Pensad en cualquier satélite. Da igual, el que sea. Sí, no son
precisamente pequeños, con masas que van de los centenares de kilogramos a
varias toneladas, con Envisat
teniendo el record, desplazando hasta ocho toneladas al despegue. Esto significa
que, por lo tanto, sus instrumentos son, igualmente, pesados y voluminosos.
Pero, ¿es eso cierto? ¿Hace falta que el instrumento sea grande, voluminoso y
pesado para obtener resultados de calidad? Hasta hace poco tiempo, sí. Pero ya
no.
Con el cambio de siglo llegó un cambio de paradigma. Los satélites se
fueron haciendo más pequeños, sus instrumentos, se reducían en tamaño. Y,
entonces, se dio el siguiente paso. Se desarrollo un tipo de vehículo espacial
realmente diminuto, que o podía caber en la palma de una mano o tener el tamaño
de un maletín de ejecutivo. Ofrecen la ventaja de ser configurables, utilizar
componentes ya probados y, por lo tanto, baratos y disponibles rápidamente, y
se pueden lanzar con cualquier misión, ya que los lanzadores actuales poseen
capacidad de sobra. Sí, nos referimos a los Cubesats.
¿Por qué el nombre? Sencillo: son cúbicos. La unidad básica es de un
metro cúbico de capacidad. Y sí, tiene forma de cubo. Pero como decimos, es una
plataforma configurable. Por ello, a esta unidad básica, que se denomina 1U, se
le pueden añadir más unidades. Con el tiempo, han llegado variantes 2U, o 3U (unidades
apiladas unas sobre otras) 6U (dos pilas de 3u, una junto a otra) y hasta 12U (dos
6U, una sobre otra). ¿Por qué su creación? Al principio, para demostraciones
tecnológicas, pero también para desarrollos universitarios. En el primer caso,
a la hora de querer probar un elemento nuevo (ya sea un sensor científico, ya
sea un elemento de hardware para el funcionamiento de satélites) los Cubesats
son alternativas más baratas. En el segundo, permite que los estudiantes toquen
lo real, y así que desarrollen la experiencia que supone la creación de una
misión, desde el concepto, al montaje y sus pruebas, hasta el lanzamiento y las
operaciones en órbita, terminando con el procesado de los datos. Son pequeños,
son baratos, y no tienen nada que envidiar a sus hermanos mayores.
Su tecnología ha ido madurando, y ya hasta se plantean misiones
plenamente científicas, tanto en torno a la Tierra como fuera de ella. Ya se
recordará a los pequeños MarCO que
llegaron y pasaron Marte no hace tanto tiempo, en una brillante demostración.
Bien, pero centrémonos en la Tierra. ¿Sería posible que un Cubesat pudiera
tener las capacidades de un instrumento científico de los grandes, y
proporcionar sus mismos resultados? Para eso, las pruebas. Antes de lanzarse de
verdad a la ciencia pura y dura, se necesita demostrar que las aproximaciones
pequeñas son, en realidad, igualmente ventajosas que los grandes satélites, con
una fracción del costo.
Para observar el sistema terrestre, se usa todo tipo de instrumentos:
cámaras, espectrómetros, radiómetros, altímetros… empleando casi todo el
espectro electromagnético, como la luz visible, infrarroja o ultravioleta, y un
poco más allá. Pero, para centrarnos, escojamos un instrumento al azar. Por
ejemplo… un radiómetro de microondas. Y de todos los que existen, por ejemplo…
el instrumento AMSR2 a bordo del satélite japonés
Shizuku. Como el único aparato científico embarcado, este sensor es
voluminoso con una masa de 320 kg, un consumo energético de 400 vatios, y una
antena de dos metros de diámetro escaneando
un barrido de 1450 km. rotando a 40 revoluciones por segundo, escaneando
diversas bandas de la longitud de ondas de las microondas, con el objetivo de
estudiar la intensidad de las precipitaciones en la superficie, la temperatura
de la superficie de los mares, la extensión del hielo marino y, en menor
medida, la velocidad del viento en superficie. Bien, ¿sería posible un
radiómetro de microondas del tamaño y masa suficiente como para encajar en un
Cubesat?
