Hoy hemos decidido regresar a una de nuestras Gigantes, y lo hacemos
por dos razones: por el día que es, y porque merece plenamente nuestra
atención. Hemos consultado manuales, libros sobre la materia, incluso alguna
enciclopedia. Por supuesto, hablando de Marte y su temprana exploración, se
menciona a Mariner 4 como la primera
en llegar, y a las Viking por su
rotundo éxito y su fiasco al no encontrar vida (aunque esto, hay que
recordarlo, sigue siendo hoy objeto de debate). Claro está, también se menciona
lo moderno: Mars Pathfinder, los MER, Curiosity,
e incluso Mars Express. Pero hay un
hueco. Nosotros lo llenaremos.
Mariner 4 dejó al mundo de
la astronomía en shock. Toda la literatura, todos los artículos científicos,
todas las presentaciones, todas las conferencias, hablaban de Marte como un
vergel, o así. Con Venus descartado por ser un horno a presión, algo que
descubrió
Mariner 2, las esperanzas
estaban puestas en el planeta rojo, y lo estaban desde los tiempos del
astrónomo Giovanni Schiaparelli, cuando afirmó de la existencia de
Canali en su superficie, algo que la
prensa de la época retorció y se refirió a ellos como canales. Luego le tocó a
Percival Lowell ampliar y magnificar el asunto de los canales marcianos,
llegando a afirmar que, allí, las temperaturas eran como las del sur de
Inglaterra. Pero la primera misión en llegar y tomar imágenes y datos demostró
que para nada había canales sino cráteres por doquier, y su atmósfera resultó
tan tenue, que resultaría imposible la existencia de agua corriendo por la
superficie. Muchos científicos desearon, en ese momento, tirar la toalla de la
exploración marciana, pero otros persistieron.
Mariner 4 sólo había mostrado una muestra diminuta de la superficie
del planeta. El resto podría ser muy distinto.
Mariner 6 y Mariner 7 hicieron su indagación cuatro
años después, y con instrumentación inmensamente mejorada, especialmente sus
cámaras, se confirmó el gélido y craterizado panorama. Sin embargo, alguna de
las imágenes retornadas por la doble misión mostraron algo más: los científicos
lo llamaron terreno caótico, en el que toda señal del antiguo paisaje había
sido arrasado, de manera repentina y brusca. ¿Qué había pasado? Con
sobrevuelos, obviamente, no se podía hacer mucho más. Se necesitaba dar el
siguiente paso.
El programa
Mariner, con dos
excepciones, mandaba las sondas en pares, de forma que, si una se perdía, aún
existía una segunda que pudiera cumplir su misión. Hasta había una tercera, de
reserva, en caso de la pérdida de las dos iniciales. Sus diseños eran idénticos
y, con el tiempo, evolucionaron a medida que avanzaba la tecnología. Las dos
Mariner de 1969 eran versiones mejoradas
de su antecesora marciana,
Mariner 4.
Por lo tanto, continuando la fórmula, las misiones para la siguiente
oportunidad, el proyecto
Mariner Mars
1971, eran muy similares a las anteriores, pero con importantes cambios.
Antes de sus lanzamientos, se las conocía
como
Mariner H y
Mariner I,
manteniendo su ADN, con un bus central, cuatro paneles solares, y una
plataforma de instrumentos móvil. No es cuestión de volver a comentar sus
tripas, complicadas y ahora absolutamente arcaicas tripas, pero sí podemos
mencionar que contaba con dos importantes cambios. El primero era la
instalación de un motor principal particularmente potente y sus depósitos de
combustible, oxidante y presurizante. Era pivotante, para proporcionar el
empuje de forma efectiva, y capaz de hasta cinco reencendidos durante su vida
útil. Ocupaba el lugar anteriormente usado para alojar la antena de alta
ganancia, trasladada a uno de los laterales de la plataforma. La otra mejora
era su ordenador, más capaz que el de sus antecesoras, más flexible para
responder con efectividad ante situaciones imprevistas. En cuanto a la
instrumentación, casi todo era repetido, con las cámaras (campo ancho y alta
resolución) recibiendo nuevos sensores vidicon más sensibles, espectrómetro (de
nuevo diseño) y radiómetro infrarrojos, espectrómetro ultravioleta, y los
experimentos de radio ocultación y mecánica celeste. Su masa antes del
lanzamiento era de casi una tonelada.
