Phoenix, un tributo

martes, 14 de agosto de 2018

Misión al planeta Tierra: ADM-Aeolus

Todos sabemos lo que es el aire, pero no lo vemos, ni lo tocamos, y muchas veces, ni lo olemos. Aún así, podemos sentir sus efectos: movimiento de hojas o de ramas de árboles, el pelo poniéndose delante de tu cara (las personas que tengan el pelo largo lo saben bien), y cosas así. Realmente es la manifestación del movimiento del aire, y que tendemos a llamar viento. Pero realmente, ¿qué es el aire? Básicamente, es un fluido, y como tal, está en continuo movimiento, desde el mismo suelo hasta las capas más altas de la atmósfera. En la inmensa mayoría de los casos, ni nos enteramos de que se mueve, pero lo hace, y es una de las variables más importantes (y de momento perdidas) para construir predicciones meteorológicas fiables.

El método tradicional de calcular la velocidad y la dirección del viento es muy preciso, pero está restringida a un único punto. Nos referimos, por supuesto, a los anemómetros. Hacerlo de forma global es prácticamente imposible desde Tierra, de manera que la única manera es con satélites. Pero, ¿cómo? Las imágenes de los satélites, salvo las de los meteorológicos en órbitas geoestacionarias, sirven de poco, y otros sensores, como los de infrarrojo, ultravioleta o microondas pasivos, tampoco son aptos. De momento la única forma posible es hacerlo con aparatos de microondas activos, aunque están bastante limitados.

