Halloween del 2003 no solo crearon auroras que se llegaron a ver hasta en el Mediterráneo, sino que
también saturó a SOHO y provocó daños en los sensores de ACE, lo que llevó a apagar los instrumentos de muchos satélites, a la dotación de la ISS a refugiarse en el segmento ruso, y a ser registradas en los alrededores de Júpiter por la misión Ulysses y en las cercanías de Saturno por Cassini, alcanzando a Voyager 2 en abril del 2004. Pero pavor de verdad, la que ocurrió el 23 de julio del 2012, que apenas tardó 17 horas en alcanzar la sonda STEREO-A, con un campo magnético cuatro veces más potente al de una típica CME, mientras que el conteo de partículas cargadas aumentó en 100.000 veces el normal. Por fortuna, falló la Tierra por solo nueve días, y aunque por potencia era más "suave" que la del Evento Carrington, hubiera tenido efectos muy graves. ¿Qué efectos tendría en la Tierra? Muchos. Para empezar, se inyectaría tal cantidad de energía
que sobrecargaría las redes eléctricas, destruyendo transformadores, cables eléctricos, generadores y redes de distribución, con las plantas eléctricas inactivas, generando apagones globales en todo. Otro problema estaría en las comunicaciones por radio, con una ionosfera sobresaturada impidiendo la transmisión de las ondas de radio, ocurriendo algo parecido con las señales de los sistemas de navegación por satélite, lo que haría las redes de GPS y GNSS inservibles. Los satélites también se verían muy afectados. Por un lado, muchos se sobrecargarían de energía, lo que puede llevar a daños en sus sistemas informáticos, en algunos casos interfiriendo en la programación de los ordenadores de a bordo, pero en las condiciones más fuertes, toda la infraestructura electrónica podría fallar catastróficamente, y adiós satélite. Por otro, un aumento en la intensidad solar provocaría una expansión de las capas más altas de la atmósfera, lo que aumentaría su
resistencia al avance y, así, degradando su órbita. Hay al menos un par de casos en este sentido, como el de la estación Skylab en 1979 o el de Solar Maximum Mission en 1989. Y por supuesto, el riesgo para los astronautas, como ya hemos explicado. Si nos alcanzara una tormenta geomagnética como la del Evento Carrington, agárrense, porque los efectos serían de aúpa, con daños catastróficos que podrían tardar en repararse meses o incluso años para volver a como estábamos antes, un esfuerzo que se valora, sólo en Estados Unidos, en el orden de entre 0.6 y 2.6 TRILLONES de dólares, y a saber cuánto globalmente. Ahora estamos en un mundo que depende, en un grado superlativo, en la tecnología, y una tormenta de esta escala podría devolvernos a la Edad Media en un segundo. No solo hablamos de electricidad, telefonía, internet, o televisión. TODO se pararía. Ni agua, ni calefacción, comida escasa, transportes interrumpidos, etc. En esencia, si algo podría salir mal, saldría peor. La cuestión no es si ocurrirá, es CUANDO ocurrirá.

No pretendemos ser catastrofistas, todo lo contrario. Queremos informar de los peligros que existen allí arriba, y cuanto antes nos preparemos, mejor  Atentos.

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