Cada veintiséis meses se abre una ventana para lanzar misiones a Marte.
A ver, se podría lanzar cuando se quisiera, pero en ese plazo, Marte y la
Tierra llegan a la oposición, lo que significa que, al lanzar un objeto en dirección
al planeta rojo, no sólo tardarán menos, sino que también con economía de
combustible. Hay mejores oposiciones que otras, y la que hubo en 1971 era la
mejor que se tuvo desde que se abrió la era espacial. Resultaba ideal para enviar
misiones pesadas con un gasto mínimo de combustible y, sobre todo, para llegar
antes. Las dos sondas del programa Mariner
Mars 1971 no fueron las únicas, como ya hemos contado en diversas
ocasiones: la Unión Soviética construyó tres, dos de ellas equipadas con
módulos de descenso para las primeras exploraciones in situ de la superficie
marciana.
La NASA ideó el proyecto para que tuvieran misiones complementarias
entre sí: Mariner H se encargaría,
desde su órbita de 1250 x 17300 km y ochenta grados de inclinación (doce horas
de tiempo orbital), de cartografiar, durante noventa días, hasta el setenta por
ciento de la superficie marciana; Mariner
I, por su parte, usando una órbita de 850 x 28600 km e inclinada cincuenta
grados con respecto al ecuador marciano (veinte horas y media de órbita)
observar rasgos variables en zonas seleccionadas de manera repetida cada cinco
días y seis órbitas.
Mucho prometía, pero la ventana pronto resultó hostil a las dos
primeras misiones. En el frente soviético, el lanzamiento de la primera fue
bien, hasta que cuando llegó el momento del encendido final de la etapa superior,
ésta no lo hizo. Ya lo explicamos: fue un error de codificación en el que
ordenaba el encendido no para hora y media tras el lanzamiento, sino AÑO y
medio. Eso significó que la sonda, designada
Kosmos 419, terminó reentrando en la atmósfera. Con
Mariner H, el problema fue semejante,
aunque fue más una avería que un error de código. En cuanto el núcleo
Atlas se separó para dejar la misión a
la etapa superior
Centaur, ésta
sufrió un cortocircuito en un elemento del sistema de guiado, el amplificador
de uno de los giróscopos, anulando este componente. Sin él, la etapa empezó a
bambolear mientras los motores cumplían su función y, cien segundos después de
arrancar, los motores se apagaron, más por falta de combustible que por otra
cosa. También acabó regresando a la Tierra, a más de quinientos kilómetros del
norte de la isla de Puerto Rico. El resto, incluida nuestra protagonista,
Mariner I, o
Mariner 9 tras su despegue (previsto inicialmente para el 17 o 18
de mayo, se pospuso al treinta para una revisión integral del lanzador), se
pusieron en marcha sin más contratiempos.
El viaje a Marte fue relativamente tranquilo. Estaban previstas dos
maniobras correctoras, una a los pocos días del despegue, y la segunda unos
diez días antes de la inserción orbital. La primera se ejecutó el cuatro de
junio, con éxito, y tras los análisis del encendido y la trayectoria posterior,
se decidió que la maniobra había sido tan precisa, que la segunda era innecesaria.
Sí, fue tranquilo, pero tuvo diversos contratiempos. Preocupante fue
la caída en rendimiento de parte del sistema de comunicaciones, llevando a una
reducción en la señal, caída leve que no bajó por debajo del umbral de peligro.
En caso necesario, había un sistema de reserva, como en casi toda la sonda.
También se detectó un problema en los circuitos del sensor solar. Por un
pequeño error de diseño, las señales generadas causaban que la sonda
reaccionara corrigiendo su actitud, su posicionamiento con respecto al Sol, lo
que obligaba a consumir más gas de nitrógeno de lo calculado en los dos
primeros meses de crucero. Si bien, llegado el mes de agosto, el rendimiento
del sensor, por el aumento de distancia con nuestra estrella, llegó al nivel
normal, lo que redujo la necesidad de recurrir a los propulsores. También, una
válvula levemente fallida llevó a una mínima fuga de nitrógeno, nada serio. y
el dos de noviembre, una partícula de polvo cósmico pasó frente al escáner
estelar de Canopus, lo que llevó a perder su fijación y buscarla, para fijarse
en Sirio. Con los comandos adecuados, recuperó su observación de esta estrella.
Y de camino, adelantó a las sondas soviéticas, Mars 2 y Mars 3, lanzadas
antes que ella.
Los astrónomos mantenían fija su mirada en el planeta. Gracias a su
cercanía, pensaban equiparar sus observaciones telescópicas con las que
obtuviera la sonda. Fue durante los meses de verano cuando algunos empezaron a
ver que, en el hemisferio sur marciano, se empezaban a levantar nubes de polvo,
que cada día se hacían más grandes, más espesas. Unas se juntaron con otras,
hasta formar una inmensa que, en septiembre, engulló completamente el planeta,
dejando visible únicamente su casquete polar sur. Era lo peor que podía pasar:
con una sonda diseñada para observar el planeta sistemáticamente, esa tormenta
lo podía impedir. ¿Cuánto duraría? ¿Dejaría ver algo? Esas eran las dudas
mientras la sonda se iba aproximando al planeta.
Días antes de su inserción orbital,
Mariner 9 hizo como sus antecesoras: capturar imágenes durante su
aproximación. La idea era capturar, en tres sesiones, la revolución del planeta
y, de paso, una imagen de Fobos. Sí, se consiguió, pero el planeta estaba completamente velado por la tormenta. Cualquier posibilidad de comparación con las misiones anteriores y las observaciones terrestres, quedó en nada.
Llegó el día, finalmente, tras ciento sesenta y ocho días de crucero,
y todo quedó preparado. Con los comandos cargados en su ordenador, sólo quedaba
cruzar los dedos, y esperar. Sí, ya habían situado sondas en órbita de la Luna,
la primera la soviética Luna 10 en
abril de 1966, pero esto era distinto. El encendido duraría unos quince minutos
para así poder decelerar la sonda, permitiendo que la gravedad marciana la
capturase. La órbita que debía alcanzar era elíptica, durando doce horas y
media, distando del planeta 1350 km. en el perigeo y 17700 km. en el apogeo.
Una inserción orbital es algo estresante para el equipo en tierra. Al
retardo de las comunicaciones (entre cinco y veinte minutos, dependiendo de la
distancia) está el hecho de que la sonda tiene que pasar tras el planeta, para
emerger al otro lado. La celebración estalló minutos después, porque Mariner 9 consiguió el hito: entrar en
órbita marciana. No sólo se había adelantado a las sondas soviéticas, también
hizo historia porque fue la primera vez que se entraba en la órbita de un
planeta distinto a la Tierra. Un éxito rotundo. Y aún mejor: el análisis de la
trayectoria orbital mostró que el encendido había sido altamente preciso, hasta
el punto que necesitó sólo una de las dos maniobras correctoras previstas,
realizada al día siguiente, con un encendido de seis segundos de su motor
principal. Así, Mariner 9 llegó a su
órbita definitiva, muy distinta a la original prevista para ella, pero diseñada
para cumplir, en lo posible, ambas misiones, de entre 1200 y 16800 km, tardando
casi doce horas en concluirla, e inclinada sesenta y cinco grados con respecto
al ecuador planetario, permitiendo observar hasta el ochenta por ciento del
planeta durante los noventa días que debía durar su misión principal. Y un
beneficio más, porque al motor aún le quedaban dos posibles encendidos que
ejecutar, en caso de querer graduar más la órbita.
La tormenta de polvo estaba en su apogeo. Pero, ¿se podía ver algo del
planeta? Por ello, se ordenó a la sonda activar sus cámaras. La respuesta
resultó inmediata: con las primeras imágenes en tierra, la respuesta era un
rotundo NO. Desde Tierra sólo se veía el casquete polar sur, y
Mariner 9 distinguió cuatro cimas que
sobresalían de la tormenta. Más allá de ahí, nada salvo sombras. Eso significó
apagar las cámaras hasta nueva orden; no tenía sentido observar un planeta que
no mostraba su geografía. Pero hasta que pudo, no estuvo ociosa, porque sus
otras investigaciones sí observaban la atmósfera marciana, capturando valiosos
datos sobre la tormenta de polvo.