La historia de la medición de la velocidad y dirección del viento se remonta a la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, con la popularización de los sistemas de radar, que pasaron de los buques de guerra a las embarcaciones civiles. El problema empezó cuando los marinos se quejaban cada vez con más volumen que en malas condiciones meteorológicas el uso del radar era inútil, imposibilitando la detección de pequeños barcos o lanchas. Los científicos estudiaron el problema, y además de resolverlo, sin quererlo encontraron posibilidades a esta distorsión vista. Analizando los resultados que veían, y tras trabajar en ellos, descubrieron que la reflexión recibida, los ecos de radar que retornaban al aparato, estaba relacionada con la velocidad del viento en los primeros centímetros sobre la superficie de los océanos. No solo eso, cuando
cargaron radares modificados para medir la velocidad del viento en aviones, y tras revisar lo recogido, vieron que las propias señales reflejadas estaban influenciadas por la dirección del viento. Así, relacionando el ángulo de emisión del radar con su reflexión, se podía obtener este segundo parámetro. Todo este desarrollo en radares especiales (instrumentos llamados dispersómetros) llegó en los primeros años de la era espacial, en la década de 1960, por lo que no sorprende que se tardaran todavía varios años para demostrar si esta técnica era posible desde la órbita terrestre. El primer aparato capaz en medir el viento desde el espacio era un radar experimental a bordo de la estación espacial de la NASA Skylab, que a lo largo de tres misiones tripuladas, se pudieron obtener algunas conclusiones, siendo la principal que era factible, aunque solo podía capturar la velocidad, no la dirección. Esta experiencia sirvió para desarrollar el primer dispersómetro 100% capaz de medir la velocidad y la dirección del viento. Transportado en el primer observatorio oceanográfico global de la historia, el potentísimo Seasat, fue el primero en obtener mediciones fiables tanto de la velocidad como de la dirección del viento, usando cuatro antenas tipo barra de “haz de abanico”, creando dos haces que barrían cada uno unos 600 km. de océano. Sumando las cuatro observaciones se podían obtener las mediciones de viento en cuatro direcciones posibles. Por desgracia, solo funcionó 105 días antes de que su sistema energético se averiara irreversiblemente. Tuvo que pasar otra década para ver un nuevo dispersómetro, en este caso el instalado en el satélite europeo ERS-1. Realmente formaba parte de un paquete de detección
activa que combinaba tanto el sistema de radar de imágenes SAR como el medidor de viento. El éxito fue tan grande que en 1995 se lanzó ERS-2 con un equipo idéntico, que permitió doblar la cobertura oceánica. Aún siendo menos avanzados que el de Seasat, la continuidad de datos de ambos satélites (ERS-1, de 1991 hasta el 2000, ERS-2, hasta el 2011) se ha convertido en una base de datos de referencia para la medición de vientos. La NASA no se había dormido en los laureles, y en 1996 instaló su aparato NSCAT (Dispersómetro de la NASA) en el satélite japonés ADEOS, lanzado ese mismo año. El instrumento era una solución temporal, pero completamente funcional, que usaba dos brazos conteniendo cada uno tres antenas tipo barra, creando dos barridos independientes. El satélite ADEOS (o Midori, después del lanzamiento) funcionó solo 10 meses por un problema en el panel solar que lo dejó sin energía. Sin embargo, el instrumento había sido un éxito, proporcionando información del 90% de los océanos libres de hielo, mejorando así los pronósticos. La pérdida de NSCAT en Midori provocó una rápida reacción en la NASA, ordenando la preparación y el lanzamiento, en el plazo más breve posible, de un sustituto. La solución fue el extraordinario QuikScat. Desarrollado y puesto en órbita en apenas 11 meses, un mes
después de su despegue demostró de lo que era capaz. Sin embargo, el sistema científico que cargaba, el dispersómetro SeaWinds, era completamente distinto a todo lo visto antes. En vez de antenas tipo barra, usaba un reflector parabólico de 1 metro de diámetro, fijado sobre un mecanismo rotatorio (a 18 rpm), que una vez en marcha permitía cubrir 1.800 km. de superficie oceánica disparando dos haces levemente desviados el uno del otro, y recibiendo la reflexión provocada por el contacto con los océanos. Con una misión primaria de 3 años, pretendía que el hueco de datos entre NSCAT y el siguiente SeaWinds (diseñado para ADEOS-II) fuera el mínimo. Este segundo aparato, idéntico al de QuikScat, fue situado en órbita en diciembre del 2002 a bordo de Midori-2, pero tuvo una vida tan poco afortunada como el primero, ya que en octubre del 2003 el panel solar se averió (posible micrometeorito o resto de basura espacial) y se quedó sin energía. De esta forma, la NASA tuvo que estirar hasta los límites a QuikScat, ocurriendo lo inevitable: en el 2009 el mecanismo de rotación de la antena se averió, provocando que, aunque el SeaWinds todavía funcionaba, solo cubría 25 km., de manera que desde este suceso hasta su reentrada, sirviera como estándar de calibración. Sin embargo, cuando el instrumento operó a máxima capacidad era una de las bases de datos más importantes y de más alta prioridad para los pronósticos meteorológicos. La ESA también ha continuado trabajando con dispersómetros, y lo conseguido con los ERS permitió
crear el primer instrumento considerado “operacional” (empleado específicamente para pronósticos meteorológicos): el sistema ASCAT de los satélites meteorológicos polares MetOp, lanzados en el 2006 y en el 2012. A diferencia de los SeaWinds, ASCAT emplea dos juegos de antenas tipo barra para medir barridos oceánicos de 550 km. de ancho. Otras agencias también han desarrollado dispersómetros, y han sido del tipo SeaWinds. En el 2009, la agencia hindú ISRO puso en órbita su Oceansat-2, y entre su carga útil, el sistema OSCAT, con los mismos principios que los aparatos de la NASA, que por desgracia se averió en febrero del 2014. Por su parte, en septiembre del 2011 la agencia china situó sobre nosotros su HY-2A, con un sistema también de diseño inspirado en SeaWinds, este sí operacional. El más reciente añadido a la constelación de dispersómetros ha sido el ISS-RapidScat, una versión barata y rápida (usando hardware dejado de la elaboración de los dos SeaWinds) instalada en el exterior de la Estación Espacial Internacional en septiembre del 2014, con el propósito de continuar las mediciones hasta que se pueda lanzar una nueva misión 100% enfocada a ello en un futuro próximo.

Toda esta información recolectada a lo largo de los años es muy importante, pero está tremendamente limitada. Los dispersómetros radar, da igual del tipo que sean, solo detectan la velocidad y dirección del viento sobre la superficie oceánica, unos pocos centímetros por encima. Lo que quieren los científicos y meteorólogos es información de esa misma velocidad y dirección del viento pero en altitud. Lo ideal sería cubrir toda la atmósfera de arriba abajo, pero hay que empezar por algo. Y para ello, es necesaria otra aproximación.

