Los cataclismos son algo a lo que nos tenemos que habituar, pero claro, suceden tan de cuando en cuando que cada vez que ocurre alguno nos quedamos paralizados. En esta época, con la autopista de la información por todas partes, nos llegan las primeras noticias justo en el momento en el que se producen. Ahora os preguntaréis: ¿qué tiene que ver esto con la astronáutica? Pues bastante, salvando las distancias.
Desde que los primeros astronautas llegaron del espacio y empezaron a relatar las maravillas que habían observado, la siguiente obsesión fue lanzar satélites armados con cámaras de televisión y película a color. Obviamente se comprobó que tener satélites observando continuamente nuestro planeta era una grandísima ventaja: se podría predecir el tiempo, se podrían observar cambios superficiales, etc. Con el tiempo, también empezaron a servir para seguir los desastres.
Es quizás ahora cuando, con las mejores cámaras y satélites colocados en órbitas cercanas (incluso la ISS es una increíble atalaya para la observación terrestre), se pueden cuantificar quizás mejor que nunca los cataclismos que suceden por todo el globo. El año pasado fue un año bastante brutal en fenómenos de todo tipo. Repasando la lista de estos hechos en el 2009 tenemos varios sucesos: los terremotos de Haití y Chile, la erupción de un volcán en Islandia de nombre impronunciable, el hundimiento de una plataforma petrolífera en el golfo de México, que provocó una marea negra que puso en riesgo las costas de Luisiana, ya castigada por los huracanes de hace unos años, y unas enormes inundaciones en Pakistán. Si lo juntamos con los tradicionales huracanes y tifones de todos los años, tenemos un ámplio catálogo de calamidades.
Sin embargo, y recordando a ese desastre de Indonesia de hace unos años, un monstruoso terremoto de 8.9 ha sacudido al Japón, y si los daños causados por éste han sido pocos (salvo por los sufridos por las centrales nucleares de la zona), ha sido un tsunami el que ha destrozado todo lo que ha pillado a su paso. A este respecto, con toda nuestra tecnología, uno podría preguntarse si desde los satélites se podría haber hecho algo para avisar de lo que venía. La respuesta es sencilla: Nada. Nos consta que hay satélites encargados de estudiar los movimientos sísmicos, pero los estudian cuando éstos ya se han producido. Lo que se quiere intentar es que con los datos que se tomen con estos satélites se pueda por fin desarrollar un sistema de alerta antiterremotos. Para eso aún tardará. Eso sí, el terremoto de Haití del año pasado permitió que los satélites proporcionaran las primeras vistas para que los ojos expertos, con un solo golpe de vista pudieran identificar las zonas más dañadas de las ciudades del país. Son pocas las imágenes que nos han llegado de la zona cero del desastre en la ciudad japonesa de Sendai, aunque ya nos dejan claro que el agua ha invadido, alegremente, los primeros kilómetros de costa, introduciéndose incluso en la ciudad. El peligro ahora, junto con las réplicas, está en las centrales nucleares (nos gustaría saber quién fue el talentoso que ordenó instalar reactores atómicos en una zona tan geológicamente activa como esta), y es posible que si un satélite se orienta apropiadamente se pueda averiguar si está mandando su porquería al aire, como parece que está pasando.
Lo más interesante que nos ofrecen los satélites es que con sus imágenes se pueden evaluar las zonas de desastre (muy útiles ante las inundaciones que se han vivido hace poco en Australia). Contemplar el antes y el después resulta escepcionalmente útil, para así dirigir las ayudas a las zonas concretas que más han sufrido. Los huracanes y tifones, pese a ser un fenómeno anual, el seguimiento desde el espacio nos dejan imágenes alucinantes, y gracias a las previsiones de los satélites meteorológicos se pueden preveer las zonas que más sufrirán, y así se actua en consecuencia. Claro, a veces por mucho que se avise del camino a segir de estas colosales tormentas, se producen desastres, esta vez sí, evitables, como el caso del huracán Katrina y la ciudad de Nueva Orleans. Se avisó del camino a seguir, de la fuerza que tenía, aunque también se sabía que si ocurría un fenómeno como éste, los diques que protegen la ciudad (situada por debajo del nivel del mar) estaban en muy mal estado y no soportarían la fuerza de un huracán como el que acabó golpeando. El resultado fueron diques rotos y media ciudad inundada, visto perfectamente desde el espacio. Pero este es un tema en que no nos meteremos, en el de la incompetencia de los políticos.
El año pasado un volcán de nombre casi impronunciable entró en erupción y el tráfico aéreo europeo y el que tenía como destino este continente tuvo que paralizarse, a causa de la nube de ceniza, que alcanzó alturas tremendas, y que podría haber entrado en las turbinas de los motores de los aviones. Gracias a los satélites se pudo seguir en tiempo real la evolución de la nube de ceniza, y así pasado el tiempo, ir abriendo los espacios aéreos de los paises europeos. Han sido muchas las erupciones seguidas por los satélites, y uno de los que más veces ha ofrecido este espectáculo ha sido el Etna, situado en Sicilia. Como en el caso de los terremotos una erupción es imprevisible, pero una vez iniciada, gracias a la información enviada desde la órbita se puede predecir cuando parará la función.
Y por último hay otro factor cataclísmico en este mundo: nosotros. Somos tan burros que somos capaces de cargarnos un ecosistema, y quizás el mejor ejemplo es el del mar de Aral, que desde 1960 ha perdido casi el 90 y el 95% de su extensión, a causa de los vertidos residuales. Era una zona de veraneo, ahora es un tóxico erial. Otra especialidad es echar potingues en los mares, y el año pasado con el incendio de una plataforma petrolífera en el golfo de México, se volvió a derramar petróleo al mar. No ha sido la última, seguro. Luego los hay que el gusto por la cerilla ha provocado que enormes hectáreas de bosque se echen a perder, y el verlo desde arriba nos hace ver la extensión de estos actos vandálicos. Y otra cosa es la reducción de los hielos polares, provocada a medias por los gases que emiten las fábricas (y sobre las que nadie dice nada) que provocan un calentamiento atmosférico, y un nuevo ciclo de cambio climático estacional (recordemos que en toda la historia de la Tierra ha habido muchos cámbios climáticos, desde épocas enormemente tropicales, como el carbonífero, como las glaciaciones, la última durante la época de los neandertales), que desde luego es un hecho bastante serio.
Hay muchos satélites dedicados a observar y seguir estos fenómenos, y quizás los más importantes sean el Envisat europeo y TERRA. de la NASA, y por otro lado está la ISS. Hay otros satélites más especializados, pero ya son tantos que desconocemos la mayoría de ellos. Pero al menos sabemos que gracias a estos podremos ver, de una vez, lo ocurrido, y ayudar a tener una mejor perspectiva.
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