Hace tiempo (pero MUCHO, podéis
comprobarlo) empezamos a hablar del sistema solar el general, arrancando con el
sistema solar interior, los asteroides y los cometas. Prometimos hablar del sistema
exterior y más allá, pero entre pitos y flautas, se nos ha pasado. Bueno,
decidiendo retomar las costumbres antiguas, pues lo mejor es continuar donde lo
dejamos, atravesando el cinturón de asteroides.
Tras cruzar la línea divisoria
del sistema solar, cruzamos hasta el sistema solar exterior. Allí, nos
encontramos toda una colección de mundos, más grandes más pequeños, sólidos,
gaseosos, incluso líquidos. Nuestra
primera parada es el hermano mayor del
sistema, Júpiter. El planeta más grande del sistema solar, por masa posee 2.5
veces la del resto. Es una inmensa bola de gases, mayormente hidrógeno y helio,
con un diámetro ecuatorial de casi 143.000 km., y uno polar de casi 134.000 km.
Dista del Sol una media de 778 millones de km., y tarda en orbitarlo en 11.86
años, mientras que su rotación, calculada por sus señales magnéticas, es de
casi 10 horas. Si es famoso, es por su apariencia externa, de cinturones y
bandas, con unas franjas marrones y otras blanquecinas, mientras los polos
tienden a un tono más grisáceo. Más allá de las imágenes estáticas, su
atmósfera es muy activa, estando en continuo movimiento. Tan activa, que cuenta
con diversos ciclones que son, en realidad, anticiclones, siendo el más famoso
la Gran Mancha Roja, cuya primera observación puede datar del año 1665. Casi como
un ojo, esta gran formación contrarrotante es mayor incluso que la Tierra, y su
color, más anaranjado que rojo, bien podría ser una “quemadura” solar. Júpiter
es un planeta de extremos: un poderosísimo cinturón de radiación emisor de
radio, un campo magnético que es la estructura más grande del sistema solar (si
la viésemos desde la Tierra, sería cinco veces mayor que la Luna llena),
sobrepasando incluso la órbita de Saturno. Aunque no lo parezca, sí tiene
anillos, pero la escasa inclinación de su eje de rotación (1.3º) nos impide
verlos. En cuanto
satélites, es un festival, con 79 en su última cuenta, pero
los cuatro que importan son los galileanos. Si Júpiter también es especial es
porque cuenta con el primero, tercero, cuarto y sexto satélites más grandes del
sistema solar, y todos con su propia personalidad: Ganímedes con su campo
magnético, Calixto por su oscura superficie y sus cráteres, Europa por su más
que probable océano bajo su costra de hielo, e Io por sus potentísimos
volcanes. Tenemos suerte porque todavía está allí la bella dama del espacio, la sonda Juno, revelándolos sus fascinantes
secretos, y no os durmáis, porque esta década despegarán dos misiones hacia
allí, primero la europea JUICE, y
después la americana Europa Clipper. La
continuidad, así, está casi asegurada.
Alejándonos hasta unos 1.400
millones de km. de Helios, unas 9.6 unidades astronómicas, nos encontramos a la
joya del sistema solar, Saturno. ¿Qué podemos decir de este planeta? fácil: si
hubiera un océano lo bastante grande sobre el que lanzarlo, flotaría. Así es,
porque su densidad es más baja que la del agua. Es un planeta no mucho más
pequeño que Júpiter, con un diámetro ecuatorial de casi 121.000 km., mientras
que el polar no llega a los 109.000 km., siendo el planeta más achatado del
sistema solar. La causa es su rotación. Se sabe que es rápida, pero ha sido
extraordinariamente difícil saber cuánto dura, con el último cálculo deparando
10 horas, 33 minutos y 38 segundos, pero con márgenes de error de entre un
minuto y medio y dos, porque su campo magnético es tirando a peculiar. El planeta
tarda en orbitar el Sol en 29.46 años, tan lento que mucho le apodan el “perezoso”,
y su eje de rotación está algo más inclinado que el terrestre, con un ángulo de
25.44º con respecto a la vertical. Los componentes de su atmósfera no difieren
mucho de los de Júpiter, con predominio del hidrógeno y el helio, y añadiendo a
la mezcla rastros de metano, amoniaco, y otros componentes. Su atmósfera, en
apariencia, es distinta a la joviana, por su apariencia apagada. En realidad,
es una suerte de neblina que esconde la dinámica atmosférica, que puede llegar
a alcanzar vientos de muy alta velocidad, de hasta 550 km/h. Por si fuera poco,
en su polo norte hay una estructura de forma
hexagonal. La mayor característica
son, por supuesto, los anillos. Los primeros reconocidos como tal, si bien
desde lejos son cuatro
estructuras con una subdivisión interna (de fuera hacia
dentro, son los C, B, A y D), vistos desde cerca, con miles de anillos
pequeñísimos. Su edad, depende del estudio: o tan viejos como el sistema solar,
o muy modernos, en la escala temporal del universo. Lo cierto es que son
estructuras fascinantes, que rotan alrededor de Saturno al igual que sus
satélites, y que se mantienen en posición gracias a la gravedad del planeta y
sus satélites, que aquí son, de momento 82. ¿Cuál destacar de todos estos? Depende
de lo que busques. ¿Uno con forma de esponja? Hiperión. ¿Un Ying-Yang cósmico?
