Phoenix, un tributo

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La cultura de Marte (I)

Desde la más remota historia se lleva mirando hacia el cielo, con curiosidad, con miedo algunas veces, pero siempre, había un punto rojo que llamaba la atención. Dependiendo de la región de la Tierra desde que se miraba, adoptaba un nombre: Simud, Tiu, Ares, Marte... Son muchos los que recibió, pero Marte fue la nomenclatura oficial con la que se quedó. Ares, en la mitología griega, y Marte, en la romana, hacían alusión al dios de la Guerra, y le venía que ni al pelo debido al color rojo sangre que transmite el planeta a la Tierra. Tuvo que llegar la época de los primeros telescopios cuando se recobró interés por el planeta. Fue Galileo Galilei en 1610 el que primero lo contempló, distinguiendo por primera vez una de sus estructuras, la famosa "V" de Syrtis Major. Desde entonces fue uno de los objetivos a observar, pero era difícil determinar la forma de sus estructuras superficiales, ya que parecía cambiar a cada observación. Todo cambió cuando, en 1882, el astrónomo titular del observatorio de Milán, Giovanni Schiaparelli, anunció al mundo que había observado una serie de líneas rectas, que se entrecruzaban, y circulaban por todo el planeta, anunció que había observado lo que el llamó los canali, y la prensa los popularizó como canales.

El fondo del asunto fue que que en Marte se pensaba que existía una civilización, avanzada, y socialista (según el concepto de socialismo de la época), que sacaban el agua de los helados polos para irrigar los desiertos. Más tarde, otro astrónomo, esta vez aficionado, Percival Lowell, realizó el mapa "más exacto" de los canales marcianos, asegurando que no eran los propios canales los que eran observados, sino el resultado de la irrigación de los terrenos colindantes a los canales. En simples palabras: vegetación. El pequeño problema era que cada observador contemplaba sus propios canales, incluso algunos de ellos durante la misma observación cambiaban, se ramificaban, etc. Total, cada mapa de los canales no se parecía a ningún otro. Sin embargo muchos mantuvieron su vigencia hasta justo antes de la época de las sondas espaciales.

Caso aparte fueron sus satélites. Por cálculos "matemáticos", y pese a no haberlos encontrado, se le adjudicaron a Marte dos satélites. El cálculo era este: Mercurio y Venus no tienen, la Tierra tiene uno y Júpiter tiene cuatro, entonces ¿cuántos le corresponden a Marte?: Pues dos. Pura matemática. En 1877, el observador Asaph Hall, usando el nuevo telescopio del observatorio de Washington, situado en un lugar llamado "la hondonada brumosa" (mal sitio para un telescopio), tras árduos días de paciente observación (y sobre todo gracias a los ánimos de su esposa, Angelina Stickney) pudo contemplar ambos objetos. Si, eran dos, y adoptaron los nombres de Fobos y Deimos. Lo que sucedió después fue un poquito vergonzoso: el anterior director del observatorio, Simon Neucomb, que le había cedido la titularidad del telescopio, ya que no había aprovechado de todo las posibilidades de su nueva herramienta, estalló en celos, y sacó una nota diciendo que Hall le llamó para decirle que había encontrado dos puntos alrededor de Marte y él, Neucomb, era el que había determinado que eran satélites. Naturalmente a Hall no le gustó esto, pero con el tiempo le comprendió, ya que estaba frustrado por no haber encontrado nada, y añadió que, cuando se hizo cargo del observatorio, echando un vistazo a los cajones del escritorio del despacho del observatorio, encontró fotos de Marte de 1875, y dijo que estuviera quien estuviera observando por aquellos días, tuvo los satélites de Marte delante de sus narices y no los identificó. No son esas las palabras utilizadas, pero es aproximado.

Entrando en el apartado de la literatura marciana, muchas novelas hay sobre el planeta rojo, pero son pocas las conocidas. "Los Viajes de Gulliver" no tratan sobre Marte, pero dieron una pincelada. Esta obra, escrita en 1726 por Jonathan Swift, cuenta que, cuando Gulliver visita la isla de Laputa, los observadores del lugar le hablan de dos satélites en Marte, aunque mucho tiempo antes, en la Ilíada de Homero, en el XV Libro también se mencionan. Curioso. Tiempo después, ya en el siglo XIX, a finales, se publicó una de las novelas de ciencia-ficción más famosas de la historia: La Guerra de los Mundos. En 1898 Herbert George Wells lanzó esta novela basada en la premisa de los canales de Marte, pero a diferencia de los postulados de Schiaparelli, en la historia los marcianos se rendían, y cogían sus naves y se dirigían a la Tierra, para conquistarla. Tuvo una buena acogida, y relataba lo que sucedía en Londres a finales del siglo XIX cuando llegaban los marcianos, y ningún medio existía para poder pararlos...