En los últimos años ha aparecido otra técnica activa para estudiar el sistema terrestre, salvo que emplea haces de luz en vez que ondas de radio. Nos referimos a los sistemas LIDAR. Hasta ahora se han usado como altímetros  láser (GLAS de ICESat) o sondeadores
atmosféricos (CALIOP de CALIPSO), y este nuevo uso lleva investigándose bastante tiempo. Un primer intento de desarrollar y demostrar esta técnica en el espacio se amparó en el desaparecido programa New Millenium de la NASA. El plan era situar, en la bodega de un transbordador, el sistema SPARCLE (Experimento de Lidar Coherente para Preparación para el Espacio), que tenía el propósito de probar la obtención de perfiles de viento globales hasta 16 km. de altitud sobre la superficie terrestre mediante sistemas láser, una misión cancelada. La ESA también había hecho acuse de recibo de la comunidad científica y, dentro de su serie de satélites Earth Explorer, perteneciente al programa Living Planet (que ya ha dado los GOCE, SMOS, Cryosat o Swarm), comenzó los trabajos para su misión de vientos globales.

Su nombre es ADM-Aeolus, aunque también se la conoce solamente como Aeolus. El acrónimo significa Misión de Dinámica Atmosférica, que es en lo que se centrará, en recoger información de los perfiles de viento globales para a partir de ellos ver por primera vez la evolución de la dinámica atmosférica en el tiempo y en el espacio. Es una de las primeras misiones Earth Explorer aprobadas, allá por el año 2000, y el desarrollo de su sistema de medición ha sido tan complejo que su lanzamiento ha tenido que ser repetidamente desplazado a lo largo de los años hasta que al fin, todo está listo para su puesta en órbita. Ahora veamos el por qué de tanto retraso.

Una vez desplegado en órbita, ADM-Aeolus recuerda al satélite NASA-CNES CALIPSO, aunque es algo más grande. Se divide en el bus de satélite y en el instrumento, con unas medidas de 4.3 x 1.9 x 2 metros, y una envergadura de paneles solares de unos 13 metros. A diferencia de otros satélites terrestres, su plataforma no pertenece a las bases comunes tan ampliamente usadas ahora, sino que deriva directamente de la estructura desarrollada para la sonda marciana Mars Express. Es una estructura elaborada en aluminio, empleando láminas homogéneas y secciones en estructura de panal de abeja, albergando en su interior casi todo lo necesario para funcionar. Así, la infraestructura informática está centralizada alrededor de un procesador ERC-32 con 6 MB de memoria RAM, complementado por un grabador de a bordo con capacidad de 8 GB de información, tanto telemetría de ingeniería como los datos de su único instrumento. Su software de vuelo permite operaciones autónomas de hasta cinco días de duración. Las comunicaciones son las ya habituales: banda-S (dos antenas omnidireccionales) para envío de comandos y descarga de datos, y banda-X (antena de alta ganancia en el lado del satélite que apunta a la Tierra) para transmisión de información a alta velocidad. Está diseñado para estar estabilizado en sus tres ejes manteniendo una actitud muy estable. Para ello emplea unidades de medición y ratio inerciales, sensores solares-terrestres ordinarios, dos escáneres estelares autónomos (montados en el instrumento), receptor GPS, ruedas de reacción, un magnetómetro con sistemas de descompensación magnética, además de cinco propulsores, para correcciones orbitales y maniobras para elevación hasta la altura de trabajo, todo para saber la localización exacta del satélite con un margen de error menor a 10 metros. La generación de energía depende de los paneles solares. Cada uno tiene tres secciones, totalizando 13.4 metros cuadrados de superficie activa, equipa células solares de alta eficiencia, y además de proporcionar energía suficiente para funcionar también carga una batería de ion-litio. Para el bus el control termal es el habitual: mantas multicapa, calentadores y radiadores eléctricos. El instrumento tiene su propio control termal. La única herramienta científica de a bordo es ALADIN, el Instrumento Láser Doppler Atmosférico. Como otros sistemas 
LIDAR, emplea un emisor láser, un telescopio receptor y las electrónicas receptoras, las que hacen el verdadero trabajo. Realmente dispone de dos emisores láser por redundancia, y es del tipo usual empleado en misiones espaciales. Sin embargo, aunque emite en longitud de onda infrarroja (1.06 micrones), esta emisión pasa por todo un complejo camino hasta acabar en un par de cristales de generación harmónica transformando el haz emitido a luz ultravioleta (355 nanómetros), invisible a simple vista y seguro para todas las formas de vida animal del planeta. Todo este sistema de generación de pulsos láser necesita estar enfriado lo suficiente para evitar averías, por lo que dispone de toda una serie de caminos que llevan el calor generado a un radiador externo fijado a uno de los laterales de la plataforma del satélite, el opuesto que apunta al Sol. Una vez emitido el haz laser en ultravioleta, y tras hacer el camino de ida y vuelta, llega al telescopio receptor. Es de diseño Cassegrain, con un espejo primario de 1.5 metros (f/0.9), estando construido íntegramente en carburo de silicio por su
tremendamente alto coeficiente de expansión y retracción termal, además de ser sumamente ligero (53 kg.). Una vez en el telescopio la luz se enfoca y viaja al conjunto receptor. Se divide en dos sistemas independientes fijados en el OBA (Ensamblaje de Soporte Óptico), una placa base rígida de fibra de carbono. Son dos espectrómetros: el Espectrómetro Mie (nombrado por la dispersión del mismo nombre, que hace referencia a la dispersión de la luz por partículas mayores que la longitud de onda de la luz, en esencia es lo que hace que las nubes sean blancas) se basa en un interferómetro (tipo Fizeau) que emplea dos placas parcialmente reflectoras (separadas 68.5 milímetros) en el que se induce una inclinación proporcionando una dispersión espectral lineal. En este sistema, la señal recibida crea un margen lineal, cuya posición está determinada por el efecto Doppler inducido por la dirección del viento. Todo esto es recogido por un tipo de detector CCD (conocido como ACCD) que tiene una sección de imagen (16 x 16 pixels) y una sección de memoria (25 líneas); y el Espectrómetro Rayleigh (por la dispersión del mismo nombre, que se refiere a la dispersión de la luz por las moléculas del aire, como el nitrógeno y el oxígeno, y que es responsable del azul del cielo) es un etalón doble de tipo Fabry-Pérot, en el que la luz recogida por el telescopio pasa por un polarizador hacia uno de los dos etalón, que recoge el componente espectral de la luz que le ha llegado, mientras que el resto es reflejado a otro polarizador, y de ahí, a otro etalón. Las salidas de los dos etalón se enfocarán en un ACCD formando dos puntos. Además de detectar la reflexión provocada por la dispersión Rayleigh, este espectrómetro está preparado para obtener perfiles de aerosoles atmosféricos. Todo el sistema ALADIN pesa unos 480 kg., la masa seca del satélite es de 1.100 kg., y una vez a plena carga en el momento del lanzamiento declarará un desplazamiento de 1450 kg.

ADM-Aeolus ha sido diseñado para ser lanzado en una amplia variedad de lanzadores medios y ligeros, y el seleccionado al final fue el polivalente Vega europeo. El lanzamiento se producirá desde el Puerto Espacial de la Guayana Francesa en Kourou el 21 de agosto. Una vez completado todo el proceso, y tras las maniobras del satélite posteriores a su liberación, se encontrará en una órbita cercana a la línea amanecer-anochecer, casi polar, sincrónica solar, a 320 km. de altitud sobre la Tierra.