Japeto. ¿Lo más parecido a la Estrella de la Muerte? Mimas. Podríamos seguir,
pero el que destaca
por encima es su más grande luna, el satélite gigante de
Saturno y el segundo del sistema solar por tamaño, Titán, el único con una
atmósfera sustancial, líquido en su superficie y un montón de cosas
pintorescas. Con la misión Cassini
tristemente concluida, ahora nos toca esperar al 2027 a que la NASA lance Dragonfly, cuyo destino es precisamente
el satélite gigante, para estudiarlo tanto desde el suelo como desde el aire. Cuánto
queda que esperar…
Hasta 1789, Saturno era el límite
del sistema solar, hasta que se descubrió el séptimo planeta. El inexpresivo
Urano está lejos, lejísimos, distando de Helios casi 2.900 millones de km., o
19.2 unidades astronómicas. Es un planeta que destaca por una atmósfera azul
verdoso, y casi todo lo que sabemos nos lo entregó Voyager 2. Es mucho más pequeño que
sus otros hermanos, con un
diámetro ecuatorial de 51.118 km., y uno polar de 49.946 km. Le llamamos
inexpresivo porque es, en esencia, una bola opaca, más que Saturno, y sólo
usando falso color vemos las distintas estructuras de su atmósfera, que está
compuesta no sólo por hidrógeno y helio, también por una apreciable cantidad de
metano, que es la causa de su color atmosférico, pero además cuenta con una
proporción mucho mayor de material helado, en forma de amoniaco, agua,
hidrosulfuro de amoniaco, y otros. Por esta causa, a Urano se le conoce como un
gigante de hielo. Su órbita dura 84 años, y su rotación es de algo más de 17
horas. El aspecto más peculiar de Urano es su inclinación axial, de 98º, lo que
significa que, visto desde la distancia, el planeta, en partes de su órbita, va
como rodando. Pero si curiosa es su inclinación, más todavía es su campo
magnético. No sólo está desviado unos 60º del de rotación, también está descentrado.
Así mientras el planeta rueda por su órbita, la magnetosfera planearía se va
retorciendo como por un efecto de sacacorchos. A la pregunta de si tiene
anillos, la respuesta es un rotundo
SÍ, pero, curiosamente, son los más oscuros
del sistema solar, hasta 13 rodeando el planeta, estando en su plano ecuatorial,
lo que hace que el planeta casi parezca una diana. Y en cuanto a
satélites, ¿qué?
Hasta la fecha, se han encontrado 27, siendo los más interesantes, que sepamos,
los cinco más grandes, y naturalmente los primeros descubiertos: Miranda,
Ariel, Umbriel, Titania y Oberón, el primero en particular por su accidentada
geografía. Para su examen en profundidad, no soñéis con misiones de nombres
poéticos o acrónimos complicados. No hay nada más que propuestas de mandar algo
allá. Es cierto que se habló de mandar a
Cassini
a sobrevolarlo para terminar su misión extendida, pero esa posibilidad se descartó
por completo.
Casi tan olvidado como Urano está
nuestro siguiente destino. Separado de Helios por 4.500 millones de km, o unas
30 unidades astronómicas de espacio, nos encontramos la maravilla azul, Neptuno. Así, la
única información tomada desde cerca es la que recogió, también, Voyager 2. De un azul aún más intenso
que el de Urano, todos se pensaban que sería un idéntico mundo inexpresivo,
pero se equivocaron, porque Neptuno es hogar de unos vientos muy potentes, y
cuenta con una atmósfera muy movida. Su diámetro ecuatorial es de 49.528 km.,
mientras que el polar no es muy distinto, de 48.682 km. Un año en Neptuno son
164.4 terrestres, y un día son 16 horas y 6 minutos. Neptuno tiene la
distinción de ser el único planeta descubierto a base de lápiz y papel, y
confirmado por observación directa. Bien, su atmósfera es, en esencia, similar
a la de Urano, con hidrógeno y helio, con menor concentración del primero y
mayor del segundo, así como una apreciable cantidad de metano, y gran cantidad
de material helado, muy similar a su hermano mayor, pero contando también con metano
helado. Es este componente la razón de su intenso color azul. En cuanto al por
qué tiene una atmósfera tan activa, es por una potente fuente de calor interna,
algo de lo que Urano carece, moviendo las distintas capas a velocidades de
hasta 2200 km/h. También llaman la atención las manchas oscuras, que aunque, en
un primer momento se las emparejó con las jovianas, no tienen nada que ver,
porque son una suerte de depresiones que se abren en las capas altas y permiten
ver la capa que hay debajo. A diferencia de la Gran Mancha Roja joviana, las
manchas oscuras de Neptuno son mucho más efímeras, y a lo largo de la vida del
telescopio Hubble se ha visto la
aparición y desaparición de unas cuantas, tanto en su hemisferio norte como en
el sur. Se le suponen estaciones, gracias a su inclinación axial de 28.3º.
También cuenta con una magnetosfera peculiar, pero no tanto como la de Urano. También
está muy desviada con respecto al eje de rotación, unos 47º, y también desviada
del centro del planeta por razones
todavía desconocidas, por lo que se generan
también estructura particulares. En cuanto a sus anillos, se acepta que hay
tres, llamados en honor a los descubridores del planeta: Adams, Le Verrier y
Galle, un inglés, un francés y un alemán, casi como un chiste. Cuenta con, de
momento, 14 lunas, y la más llamativa de todas es la más grande, Tritón. Por tamaño,
es el séptimo satélite más grande del sistema solar, y es único porque orbita
alrededor de Neptuno de forma retrógrada. Cuando la observamos, su superficie
era algo único en el sistema solar, con formaciones realmente extrañas,
volcanes de hielo, y un casquete polar de nitrógeno helado. Por si faltara
poco, también cuenta con una delgadísima atmósfera de nitrógeno. Si hay un
sitio que investigar, es este satélite, y es el objetivo de la propuesta
Trident del programa Discovery. No os
emocionéis, como propuesta, bien podrían hacerla caer y quedarnos sin esta
visita.
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