Phoenix, un tributo

domingo, 26 de enero de 2014

Aventureras del sistema solar: Mariner 10

Mercurio, el mensajero de los dioses, era un objetivo deseado para los científicos al comienzo de la era espacial. Se había llegado fácilmente a Venus, igualmente a Marte, y, si se demostraba que el cinturón de asteroides era pasable, podría ser sencillo alcanzar Júpiter y el resto del sistema solar exterior. Sin embargo, el llegar a Mercurio era tremendamente difícil debido a una particularidad: El primer planeta está dentro de la zona de influencia gravitacional del Sol. Esto supone que enviar una sonda espacial directamente a Mercurio resultara imposible, debido a que el campo gravitatorio solar aceleraría la nave, significando que se pasaría de largo el planeta sin poder sondearlo. Por lo tanto, hacía falta buscar una manera eficiente para tratar de colocar algún objeto con el encargo de estudiarlo.

La técnica de la asistencia gravitatoria, unas maniobras en las cuales una sonda espacial podría alterar su rumbo y su velocidad para poder llegar al destino fijado, recurrente en los relatos de ciencia-ficción en las décadas de 1920 y 1930, empezó a ser objeto de estudio mediante ordenadores en el JPL de la NASA. El resultado de estas investigaciones mostró todo tipo de trayectorias, incluyendo rutas de retorno a la Tierra después de sobrevolar y estudiar distintos cuerpos. Estas maniobras podrían generar dos efectos: por un lado, sería posible aprovechar estas asistencias para acelerar una nave espacial y modificar su rumbo para así recortar tiempo de viaje, dependiendo de la distancia al planeta sobre el cual se practique la maniobra; por el otro, se podría aprovechar este efecto honda para todo lo contrario, es decir, reducir la velocidad a la vez que se alteraba la trayectoria. Para las necesidades de una misión hacia Mercurio, sería necesario aplicar la segunda posibilidad. Estos mismos estudios observaron que en 1970 y 1973, existía una suerte de alineación planetaria que permitiría lanzar una sonda a Mercurio pasando por Venus y empleando su gravedad para llegar hasta allí. En aquellos días, sin embargo, una trayectoria semejante resultaría tan sensible que los aparatos de guiado existentes provocarían un escasamente preciso punto de encuentro, generando así muchos errores. Poco después vieron que la tecnología a su disposición era más que adecuada para la tarea, contrario a lo que se sabía. Esto estimuló la convocatoria de reuniones de ingenieros y científicos para hablar de todos los aspectos de la misión. Entre los asistentes estaba el científico italiano Giuseppe Colombo del Instituto de Matemáticas Aplicadas de Padua. Había estudiado durante bastante tiempo las mecánicas celestes, y determinó (como la gente del JPL) que sería posible usar la gravedad de un planeta para modificar la velocidad, trayectoria e inclinación de un objeto sin necesidad de consumir ni un gramo de combustible. Según los estudios de Colombo, en la oportunidad de 1973, tras el sobrevuelo a Mercurio, el periodo orbital de un vehículo científico coincidiría casi exactamente con el tiempo que tarda el planeta en rodear dos veces al Sol, por lo que resultaría posible practicar un segundo sobrevuelo de investigación.

El programa Mariner había ido lanzando las sondas de dos en dos, hasta que en 1967 colocó en el espacio a Mariner 5, que no era más que una versión de las sondas marcianas de 1964 preparada para una misión venusina. No hubo misión de acompañamiento, y por eso, las nomenclaturas de las cuatro siguientes, todas para Marte, alteraron el desarrollo del programa. Entre las Mariner-Mars 1971 (las sondas 8 y 9 del programa) y las futuras Mariner Jupiter/Saturn (que acabarían siendo las Voyager 1 y 2, pero por entonces conocidas como Mariner 11 y 12) quedó hueco para un proyecto único, que la NASA puso en funcionamiento tras comprobar que la asistencia gravitatoria requerida para alcanzar Mercurio era realizable.