Como ya hemos dicho, el aire es un fluido que está en continuo movimiento, lo que no hemos dicho es que dependiendo de la altitud la velocidad cambia, pero también dependiendo de la latitud. Pero más que nada como en otros ámbitos del sistema terrestre, depende de la energía solar que entre. Como las regiones ecuatoriales reciben más luz solar, esto empieza a manejar los vientos llevando esa energía hacia los polos, donde este aire calentado se enfría, para luego volver a las zonas ecuatoriales a volverse a calentar. Algo así como la circulación oceánica se da en la atmósfera. Se suele explicar la circulación atmosférica en células y corrientes de chorro. Tenemos las células Polares, células Ferrel y células Hadley, y las corrientes polares y subtropicales. Pero es que además, por la llamada fuerza Coriolis, los vientos fluyen generalmente en dirección a la derecha en el hemisferio norte, y a la izquierda en el sur. Todo el movimiento del aire (el viento, para entendernos) está equilibrado por la diferencia de presión atmosférica, dividida en los ciclones (aire caliente en elevación) y anticiclones (aire frío descendente), variando solo cuando toca una zona con una distinta presión. Sobre las corrientes de chorro, son fajas estrechas de aire moviéndose a muy altas velocidades extendiéndose miles de km. de largo, pero pocos de ancho, actuando como fronteras entre masas de aire de distinta temperatura, de ahí la separación de las células, salvo en el ecuador. Por su parte, las células manejan la circulación. Las células Hadley (extendiéndose hasta 30º latitud norte y sur, y separadas por la Zona de Convergencia Intertropical, ITCZ, situada sobre el ecuador terrestre) están caracterizadas por un flujo ascendente del aire cerca de la superficie en bajas latitudes, y uno descendente a altas latitudes. Las células Ferrel (entre 30º y 60º latitud norte y sur) equilibran el transporte entre las células Hadley y las polares, y las corrientes de chorro suelen estar encajadas entre estas células, aunque en las veces en que las Ferrel y las Hadley se mezclan en ciertas latitudes, a éstas se las conocen como Latitudes Horse. Por su parte, las células polares manejan la circulación en las regiones polares. Como podéis ver, el viento no soplará con la misma intensidad en dos puntos distintos, ni a dos altitudes distintas, por lo que ADM-Aeolus apunta a recoger perfiles de viento globales, es decir, la velocidad y dirección del viento dependiendo de la altitud.

Una vez situado en posición, y tras acabar el periodo de puesta a punto de tres meses, ADM-Aeolus no apuntará su ALADIN a la vertical terrestre; lo hará con una inclinación de 35º fuera de la vertical en dirección antisolar. Esto se hace para optimizar la recepción de las señales láser emitidas por el instrumento y reflejadas por la atmósfera. Para obtener el perfil de viento, ALADIN emitirá una ráfaga de disparos láser de 7 segundos de duración, lo que le permitirá cubrir 50 km. de longitud completando unas 700 mediciones. Entre ráfaga y ráfaga el satélite se trasladará en su órbita lo suficiente como para dejar un hueco entre mediciones de 200 km. La órbita se ha diseñado de tal manera que tiene un ciclo de repetición de 7 días, por lo que cada semana volverá al mismo punto. Para medir realmente los dos parámetros se emplea el efecto Doppler, en concreto, este fenómeno en las dispersiones a las que es sensible ALADIN. De esta forma, mientras el láser emite en una longitud de onda muy concreta continuamente, tanto las moléculas de aire como las partículas de aerosol o las gotas de agua en las nubes provocan que la reflexión de vuelta al instrumento tenga distinta frecuencia. A partir de este desplazamiento Doppler provocado por la 
atmósfera, se podrán generar los perfiles de viento, y en cada segmento de 50 km., hacer una media de la velocidad y la dirección del viento. A partir de las mediciones que obtenga, el proyecto espera conseguir: medir perfiles de viento globales hasta una altitud de 30 km.; medir el viento a una exactitud de 1 metro por segundo hasta una altitud de 2 km. sobre la superficie; medir el viento con una exactitud de 2 metros por segundo hasta 16  km. de altitud; determinar la velocidad media del viento sobre marcas de 50 km.; y medir 120 perfiles de viento por hora. Toda la información que recoja será transmitida una vez por órbita (90 minutos aproximadamente) a la estación de tierra en Svalbard, Noruega. La misión primaria durará un máximo de tres años.

Una vez los datos en el centro de control, y tras un rápido procesado, serán transmitidos a las agencias meteorológicas para que puedan hacer buen uso de ellos. De esta forma, todo el sistema se ha diseñado para ser lo más rápido posible en la entrega de productos científicos, de manera que puedan incluirse en los modelos de predicción meteorológica numérica. Esta información traerá beneficios en cuanto a pronosticar eventos extremos de la meteorología. Pero la ciencia también hará uso amplio de la información que proporcione ADM-Aeolus para hacer estudios climatológicos, principalmente para saber cómo trabaja la atmósfera, ayudando a predecir hacia donde puede ir el Cambio Climático.

Si la misión tiene éxito, es probable que instrumentos como ALADIN se popularicen y acaben en satélites meteorológicos operacionales, lo que traerá grandes beneficios tanto a la ciencia como a la meteorología. Como pionero en esta técnica, ADM-Aeolus será sin duda la referencia con quien comparar. Suerte.

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