Phoenix, un tributo

viernes, 9 de abril de 2021

El sistema solar exterior

Hace tiempo (pero MUCHO, podéis comprobarlo) empezamos a hablar del sistema solar el general, arrancando con el sistema solar interior, los asteroides y los cometas. Prometimos hablar del sistema exterior y más allá, pero entre pitos y flautas, se nos ha pasado. Bueno, decidiendo retomar las costumbres antiguas, pues lo mejor es continuar donde lo dejamos, atravesando el cinturón de asteroides.

Tras cruzar la línea divisoria del sistema solar, cruzamos hasta el sistema solar exterior. Allí, nos encontramos toda una colección de mundos, más grandes más pequeños, sólidos, gaseosos, incluso líquidos. Nuestra


primera parada es el hermano mayor del sistema, Júpiter. El planeta más grande del sistema solar, por masa posee 2.5 veces la del resto. Es una inmensa bola de gases, mayormente hidrógeno y helio, con un diámetro ecuatorial de casi 143.000 km., y uno polar de casi 134.000 km. Dista del Sol una media de 778 millones de km., y tarda en orbitarlo en 11.86 años, mientras que su rotación, calculada por sus señales magnéticas, es de casi 10 horas. Si es famoso, es por su apariencia externa, de cinturones y bandas, con unas franjas marrones y otras blanquecinas, mientras los polos tienden a un tono más grisáceo. Más allá de las imágenes estáticas, su atmósfera es muy activa, estando en continuo movimiento. Tan activa, que cuenta con diversos ciclones que son, en realidad, anticiclones, siendo el más famoso la Gran Mancha Roja, cuya primera observación puede datar del año 1665. Casi como un ojo, esta gran formación contrarrotante es mayor incluso que la Tierra, y su color, más anaranjado que rojo, bien podría ser una “quemadura” solar. Júpiter es un planeta de extremos: un poderosísimo cinturón de radiación emisor de radio, un campo magnético que es la estructura más grande del sistema solar (si la viésemos desde la Tierra, sería cinco veces mayor que la Luna llena), sobrepasando incluso la órbita de Saturno. Aunque no lo parezca, sí tiene anillos, pero la escasa inclinación de su eje de rotación (1.3º) nos impide verlos. En cuanto

satélites, es un festival, con 79 en su última cuenta, pero los cuatro que importan son los galileanos. Si Júpiter también es especial es porque cuenta con el primero, tercero, cuarto y sexto satélites más grandes del sistema solar, y todos con su propia personalidad: Ganímedes con su campo magnético, Calixto por su oscura superficie y sus cráteres, Europa por su más que probable océano bajo su costra de hielo, e Io por sus potentísimos volcanes. Tenemos suerte porque todavía está allí la  bella dama del espacio, la sonda Juno, revelándolos sus fascinantes secretos, y no os durmáis, porque esta década despegarán dos misiones hacia allí, primero la europea JUICE, y después la americana Europa Clipper. La continuidad, así, está casi asegurada.


Alejándonos hasta unos 1.400 millones de km. de Helios, unas 9.6 unidades astronómicas, nos encontramos a la joya del sistema solar, Saturno. ¿Qué podemos decir de este planeta? fácil: si hubiera un océano lo bastante grande sobre el que lanzarlo, flotaría. Así es, porque su densidad es más baja que la del agua. Es un planeta no mucho más pequeño que Júpiter, con un diámetro ecuatorial de casi 121.000 km., mientras que el polar no llega a los 109.000 km., siendo el planeta más achatado del sistema solar. La causa es su rotación. Se sabe que es rápida, pero ha sido extraordinariamente difícil saber cuánto dura, con el último cálculo deparando 10 horas, 33 minutos y 38 segundos, pero con márgenes de error de entre un minuto y medio y dos, porque su campo magnético es tirando a peculiar. El planeta tarda en orbitar el Sol en 29.46 años, tan lento que mucho le apodan el “perezoso”, y su eje de rotación está algo más inclinado que el terrestre, con un ángulo de 25.44º con respecto a la vertical. Los componentes de su atmósfera no difieren mucho de los de Júpiter, con predominio del hidrógeno y el helio, y añadiendo a la mezcla rastros de metano, amoniaco, y otros componentes. Su atmósfera, en apariencia, es distinta a la joviana, por su apariencia apagada. En realidad, es una suerte de neblina que esconde la dinámica atmosférica, que puede llegar a alcanzar vientos de muy alta velocidad, de hasta 550 km/h. Por si fuera poco, en su polo norte hay una estructura de forma hexagonal. La mayor característica son, por supuesto, los anillos. Los primeros reconocidos como tal, si bien desde lejos son cuatro

