Phoenix, un tributo

viernes, 11 de agosto de 2023

El susto

 Ya lo habréis escuchado en las noticias. Si no, lo recordamos: se perdió el contacto con Voyager 2. A ver, cuando se trata de una sonda tan vieja, la que más que funciona actualmente, cualquier estornudo, por así decirlo, provoca titulares internacionales. Sin embargo, no ha sido tan grave como los medios de comunicación nos hicieron creer. Aún más, siempre llegaron tarde a la hora de informar. En fin...

Es obvio: las sondas Voyager están en la auténtica porra de nosotros, más allá de la heliosfera. Son obras maestras de la tecnología... de la década de 1970. Trabajar actualmente con ellas es casi una pesadilla, con códigos obsoletos hace décadas, e instrumentos que, reconozcámoslo, carecen de la resolución de los sistemas actuales. Eso no impide que nos entreguen resultados únicos desde el lugar en el que están. Por eso son tan valiosas.

Una parte integral de un vehículo espacial es su sistema de comunicaciones. Y en el caso de Voyager 2, es casi parte integral de su sistema de orientación. Nos explicamos. Es cierto que la sonda puede estar orientada hacia cualquier sentido pero, si queremos recibir su flujo incesante de datos, mejor que esté apuntando hacia nosotros, y cuánto más lejos, mejor. Es una sonda estabilizada en sus tres ejes, pero que también puede rotar sobre sí misma. Al contar con una antena fija, la sonda rota alrededor del eje de la antena, lo que significa que siempre apunta hacia el interior del sistema solar. En el caso de esta misión, cuenta con dos tipos de antenas: baja ganancia y alta ganancia. La de baja, como habremos explicado alguna vez por aquí, usa toda la potencia de su transmisor para crear un patrón de forma de semiesfera. Lo que significa que irradia toda la información que genera en todas esas direcciones. Si una antena terrestre recoge esta señal, sólo obtendrá una pequeñísima fracción de esa energía, con muy poca cadencia de datos. Esa fue la maldición de Galileo. La de alta, como la parabólica de Voyager 2, usa toda la potencia de su transmisor para generar un haz de comunicaciones muy estrecho y enfocado. Por supuesto, al ser cogido por una antena terrestre, detectará casi toda la señal desde la sonda, incrementando así la cadencia de transmisión y, por ello, de los datos entregados. Pero si resulta que la sonda está a semejante distancia de nosotros, cualquier desvío mínimo supone perder la señal.

Ahora mismo, Voyager 2 esta a casi veinte billones de km. de casa. En términos más sencillos, a 133.4 unidades astronómicas de nosotros. Siguiendo el límite universal de la velocidad de la luz, una señal que nosotros le enviemos tarda 18 horas y 29 minutos. Eso significa que, para recibir respuesta, se tarda prácticamente lo mismo. Pues bien, por si no lo explicaron los medios de comunicación, lo haremos nosotros: el pasado día 21 de julio, como suele ser habitual, se envió un paquete de comandos hacia ella. No sabemos si por error, o por qué, pero entre los comandos había uno que provocó un pequeño cambio de orientación, con la antena apuntando dos grados lejos de la Tierra. Resultado: no podíamos recibir su señal, ni enviar comandos. Se hizo el silencio. Hay que explicar una cosa: cada poco tiempo, la sonda está programada para reorientarse siguiendo la posición de la Tierra con respecto a ella. Ese comando provocó una reorientación prematura, de ahí el problema. La sonda estaba bien, sin embargo.

¿Qué hacer?, se preguntaban en la misión. Podían esperar, sí, a que la sonda se reorientase sola. La siguiente maniobra, eso sí, no ocurriría hasta el 15 de octubre. Mucho tiempo sin datos, la verdad, puesto que no los almacena a bordo como consecuencia de su régimen de energía. Puesto que, dada su posición, sólo el complejo DSN de Canberra es el único que puede contactar con ella, se pusieron a trabajar para intentar dar con la señal desviada de la sonda. Como los otros dos complejos, de California y Madrid, el de Canberra cuenta con varias antenas, siendo el enorme plato de 70 metros de diámetro su oído más sensible, a los que hay que añadir otras de 34 metros. Hace tiempo se ideó una estrategia de conjuntar antenas, por lo que se hacía al complejo mucho más sensible. Y con mejoras recientes, las antenas de 34 metros se acercan en sensibilidad a la más grande. Así, conjuntando antenas, y dirigiéndolas a la posible localización de la señal de la sonda, se inició la búsqueda. Y allí estaba.

Resulta curioso que la prensa anunciara que se había perdido el contacto justo cuando la NASA lo recuperó. A ver, no era la señal total, sino una señal portadora, muy débil, que lo único que nos decía era que seguía funcionando, y seguía en trayectoria. Entonces, ¿la dejamos como está? Decidieron probar una cosa: si conjuntando antenas pudimos recibir la señal,  ¿no sería posible enviar un comando para que se reorientase tal y como estaba el 21 de julio, antes del envío? Eso se decidió y, usando la potencia de las antenas conjuntadas, se "gritó" el comando a Voyager 2. ¿Funcionó?

La exploración espacial ha enseñado paciencia a todos los involucrados. Para recibir respuesta, tuvieron que esperar unas larguísimas 37 horas para recibir, o esperar recibir, la respuesta de que la sonda había recibido el comando, y se había reorientado. Pues bien, el 4 de este mes, las antenas comenzaron a recibir datos científicos y de telemetría de Voyager 2. Todo acabó en un susto.

No debemos despistarnos, sin embargo. ¿Cuánta vida le queda? Como a su gemela, muy poca. Los RTG están casi en las últimas, y eso que se han inventado ideas creativas para maximizar el tiempo que permanecen en funcionamiento. Pero esta década será su canto de cisne, quedándonos con su legado. Mientras sigan allí, pues todo lo que consigan, pues bienvenido será. Sus datos, actualmente, son únicos, y si pensamos en enviar otra sonda hasta allí, donde están, tardaría mucho tiempo en alcanzarlo. 

Lo dicho: susto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario