Phoenix, un tributo

lunes, 7 de julio de 2025

¿Sí, o no?

 Durante los primeros meses de este año, la prensa estalló con titulares. ¿Podría ser que un asteroide se la diera con nosotros en el 2032? Con cada día que pasaba, con cada observación nueva, todo parecía apuntar a una resolución, hasta que... En fin, no mareemos la perdiz.

Empecemos con una pequeña lección: ¿cómo detectamos asteroides hoy en día? Bueno, gracias a multitud de telescopios por todo el mundo. En especial, diversos conjuntos de pequeños telescopios, muchos de ellos robotizados, que cuentan con un gran campo de visión para cubrir de este modo el máximo trozo de cielo posible, dentro de sus posibilidades. Ahí tenemos, por ejemplo, el sistema ATLAS, el PanSTARRS, el Catalina Sky Survey, el Space Surveillance Telescope, o el proyecto LINEAR, entre otros. Digamos que uno de estos telescopios localiza un punto de luz en movimiento entre el fondo de estrellas. De ahí pasa al Minor Planet Center, el hogar de los datos de objetos menores del sistema solar y, a través de sus bases de datos, se comprueba si es un objeto conocido, un vehículo artificial o, en este caso, un nuevo descubrimiento. Si se trata de este último hecho, se solicitará más información, lo que requiere más observaciones para poder computar su órbita, establecer su rotación y su tamaño... Estos datos pasan a sistemas como SentryNEODyS, cuya función es establecer el riesgo (o no) de impacto de un asteroide recién descubierto con la Tierra. Si resulta que estos sistemas establecen una posibilidad de impacto superior al 1%, entonces la IAWN emitirá una alerta, empujando de este modo a los observatorios del mundo a observar este asteroide potencialmente peligroso, para confirmar o, con el tiempo, descartar cualquier riesgo.

Entra el asteroide 2024 YR4. Fue descubierto el 27 de diciembre del 2024, desde la estación del sistema ATLAS en Chile. ¿Por qué esta nomenclatura? No hace falta decir que lo primero es por su año de descubrimiento. Lo siguiente tiene su pequeña miga: la Y indica que fue localizado en la segunda mitad del mes de diciembre, mientras que lo de R4 nos dice que es la asignación provisional número 117 de esa mitad de mes. Los primeros datos orbitales revelaron que este asteroide realizó su máxima aproximación a la Tierra dos días antes de su descubrimiento, pasando a 828.000 km. de nosotros. Lejos, pero demasiado cerca. No sería hasta pasado casi un mes desde su descubrimiento que, con las observaciones acumuladas y los datos en los respectivos sistemas, se alertó de que existía una posibilidad de un 1.3% de que este objeto impactara contra la Tierra el 22 de diciembre del 2032. Por esta razón, la IAWN emitió una circular el 29 de enero de este año, lo que motivó a que los observatorios del mundo fijaran su vista en este asteroide.

Fuente: ESO/O. Hainaut
Aparte de su órbita, es importante conocer al interfecto. Observatorios como el Gran Telescopio de Canarias o el Lowell Discovery Telescope realizaron primeros estudios espectroscópicos del asteroide, revelando que podría ser un tipo-S o sus derivados tipo-L o tipo-K, todos rocosos. Otras observaciones, del Observatorio Gemini, lo sitúan en el tipo-R de asteroides, cercano a Vesta. Mientras, los activos del Observatorio Europeo Austral, como son el VLT y el telescopio de La Silla, ambos en Chile, obtuvieron datos fotométricos, que revelaron un periodo de rotación sin duda rápido, de 19'5 minutos. Aún más, se estableció su forma como alargada, altamente aplanada y, para seguir con el divertimento, rota de forma retrógrada.

Claro, desde que lo descubrimos, teníamos un problema: cada día que pasaba, el asteroide se alejaba de nosotros. Puesto que su tamaño no es precisamente gigante (en aquellos días, su tamaño se estimaba entre los 40 y los 90 metros) eso lo hace muy débil, reflejando relativamente poca luz, entre el 5 y el 25% de la que recibe de nuestra estrella. Esto significa que observatorios gigantes, como el VLT de Cerro Paranal, los telescopios Gemini, el Gran Telescopio de Canarias, los observatorios Keck, el telescopio Subaru, y otros por el estilo son los más capacitados para indagar en un miembro tan pequeño de la familia del sistema solar. Por lo tanto, si estos telescopios son tan escasos, y tienen programas científicos previos, sólo se puede observar el asteroide en todo hueco disponible entre las observaciones ya programadas.

A pesar de todo, con las diversas observaciones fue posible establecer una órbita para 2024 YR4. Así, tiene un perihelio de 0.85 unidades astronómicas, con un afelio de 4.2, necesitando casi cuatro años para completar una órbita inclinada 3.4º con respecto a la eclíptica. Pero estos datos son, a día de hoy, provisionales.

Fuente: ESA
Como ya mencionamos antes, en el momento de la emisión de la circular, el riesgo de impacto se cifraba en el 1.3%. Apenas había pasado una semana cuando, gracias a nuevas observaciones computadas en los diversos sistemas de seguimiento, la cifra acabó aumentando, al 1.8%. Y para el día 18 de febrero, ya estaba en el 2.8%, lo que implicaba superar el porcentaje más alto que se había alcanzado, cuando se calculó un 2.7% para el asteroide Apophis en el 2004. Y no dejó de aumentar, llegando a un pico de 3.1%. Sin embargo, empezaron a llegar datos más precisos, lo que significó reducir la posibilidad a una demasiado baja como para si quiera cuantificarla. Claro, desde el mes de marzo, el número de observatorios que podían verlo se redujo a aquellos con espejos primarios de, mínimo, cuatro metros de diámetro y, desde abril, sólo aquellos de ocho metros en adelante, cada vez menos, como hemos dicho. Aún así, la información proporcionada han permitido reducir la probabilidad a virtualmente cero. ¿Dejamos de estar en riesgo? Sí... y no.