estructuras con una subdivisión interna (de fuera hacia dentro, son los C, B, A y D), vistos desde cerca, con miles de anillos pequeñísimos. Su edad, depende del estudio: o tan viejos como el sistema solar, o muy modernos, en la escala temporal del universo. Lo cierto es que son estructuras fascinantes, que rotan alrededor de Saturno al igual que sus satélites, y que se mantienen en posición gracias a la gravedad del planeta y sus satélites, que aquí son, de momento 82. ¿Cuál destacar de todos estos? Depende de lo que busques. ¿Uno con forma de esponja? Hiperión. ¿Un Ying-Yang cósmico? Japeto. ¿Lo más parecido a la Estrella de la Muerte? Mimas. Podríamos seguir, pero el que destaca

por encima es su más grande luna, el satélite gigante de Saturno y el segundo del sistema solar por tamaño, Titán, el único con una atmósfera sustancial, líquido en su superficie y un montón de cosas pintorescas. Con la misión Cassini tristemente concluida, ahora nos toca esperar al 2027 a que la NASA lance Dragonfly, cuyo destino es precisamente el satélite gigante, para estudiarlo tanto desde el suelo como desde el aire. Cuánto queda que esperar…

Hasta 1789, Saturno era el límite del sistema solar, hasta que se descubrió el séptimo planeta. El inexpresivo Urano está lejos, lejísimos, distando de Helios casi 2.900 millones de km., o 19.2 unidades astronómicas. Es un planeta que destaca por una atmósfera azul verdoso, y casi todo lo que sabemos nos lo entregó Voyager 2. Es mucho más pequeño que

sus otros hermanos, con un diámetro ecuatorial de 51.118 km., y uno polar de 49.946 km. Le llamamos inexpresivo porque es, en esencia, una bola opaca, más que Saturno, y sólo usando falso color vemos las distintas estructuras de su atmósfera, que está compuesta no sólo por hidrógeno y helio, también por una apreciable cantidad de metano, que es la causa de su color atmosférico, pero además cuenta con una proporción mucho mayor de material helado, en forma de amoniaco, agua, hidrosulfuro de amoniaco, y otros. Por esta causa, a Urano se le conoce como un gigante de hielo. Su órbita dura 84 años, y su rotación es de algo más de 17 horas. El aspecto más peculiar de Urano es su inclinación axial, de 98º, lo que significa que, visto desde la distancia, el planeta, en partes de su órbita, va como rodando. Pero si curiosa es su inclinación, más todavía es su campo magnético. No sólo está desviado unos 60º del de rotación, también está descentrado. Así mientras el planeta rueda por su órbita, la magnetosfera planearía se va retorciendo como por un efecto de sacacorchos. A la pregunta de si tiene anillos, la respuesta es un rotundo , pero, curiosamente, son los más oscuros del sistema solar, hasta 13 rodeando el planeta, estando en su plano ecuatorial, lo que hace que el planeta casi parezca una diana. Y en cuanto a

satélites, ¿qué? Hasta la fecha, se han encontrado 27, siendo los más interesantes, que sepamos, los cinco más grandes, y naturalmente los primeros descubiertos: Miranda, Ariel, Umbriel, Titania y Oberón, el primero en particular por su accidentada geografía. Para su examen en profundidad, no soñéis con misiones de nombres poéticos o acrónimos complicados. No hay nada más que propuestas de mandar algo allá. Es cierto que se habló de mandar a Cassini a sobrevolarlo para terminar su misión extendida, pero esa posibilidad se descartó por completo.