Llamado Mariner Venus/Mercury, comprendía una única nave, que recibió lo último en materia avances informáticos y sistemas de transmisión, y que además debía ser diseñada para soportar el espantoso calor que existía alrededor de la órbita mercuriana. El diseño era el tradicional Mariner, siendo el bus de de Mariner 10 una estructura octogonal de magnesio con unas medidas de 1.39 metros de largo y 45 centímetros de altura, y concentraba la totalidad de los sistemas. En su parte superior se montó una plataforma de escaneo, mientras en la inferior almacenaba el sistema de propulsión y la novedad de la misión: un escudo solar desplegable de dos metros de diámetro, elaborado en tejido de fibra de vidrio recubierto de teflón (tejido beta), mayor que el bus de la sonda, para protegerla de la luz y el calor solares. Estaba elaborado con elementos termorresistentes a base de compuestos cerámicos, similares a los que montaban los escudos de reentrada de las cápsulas tripuladas de la NASA. El ordenador (CC&S, Ordenador de Comandos y Secuenciador) se basaba en el de las últimas Mariner marcianas, siendo bastante flexible en su
programación, con una memoria para almacenar hasta 512 palabras, y además incluía un grabador de cinta magnética para guardar la información de los experimentos. Otra novedad de la sonda estaba en los sistemas de transmisión. Además del sistema tradicional en banda-S, incluía por primera vez un transpondedor de alta frecuencia, que emitía en banda-X, que fue montado en la sonda como experimento tecnológico para probar su viabilidad como sistema de comunicaciones de las futuras sondas espaciales. Estos dos sistemas utilizaban una antena de baja ganancia (al final de un mástil de 2.85 metros que nacía de la parte superior del bus) y una antena parabólica de 1.37 metros de diámetro situada al final de un mecanismo direccionable. La combinación del ordenador y el sistema de comunicaciones permitía transmitir información en tiempo real y a su vez almacenarla en el grabador. Los sistemas de a bordo se alimentaban mediante dos paneles solares de 2.69 metros de largo y 97 centímetros de ancho, totalizando una superficie activa de 5.1 metros cuadrados, y almacenaba la energía en una batería de níquel-cadmio. Los paneles proporcionaban una envergadura de 7.6 metros una vez en su lugar, sobre mecanismos rotatorios entre 0 y 76º. Se orientaba en sus tres ejes, usando giróscopos, sensores solares y un escáner estelar fijado en Canopus, y apoyado por dos juegos de tres pares de propulsores de gas de nitrógeno situados en los extremos de los paneles solares. Para las maniobras principales, un motor situado en el centro del escudo solar (herencia Mariner 6 y 7, y altamente modificado para proteger todo el sistema del calor abrasador del Sol y encenderse más de dos veces durante la misión) proporcionaba el empuje para modificar su trayectoria. El control termal, además del escudo, incluía ventanas controladas electrónicamente, aislamiento mediante mantas multicapa y otros tratamientos a las superficies de la sonda. En total, a Mariner 10 le cargaron 9 experimentos. El principal era el TVS, Subsistema de Televisión, formado por dos cámaras gemelas unidas a sistemas Vidicon y una
rueda de filtros de nueve posiciones por cada cámara, encargadas de realizar una cobertura fotográfica de la superficie mercuriana, mediante el espectro visible, el infrarrojo, e incluso el ultravioleta. Cada unidad estaba formada por un telescopio Cassegrain f/8.43 de 1.500 mm. de apertura unido al Vidicon y a la rueda de filtros (con la suficiente potencia como para poder leer un periódico a 400 metros de distancia), disponiendo además de un sistema auxiliar de campo ancho (similar al buscador de los telescopios amateur) refractor f/8.5 con una apertura de 62 mm. Las cámaras se situaban en la parte superior, en la plataforma de escaneo, con dos grados de movilidad, y desde su posición se esperaba conseguir una resolución en Mercurio de 100 metros. Cada rueda de filtros disponía de nueve posiciones: longitud de onda azul, polarización ultravioleta, ultravioleta de alto paso, apertura clara, paso de banda ultravioleta, calibración, amarillo, y el espejo para desviar la luz al sistema auxiliar. Portaba dos espectrómetros ultravioleta, uno el UVSO, Espectrómetro Ultravioleta de Ocultación (formado por cuatro detectores unidos a una rejilla de difracción), para tratar de identificar si Mercurio poseía la atmósfera, y el otro era el UVSAG, Espectrómetro Ultravioleta de Brillo de Aire (compuesto por una rejilla de difracción cóncava, un conjunto de colimadores y 12 detectores, situado en la plataforma de escaneo junto al sistema TVS), para analizar esta atmósfera y determinar cuál es su componente principal, siendo capaz de observar hidrógeno, helio, oxígeno, neón, argón o carbono. Durante el viaje de crucero ambos sistemas realizarían escaneos de la bóveda celeste para observar la emisión en ultravioleta de las estrellas en busca de hidrógeno o helio. IRR, Radiómetro Infrarrojo, formado por dos pequeños telescopios Cassegrain, un pequeño espejo de escaneo montado en un cilindro rotatorio en tres posiciones y enganchado a un conjunto de filtros especiales de longitud de onda larga, sería usado para averiguar las temperaturas superficiales en los lados diurno y nocturno de Mercurio, a base de barrer de lado a lado la zona a estudiar. El PSE, Espectrómetro de Ciencia de Plasma (formado por el SEA, Analizador Electrostático de Escaneo, y el SES, Espectrómetro de Escaneo de Electrones, montados en una carcasa única y sobre una plataforma móvil rotatoria) estudiaría el entorno espacial alrededor de Mercurio para analizar el viento solar y sus efectos sobre el planeta, mientras estudiaba la generación y dispersión del plasma emitido por el Sol. CPT, Telescopio de Partículas Cargadas, un sistema formado por un telescopio principal y un telescopio de baja energía, se encargaría de monitorizar los rayos cósmicos galácticos o solares, así como las partículas expulsadas por las llamaradas solares, buscar cinturones de partículas energéticas atrapadas en sus destinos y observar las interacciones plasma-planeta en ambos cuerpos. MAG, Magnetómetro, comprendía dos sensores de núcleo saturado triaxial, colocados en un mástil extensible de dos secciones y 6.1 metros de largo, y estaba encargado de estudiar el campo magnético interplanetario y los efectos sobre los planetas, y trataría de detectar un campo magnético a Mercurio, una posibilidad considerada como poco posible para un cuerpo tan pequeño. Y por último, el CMRS, Experimento de Mecánica Celeste y Radio Ciencia, para estudiar las masas de Mercurio y hacer un primer estudio del interior del planeta, y ampliar los conocimientos sobre los movimientos del sistema solar mediante el seguimiento de la señal de radio. A plena carga antes del lanzamiento ofrecía un peso de 533.6 kg.

El desarrollo del proyecto transcurrió tan rápidamente, que cuando la sonda estuvo terminada los ingenieros recibieron una condecoración al mérito por haber hecho posible semejante hazaña. Finalmente, el 3 de noviembre de 1973 un Atlas SLV-3D/Centaur la situó en órbita. Casi inmediatamente entró en actividad, y aprovechando su breve estancia en el sistema Tierra-Luna, obtuvo sus primeras secuencias. Las cámaras fueron encendidas siete horas después del lanzamiento, y se prepararon para fotografiar tanto nuestro planeta como a Selene. En ese momento surgió el primer problema: los calentadores de las cámaras no se encendieron. La temperatura en ambos sistemas caía, y debido a las extremas medidas tomadas para protegerla del calor solar, era imposible transferir temperatura de la parte baja a la parte alta. La protección era incluso demasiado buena, y si la temperatura caía por debajo de los -40ºC (la temperatura de operación normal estaba entre los 4 y los 15ºC) resultarían dañadas irreversiblemente. Por fortuna, la construcción de los telescopios compensó la bajada, de manera que no perdieron su enfoque. Para evitar posteriores pérdidas de temperatura, decidieron mantener encendidos durante toda su misión los tubos Vidicon, de manera que, aunque las temperaturas en todo el sistema era menor a la requerida, no ponía en peligro su sensibilidad. Para probarlas, apuntaron a la Tierra, y se obtuvieron pares estereoscópicas y una serie de cinco mosaicos que evidenciaban la profundidad y estructura de las nubes. Sobrevolando la Luna, tuvo oportunidad para
observar un cuerpo celeste similar (eso se esperaba) a lo que se encontraría en Mercurio. De esta manera se adquirieron las, en ese momento, mejores imágenes del polo norte lunar (seis mosaicos en total), una región que (a pesar de todas las misiones enviadas a Selene) tenía una pobre cartografía, y permitió actualizar los mapas de nuestro más cercano vecino. Después de esto, puso rumbo hacia Venus, para su asistencia gravitatoria, sin duda la parte más vital de la misión.