Fuente: NASA, ESA, CSA, STScI, Andy
Rivkin (APL)
Entra en acción el gran telescopio James Webb. ¿Por qué no se ha usado antes? Bueno, como sucede con las instalaciones en Tierra (y con el telescopio Hubble) este potente observatorio espacial tiene un programa que lleva semanas, incluso meses, establecido. Sólo cuando se requieren observaciones de alta prioridad el programa se paraliza para estudios como éste. Y sin duda, su exquisita resolución en el infrarrojo puede darnos información definitiva sobre este pequeño asteroide. En los días 8 y 26 de marzo pasado, esta imponente instalación espacial observó el asteroide con sus sistemas NIRCam y MIRI, permitiéndonos obtener información más definitiva sobre su tamaño: posee un diámetro de unos 60 metros, con un margen de error de siete metros, con un albedo de entre el 8 y el 18%, consistente con un tipo-S de asteroides. Más importante fueron los datos de trayectoria acumulados por esas observaciones, porque si bien descartaron cualquier posibilidad de impacto contra la Tierra... resultó que aumentó las posibilidades de que lo haga contra la Luna, pasando del 1.7% a finales de febrero al 3.8% a finales de marzo. Y su última observación, antes quedar demasiado lejos como para ser observado, y debido a las restricciones de apuntamiento del propio observatorio, realizada en el pasado mes de mayo, provocó que aumentaran las posibilidades de impacto selenita hasta el 4.3%.

Pero, ¿pasará? Eso depende. Y lo hace debido, especialmente, a su siguiente paso cercano a la Tierra, ya en el año 2028. Existe una incertidumbre demasiado grande. 

A pesar de lo mucho que hemos observado el asteroide, la información recogida aún no es suficiente como para confirmar, o descartar, cualquier impacto contra la Luna. A esto hay que sumar lo pequeño que es, de modo que resulta complicado observarlo. La siguiente oportunidad para recabar información será en el 2028, con una máxima aproximación a la Tierra para el 17 de diciembre, a más de 8 millones de km., más o menos, por la incertidumbre. Claro, antes se podrá observar durante bastante tiempo, ya que su perihelio será un mes antes, el 19 de noviembre. Sólo en esta oportunidad nos permitirá obtener información más fiable sobre la posibilidad, o no, de impacto. Actualmente se cifra que podría pasar a 10.700 km. de la superficie lunar, pero como decimos, la incertidumbre es muy grande, de hasta 74.000 km, de ahí que no se descarte el impacto. Hay otro problema para hacer estimaciones finales para el probable impacto en el 2032: cuando pase en el año 2028, la trayectoria del asteroide se alterará como consecuencia de la gravedad conjunta de la Tierra y la Luna. Sí, la distancia es grande, pero aún así se modificará su órbita. Esta es la principal razón de la gran incertidumbre que existe sobre si impactará o no contra Selene. Y por eso la oportunidad para observarlo en la siguiente oportunidad es tan importante.

Tener esta enorme incertidumbre es un problema. Y, en parte, se podría solucionar con observaciones previas al descubrimiento oficial, o mediante ocultaciones estelares. Pues bien, ni uno, ni otro. En el primer caso, si bien se han revisado bases de datos de las instalaciones ya antes mencionadas, y nada hasta la fecha. En el segundo caso, se ha intentado observar el asteroide pasando ante estrellas, pero tampoco ha habido suerte. Otra cosa: ¿Por qué no lo hemos encontrado antes? Es, en esencia, un caso semejante al del meteorito de Cheliabinsk: vino desde el lado del Sol. Porque ese es un punto ciego en nuestra red de búsqueda de asteroides. Y, hasta la fecha, no tenemos forma de ver asteroides que vienen
desde este punto ciego. Pero la tendremos, en forma de las misiones NEOMIR de la ESA, y NEO Surveyor de la NASA; eso sí, no esperamos que la primera de estas dos misiones, la de la NASA despegue pronto, puesto que está programada para no antes de finales del 2027.

Ahora, si 2024 YR4 finalmente se la da contra la Luna, ¿qué pasaría? Pues poca cosa, la verdad. Es cierto que, en vista de su tamaño, pueda hacer poca cosa, hay que tener en cuenta a la velocidad a la que viaja, lo que añade ímpetu a la probable potencia de impacto. Para ponerlo en perspectiva, el impacto generaría una potencia equivalente a 340 veces la bomba atómica que los americanos tiraron contra Hiroshima, lo que llevaría a crear un impacto de entre 500 y 2000 metros de diámetro. Y, ¿dónde? Con la gran incertidumbre que hay, es difícil anticiparlo, si bien pueda caer en un corredor establecido entre los Mare Humorum y Mare Nubium. Simplemente dejaría una marca más de las muchas que tiene nuestro satélite. Nada de modificar órbitas, ni su rotación, ni su eje. Nada de eso. Un tortazo y nada más.

¿Los titulares estaban justificados? ¿Debemos asustarnos porque pueda caernos un asteroide? Ya lo hemos dicho: no es cuestión de si cae, sino de CUANDO va a caer. Porque pasará, más tarde o más temprano, pero pasará. Más vale pecar de precavidos que no de dejados. Y no vendría mal tener preparada una sonda tipo DART, por si las moscas, claro.

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