¿Qué fue de las dos sondas soviéticas? Ya hemos contado sus destinos.
Mars 2 se insertó en órbita marciana
trece días después de que lo hiciera
Mariner
9, no antes de haber lanzado su módulo de descenso, del que no se supo nada
porque el sistema de descenso y aterrizaje, suponen, no funcionó porque la
sonda entró en un ángulo muy agudo. Con el orbitador preprogramado para
funcionar apenas se insertara en órbita, sus cámaras, a carrete, gastaron mucha
película fotografiando el polvo que cubría el planeta. cinco días después, fue
el turno de
Mars 3, que tampoco fue
muy afortunada: el módulo de descenso, a pesar de llegar bien, apenas pudo
transmitir porque sus emisiones se perdieron segundos después de amartizar,
mientras que el orbitador perdió mucho combustible por una fuga o similar, lo
que obligó a la sonda a adquirir una órbita de casi trece días de duración.
Puesto que sus instrumentos de escaneo remoto se activaban minutos antes de
cada perigeo, sí tuvo tiempo de conseguir imágenes del planeta. si bien estas
misiones proporcionaron información interesante, no se puede comparar con la
máquina de descubrimiento en que se convirtió
Mariner 9
En cuanto la tormenta comenzó a levantarse, las cámaras de
Mariner 9 comenzaron a revelar un
paisaje espectacular que nadie sospechaba:
volcanes inmensos, del tipo en
escudo; una cicatriz enorme; cráteres por doquier… pero sólo en su hemisferio
sur, porque gran parte del norte era, y es, una expansión de terreno vacía; los
restos fosilizados de
cursos de agua, sin afluentes; canales gigantescos de
desbordamiento; observó ambos
casquetes polares, y tomó las primeras imágenes
de los
satélites marcianos. También, a pesar de una resolución máxima de casi
cien metros, observó
campos de dunas, que hoy sabemos que están en movimiento;
importantes diferencias de relieve entre hemisferios; algunos paisajes
volcánicos; y terrenos cuya geografía resultaban de difícil explicación.
Con mayor impacto, las imágenes de la sonda también supusieron un
shock. Casi dando una vuelta de trescientos sesenta grados, se había pasado de
un Marte vivo y húmedo, a uno seco y muerto. Pero
Mariner 9 demostró que el planeta poseía los restos de un pasado
que, sin duda, fue vivo y húmedo. Todas las esperanzas de encontrar vida, de
cualquier forma, se reavivaron tras esta cobertura fotográfica. Una misión que
había superado todas las expectativas, con el propio Marte ayudando al
espectáculo, con una tormenta de polvo que actuó como el telón de una obra de
teatro. Luego, llegaron las sondas
Viking
y, desde 1997, la exploración continua de nuestro planeta vecino, ya desde
órbita, ya desde la superficie, tanto de manera estática como en movimiento.
Todo lo que se sabe ha de tener un punto de partida, y Mariner 9 lo fue en lo que se refiere al
estudio de Marte. Fue el primer vehículo artificial que entró en órbita de un
cuerpo planetario (en Venus se tardarían cuatro años más) y fue la primera
misión que investigó de este modo sistemático un planeta, para producir el
primer mapa planetario jamás compilado de otro cuerpo distinto a la Tierra y la
Luna. Todo lo bueno tiende a acabar, y en el caso de nuestra protagonista, fue
el 27 de octubre de 1972, tal día como hoy hace cincuenta años, cuando el
nitrógeno para controlar su actitud se agotó.
Según se calcula, la sonda ya no existe. Este año, su órbita habrá
caído de tal modo que su perigeo roza la atmósfera de Marte. Así que, es muy
probable que se haya incinerado en ella o, si algo sobrevivió, caído a la
superficie.
Sin duda, las misiones posteriores han sido, y son todavía, muy
importantes. Pero sin Mariner 9, este
baile se habría retrasado mucho tiempo. Por ello, se merece un lugar muy alto
en los libros de historia.
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