Nuevas dificultades: la puerta del SEA, la parte analizadora del PSE, había fallado en abrirse, de manera que no se pudieron obtener resultados durante toda la misión con él. Por suerte, el expuesto SES si funcionó, magníficamente por cierto. El 13 de noviembre realizó su primera corrección de trayectoria, en preparación del encuentro venusino. Tras esto, el escáner estelar de Canopus perdió su fijación en la estrella. Parecía que una partícula de polvo cósmico había pasado frente a la lente de la cámara, y eso provocó que la sonda activara el sistema automático para la readquisición de la estrella. Este sería un problema recurrente durante toda la misión. Otro problema que atacó a la sonda en las primeras semanas se centró en el ordenador, que empezó a resetearse sin motivo, que quedó solucionado después de modificar las secuencias de reloj a las que trabajaba. Un tercer problema era que frecuentemente el emisor de la antena principal pareció romperse debido a los cambios de temperatura, por lo que la señal bajaba a mínimos. Debido a los cambios de temperatura, una o dos sondas del emisor se contraían o retraían, provocando una operación normal y la pérdida en la señal, poniendo en riesgo la transmisión de imágenes en tiempo real. Sin embargo la mayor preocupación fue que el ordenador cambió automáticamente del canal de energía primario al de reserva. Este cambio era irreversible, y podría estar relacionado con los reseteos iniciales del ordenador. Se empezó a temer que también podría perderse este sistema, y se tuvo que cambiar los métodos operacionales para evitarlo.

Era ya enero de 1974, y cada vez estaba más cerca la maniobra de asistencia gravitatoria. Por aquellos días, el cometa de período muy largo Kohoutek estaba en el perihelio, y Mariner 10 aprovechó la coyuntura para, usando su UVSAG y sus cámaras, obtener información del objeto y determinar su composición. Aunque en las secuencias del TVS el Kohoutek era demasiado débil como para sacar conclusiones, este fue, sin duda, el primer estudio de un cometa realizado por una sonda espacial. Mientras usaba las cámaras para fotografiar el cometa, ocurrió un milagro: al desactivar los calentadores de la sonda, misteriosamente los del TVS se activaron. La única explicación era que existía un cortocircuito en la línea que enlazaba varios calentadores, lo que podría haber provocado que no se encendieran en un primer momento. Por lo tanto se tomó la decisión de apagar todos los calentadores de ese circuito y dejar encendidos los de las cámaras. Fue una sanación algo más que bienvenida. El 21 de enero realizó su segunda maniobra de corrección de rumbo, situándose en el camino idóneo para aprovechar la gravedad venusina.

Al poco de la maniobra correctora, Mariner 10 comenzó a oscilar de manera imprevista. Automáticamente, los propulsores de nitrógeno se activaron para tratar de corregir estos movimientos. No fue posible terminar con estos balanceos hasta que apagaron los giróscopos, y la causa no se supo, más o menos, hasta poco antes del sobrevuelo venusino que ocurrió el 5 de febrero de 1974.

Como los giróscopos no se pudieron usar, se tomó la arriesgada decisión de emplear referencias cósmicas para mantener su orientación triaxial. Empleando el Sol, Canopus y el propio Venus, se consiguió mantener una plataforma lo suficientemente estable para completar las operaciones programadas. La sonda pasó a 5.794 km. de la superficie venusina, y a modo de calibración final, las cámaras fueron encendidas, para usar todos los filtros a su disposición. Las imágenes que llegaban desde Mariner 10 empezaron a mostrar la opaca capa nubosa que cubre el planeta, ninguna novedad con respecto a lo que se veía desde Tierra, sin mostrar ninguna característica diferenciadora. Eso fue hasta que cambió al filtro de ultravioleta cercano, cuando abrió la ventana hacia un nuevo universo hasta antes no observado: usando esa longitud de
onda, la espectacular dinámica nubosa del planeta quedaba de esta manera al descubierto, demostrando que Venus poseía una alta velocidad en su atmósfera. Análisis posteriores mostraron que las nubes rodeaban el planeta en apenas cuatro días, por lo que eran más rápidas que la propia rotación de Venus. Desde luego, las primeras imágenes adquiridas de Venus resultaron esclarecedoras para resolver uno de los misterios del planeta. Mariner 10 adquirió en total 4.165 imágenes de la diosa de la belleza.