Casi tan olvidado como Urano está nuestro siguiente destino. Separado de Helios por 4.500 millones de km, o unas 30 unidades astronómicas de espacio, nos encontramos la maravilla azul, Neptuno. Así, la única información tomada desde cerca es la que recogió, también, Voyager 2. De un azul aún más intenso que el de Urano, todos se pensaban que sería un idéntico mundo inexpresivo, pero se equivocaron, porque Neptuno es hogar de unos vientos muy potentes, y cuenta con una atmósfera muy movida. Su diámetro ecuatorial es de 49.528 km., mientras que el polar no es muy distinto, de 48.682 km. Un año en Neptuno son 164.4 terrestres, y un día son 16 horas y 6 minutos. Neptuno tiene la distinción de ser el único planeta descubierto a base de lápiz y papel, y confirmado por observación directa. Bien, su atmósfera es, en esencia, similar a la de Urano, con hidrógeno y helio, con menor concentración del primero y mayor del segundo, así como una apreciable cantidad de metano, y gran cantidad de material helado, muy similar a su hermano mayor, pero contando también con metano helado. Es este componente la razón de su intenso color azul. En cuanto al por qué tiene una atmósfera tan activa, es por una potente fuente de calor interna, algo de lo que Urano carece, moviendo las distintas capas a velocidades de hasta 2200 km/h. También llaman la atención las manchas oscuras, que aunque, en un primer momento se las emparejó con las jovianas, no tienen nada que ver, porque son una suerte de depresiones que se abren en las capas altas y permiten ver la capa que hay debajo. A diferencia de la Gran Mancha Roja joviana, las manchas oscuras de Neptuno son mucho más efímeras, y a lo largo de la vida del telescopio Hubble se ha visto la aparición y desaparición de unas cuantas, tanto en su hemisferio norte como en el sur. Se le suponen estaciones, gracias a su inclinación axial de 28.3º. También cuenta con una magnetosfera peculiar, pero no tanto como la de Urano. También está muy desviada con respecto al eje de rotación, unos 47º, y también desviada del centro del planeta por razones

todavía desconocidas, por lo que se generan también estructura particulares. En cuanto a sus anillos, se acepta que hay tres, llamados en honor a los descubridores del planeta: Adams, Le Verrier y Galle, un inglés, un francés y un alemán, casi como un chiste. Cuenta con, de momento, 14 lunas, y la más llamativa de todas es la más grande, Tritón. Por tamaño, es el séptimo satélite más grande del sistema solar, y es único porque orbita alrededor de Neptuno de forma retrógrada. Cuando la observamos, su superficie era algo único en el sistema solar, con formaciones realmente extrañas, volcanes de hielo, y un casquete polar de nitrógeno helado. Por si faltara poco, también cuenta con una delgadísima atmósfera de nitrógeno. Si hay un sitio que investigar, es este satélite, y es el objetivo de la propuesta Trident del programa Discovery. No os emocionéis, como propuesta, bien podrían hacerla caer y quedarnos sin esta visita.


Y por último, el errante país de los muertos. Así se calificó a Plutón, el más lejano, y el más pequeño de los nueve planetas del sistema solar, y no hagáis caso de lo que digan: Plutón ES planeta. Lo que sabemos de él y sus cinco satélites viene, por lo general, de una sola visita, la de New Horizons. Plutón es el planeta con corazón, una bola de hielo de nitrógeno y metano que dista del Sol 39.5 unidades astronómicas, es decir, 5900 millones de km., recorriendo la órbita más excéntrica e inclinada de todos los planetas, con un perihelio que le lleva a estar más cercano a Helios que Neptuno, y girando alrededor de nuestra estrella, con inclinaciones superiores a los 17º con respecto a la eclíptica. Si interesante es esto, sus otras efemérides también son dignas de mención, con un día de 6.3 días terrestres, y una inclinación axial de casi 123º con respecto a la vertical. Más rarezas: su mayor satélite, Caronte, tarda en orbitar Plutón en el mismo tiempo que tarda el planeta en girar sobre sí mismo, lo que significa que sólo puede verse en un hemisferio. Y si os sabe a poco, ambos cuerpos giran alrededor de un baricentro que está situado más allá del planeta. El diámetro de

Plutón es de 2.376 km., y su superficie es igual que variada que la de Tritón, con casquetes de nitrógeno helado, formaciones de dunas, terrenos sin explicación, y unas regiones oscuras dominadas por el hielo de metano. Su exosfera, también de nitrógeno, no solo proporciona un asombroso cielo azul, también posee nubes, o así. No busquéis anillos, no los hay, y en cuanto a magnetosfera, a saber. Pero sí tiene cinco satélites, cada cual más peculiar, empezando por el grandísimo Caronte, del tamaño de la mitad de Plutón, y dominado por esa mancha rojiza. El resto más pequeños, son más exteriores, y no sólo orbitan alrededor de Plutón, también se bambolean mientras rotan, haciéndoles impredecibles. ¿Podría haber una nueva investigación sobre Plutón? Eso es lo que se está intentando, pero no la esperéis pronto. ¿Si nos gustaría? No hace falta ni mencionarlo.

Ya estamos casi de salida del sistema solar, listos para adentrarnos en los gélidos confines de nuestra parcela cósmica. Preparaos, y tened paciencia.

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