Ya en el siglo XX las quizás sagas marcianas más conocidas vieron la luz. En 1912 Edgar Rice Burroughs, el autor de las novelas de Tarzán, creó al héroe de capa y espada de sus aventuras por Barsom (Marte para los amigos): John Carter, un soldado de la américa confederada que, tras perder la guerra, se dedica al pillaje con un compañero. Tras ser perseguido por los indios se refugia en una cueva. Se echa a dormir, y antes de dormirse ve Marte en el cielo, a través de un agujero en el techo de la cueva. Entonces se desmaya, y cuando recobra el conocimiento, se encuentra en Marte... Este es el comienzo de "Una Princesa de Marte", el primero de una serie de libros de las aventuras de Carter por la árida superfice marciana, haciendo amigos, luchando con enemigos, y consiguiendo a la chica, claro está. En estos libros es un canto de la imaginación al poder, ya que Carter se encuentra en sus viajes a todas las razas de hombres que pisan el planeta, con criaturas inimáginables, naves fabulosas, etc. Desde luego son un buen entretenimiento. En 1950, Ray Bradbury, el autor de "Fahrenheit 451", publicó las "Crónicas Marcianas". Este libro trata sobre el contacto terrestre con una decadente pero rica sociedad marciana, y de lo que se genera a raíz de este contacto. Por desgracia este libro no ha pasado por nuestras manos, pero si está escrito solo la mitad de bien que el anteriormente mencionado, es motivo más que suficiente para embarcarse en su lectura. Para añadir al lote de libros míticos sobre Marte, está otro que tampoco ha pasado por nuestras manos, "Forastero en Tierra Extraña", de Robert A. Henlein (Premio Hugo por "Las Brigadas del Espacio", de la que posteriormente se realizó una entretenida película), la historia del único superviviente de la primera expedición humana a Marte, cuidado por los marcianos, y que posteriormente es devuelto a la Tierra, a una Tierra a la que se tiene que acostumbrar... Una premisa interesante.

En 1938, el 30 de octubre por más señas, desde las ondas, se emitió por radio en Estados Unidos el primer capítulo del serial titulado "La Guerra de los Mundos", dirigido por el genial Orson Welles, y basado en la novela de H.G, Wells. El que iba a ser un serial radiado más, como muchos otros de la época, se convirtió, sin serlo, en el quizás mayor experimento sociológico de la historia. Hay que hacer constar que la publicidad de este programa radiofónico se anunció antes, durante y después de la emisión como una historia, una adaptación de la novela en la que se basa, pero en vez de ser en Londres en 1898 ocurría en todo el mundo, pero centrado en Nueva York en el mismo año de emisión. Sin embargo, gracias al estupendo trabajo del Mercury Theatre, a la genialidad de Welles, o quizás al miedo y la preocupación por las noticias que llegaban de Europa (La alemania nazi tomaba los sudetes checos, la guerra civil española), más de un millón de personas se tomaron como ciertas las "noticias" que su receptor captaba. Hay que decir en favor de Welles que el trabajo de ambientación fue excelente, y el ritmo que le daba a la acción, vertiginoso, natural si tenían un horario que cumplir. El programa fue un éxito de audiencia, aunque parte de ello fuera a causa del miedo originado por lo que se emitía, y pasaba de boca en boca, gracias a las llamadas de los asustados ciudadanos, que llamaban a sus familiares, y éstos, a su vez, a otros, y así siguió la cadena. Esto no es más que un ejemplo del poder de persuasión de los medios de comunicación, y sobre todo, de lo crédula que es la gente. Muchos quisieron demandar a Welles por alarma social, pero el que el programa fuera debidamente anunciado evitó a la emisora a una multa gorda. Solo faltaban 11 meses para que otra guerra de los mundos arrasara la Tierra, y dejara el mayor balance de muertos de la historia.

Con la cultura actual, con el cine, llegaron nuevas historias, pero eso ya lo contaremos en otro momento.

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