Tras determinar que la causa más probable de la oscilación de la sonda era por la avería de un giróscopo, se tomó la decisión de no usarlos el resto de su misión, salvo para las maniobras de corrección de trayectoria. Por desgracia, el consumo había sido demasiado alto, y cabía la posibilidad de que la misión pudiera acabar tempranamente. Eso sí, la maniobra (la primera asistencia gravitatoria de la historia de la exploración espacial) para dirigirse hacia Mercurio había sido realizada con gran éxito, por lo que al menos sería posible hacer un único examen al planeta. Pero entonces a uno de los expertos de navegación se le encendió la bombilla. Como las Mariner 2 y 4 habían estudiado la presión solar sobre los paneles solares de ambas sondas, ¿por qué no aprovecharla? La idea cuajó, y a base de usar los paneles solares como velas, y la antena de alta ganancia como timón, se utilizaría este fenómeno para sustituir a los propulsores en el encargo de controlar la actitud y ahorrar de esta manera el combustible restante. La misión se había salvado.

Después de completar una tercera maniobra de corrección de trayectoria, el 16 de marzo, la excitación empezó a aumentar ante la perspectiva de observar un planeta del que apenas se sabía nada a ciencia cierta. El día 23, Mariner 10 obtuvo su primera imagen del planeta, y a medida que se iba acercando, las cámaras empezaron a observar cómo Mercurio mostraba una fase creciente, a la vez que un color grisáceo. Cada día que pasaba la resolución mejoraba, y las estructuras empezaron a hacerse visibles. Cuando, finalmente, el 29 de marzo de 1974, Mariner 10 alcanzó al planeta, la exclamación de los científicos e ingenieros se escuchó por todo el edificio del JPL: ¡Otra Luna!

Había pasado a 703 km. de distancia de Mercurio, revelando cráteres de todo tipo, llanuras extensas, y arrugas que se extendían miles de kilómetros. No era lo único que observó. Los magnetómetros pudieron detectar cómo alrededor del planeta existía una estructura similar a la magnetosfera terrestre, que alteraba significativamente al viento solar alrededor suyo. En total, entre la fase de acercamiento y la de alejamiento, se pudo adquirir la suficiente cobertura para tener aproximadamente un 35% de la superficie mercuriana usando las más de 2000 imágenes recolectadas.

Pocos días después del primer sobrevuelo, la sonda volvió a experimentar problemas. Apareció de repente un incremento de energía, provocando una subida de temperatura, un asunto corregido poco después. También el suministro de energía al grabador se apagaba y encendía sin necesidad de comandos, provocando el fallo completo de la unidad. Y peor todavía, un fallo en el subsistema de datos de vuelo generó una averia provocando que la inmensa mayoría de los canales de telemetría de ingeniería se perdieran. Aún con ello, la misión siguió adelante, y la cuarta maniobra de corrección de trayectoria, realizada en dos etapas los días 9 y 10 de mayo, colocó a Mariner 10 de tal manera que realizaría el segundo acercamiento pasando entre Mercurio y el Sol. Después de la conjunción solar el 6 de junio (oportunidad para hacer ciencia de radio ciencia), realizó la quinta maniobra correctora el 2 de julio. Esta trayectoria se preparó para ampliar la cobertura de imágenes (el propósito principal del acercamiento) y para tener una mejor trayectoria para un probable tercer sobrevuelo. Después de 176 días, y tras dar una órbita al Sol, Mariner 10 se encontró con el planeta en el mismo lugar, y ofreció la misma cara. Eso sí, la distancia sobre la superficie fue esta vez de 48.069 km. el 21 de septiembre, y la cobertura se centró en el hemisferio sur, ofreciendo los mismos tipos de terrenos que durante el sobrevuelo anterior a través
de 500 imágenes. Esta fue la primera vez en la historia que una sonda regresaba a su destino para un segundo examen. Al disponer únicamente del enlace de datos en tiempo real, para no perder ni un bit de los datos de imágenes, unieron por enlace de microondas las tres mayores antenas del complejo de Goldstone, California, creando una mayor cobertura y sensibilidad. Además, en los días previos al acercamiento, se hizo un experimento de navegación. En vez de usar la radio de la nave para ubicarla en el espacio relativo al cuerpo a investigar, realizaron entre los días 17 y 19 una secuencia de imágenes (unas 100) en las que se mostraba a Mercurio con respecto al fondo de estrellas, para así calcular la distancia entre la sonda y el planeta. Por lo tanto, se habían completado por primera vez las primeras operaciones de navegación óptica, una técnica empleada posteriormente para la navegación entre planetas, y posteriormente, para un guiado hacia asteroides y cometas. Un mes después, la sonda perdió el control de balanceo, lo que supuso incrementar el gasto de combustible.

Se pudo manejar la actitud de la sonda en grado suficiente para que regresara una última vez, aunque fue un tiempo plagado de contratiempos. Así, la recurrente pérdida de la fijación de Canopus provocó soluciones creativas. Al perder el control de balanceo, y al no disponer de la mayoría de canales de telemetría, se comenzó a usar la señal de la antena de baja ganancia como referencia de balanceo para aplicar a los paneles solares la inclinación correcta para mantener la orientación. Con este método, se pudieron completar tres maniobras correctoras que la colocaron en la zona óptima para el tercer sobrevuelo. A pocos días de alcanzar Mercurio por tercera (y última vez), Mariner 10 se desestabilizó, de manera que el enlace de comunicaciones con la antena de baja ganancia se rompió. En aquel momento las antenas de la red DSN de la NASA estaban saturadas de atención, con Pioneer 11 en sus primeras etapas del viaje a Saturno y con las sondas Helios cercanas al perihelio, el periodo principal de funcionamiento. La gente de la misión a Mercurio tuvo que pedir a los controladores alemanes parte del tiempo de la gran antena del complejo DSN de Madrid para enviar comandos a Mariner 10 para recuperar la orientación normal. Éstos accedieron y se enviaron los comandos. Pocas horas antes del tercer encuentro la sonda estaba de nuevo decentemente estabilizada para completar sus tareas. Gracias a todos los esfuerzos, la sonda sobrevoló el primer planeta el 16 de marzo de 1975, cruzando casi sobre el polo norte a 327 km. sobre Mercurio. En este encuentro la prioridad estaba puesta en adquirir la mejor información sobre el campo magnético mercuriano, y los datos no defraudaron. Durante este último acercamiento, pudo adquirir los datos de mejor calidad de toda la misión, en cuanto a imágenes (con una resolución máxima de 137 metros) y mediciones se refiere. Gracias a
estas últimas imágenes, se completó una cartografía de un 43%, se confirmó que el campo magnético y la magnetosfera mercuriana era intrínsica (es decir propia) y no inducida (provocada por el viento solar), se afirmó sin dudas que el planeta poseía una exosfera, y se estudiaron las temperaturas de toda la superficie. Era obvio afirmar que Mariner 10 había hecho un trabajo impecable, arrojando luz sobre un planeta extraordinariamente difícil de observar.

El combustible para los propulsores de actitud estaba casi agotado, por lo que el final de la misión parecía estar cerca. Durante los días siguientes al tercer sobrevuelo mercuriano, se continuaron realizando algunas pruebas tecnológicas a los sistemas de a bordo y con el uso de la presión solar sobre los paneles solares como control de actitud de la nave. Sin embargo, el gasto final del nitrógeno provocó un giro no programado, alterando la orientación de la sonda. Debido a esta circunstancia, los técnicos ordenaron a Mariner 10 a apagar su transmisor. Era el 24 de marzo de 1975, y había concluido así una misión impresionante.

Mariner 10 fue la última de este exitoso programa de exploración planetaria, y se convirtió en una de las naves que más ha contribuido a la ciencia. Se convirtió en la primera sonda en viajar a dos planetas, descubrió la dinámica de las nubes venusinas, fue la primera en usar la gravedad de un planeta para dirigirse a otro, y por último, nos enseñó un planeta más dinámico de lo que se pensaba en un primer momento. Mediante 2.800 imágenes fue capaz de cartografiar casi toda una cara del planeta, revelando cráteres de
todos los tamaños, planicies muy extensas, pliegues de miles de kilómetros, montañas enormes, y lo que parecía ser una de las mayores cuencas de impacto del sistema solar, Caloris. También detectó un campo magnético apreciable alrededor de Mercurio, atisbó su mínima atmósfera, en la cual el helio parecía ser su componente principal (sin duda parte del viento solar), calculó su temperatura superficial, determinando que es el planeta con el cambio de temperatura más extremo del sistema solar, y dejó claro que Mercurio poseía un gran núcleo rico en hierro, proporcionando una densidad casi idéntica a la de la Tierra. Sencillamente formidable. Eso sí, había planteado más preguntas de las que había sido capaz de responder.

Mariner 10 tuvo que esperar casi 33 años hasta que una nueva sonda, MESSENGER, recogiera con gusto el testigo de la exploración de este bello astro.