Os presentamos a
TEMPEST-D,
la Demostración Tecnológica del Experimento Temporal para Tormentas y Sistemas
Tropicales. ¿Pequeño? Mucho, con un bus de 10 cm. de ancho, 20 cm de alto y 30
de largo, y una envergadura de 130 cm., una vez desplegado en órbita. Su
misión, demostrar tecnologías de radiómetros en miniatura, usando lo último en
tecnología y miniaturización, y a la vez, comprobar su rendimiento con sensores
de microondas en órbita que se consideran de referencia. A pesar de su diminuto
tamaño y escasa masa (seis kilogramos, apenas) contaba con todo lo necesario
para funcionar, desde ordenador de a bordo y almacenamiento, comunicaciones (en
banda UHF), control de actitud en un único paquete (ocupando un espacio de 0.75U),
receptor GPS y, claro está, energía, con los dos paneles solares de tres
secciones y una batería. ¿Qué decir del instrumento? Denominado Radiómetro MM,
o de onda milimétrica, apenas ocupaba un
volumen de 3U, unas medidas de 34 x 10
x 10 cm, un consumo energético de 6.8 vatios y una masa de 3.8 kg. No os fiéis
de su tamaño: contaba con lo esencial para funcionar, incluyendo ordenador
propio. Como otros radiómetros de microondas, contaba con una antena rotatoria,
de forma oval (10’5 x 7 cm.) rotando a 30 rpm. El sistema detector lo forma un
receptor de banda dual, que lleva la energía captada a los módulos detectores,
permitiendo al radiómetro registrar cinco bandas espectrales en las microondas:
87, 164, 174, 178 y 181 gigahercios (GHz). Para conseguir reducir el tamaño de
este sistema, comparado con el de Shizuku,
se ha recurrido a una tecnología denominada HEMT, o Transistores de Alta
Movilidad de Electrones. Usados en los amplificadores de bajo ruido, (en
esencia, los receptores), empleaban como material fosfuro de indio, de treinta
y cinco nanómetros de grosor. Esto permitió descartar mucho hardware, ayudando
a la agradecida
reducción de masa. No os engañéis: sí, el instrumento rota,
pero esta rotación solo pone la Tierra en una pequeña fracción del radiómetro.
De la rotación completa de la antena, sólo 90º se correspondían con la
observación de la Tierra. Otros treinta, a observar el Fondo Cósmico en
Microondas, y otros treinta, al objetivo de calibración. Previsto para una
órbita a unos 400 km. de altitud, su ancho de escaneo se cifró en 825 km. Fue
enviado al espacio el 21 de mayo del 2018, a bordo de una nave de carga Cygnus, en la novena misión de carga al
complejo, a donde llegó tres días después. Posteriormente, fue desplegado en
órbita de un modo particular: la ISS cuenta con un sistema de lanzamiento de
satélites pequeños. Usando la exclusa, la plataforma externa y el brazo
robótico del módulo Kibo, resulta posible
trasladar cargas del interior al exterior. TEMPEST-D
se encontraba dentro de un contenedor con un sistema de lanzamiento acoplado.
Con este contenedor agarrado por el brazo robótico de Kibo, el Cubesat fue desplegado a su órbita final el 13 de julio,
en compañía de otro. En cuanto se desplegó, y activó, llamó a casa, iniciando
una misión de casi tres años.
TEMPEST-D obtuvo su primera luz el cinco de septiembre, comprobando
así la funcionalidad del sistema, demostrando un buen rendimiento inicial. La
tarea importante, sin embargo, era demostrar su estabilidad, su calibración
radiométrica, su nivel de ruido, y comparar sus datos de forma cruzada con
radiómetros de microondas de referencia, como el GMI de GPM Core o los sensores a bordo de los satélites meteorológicos
de NOAA
y EUMETSAT. Para empezar, el rendimiento, como se vio en las semanas y meses
posteriores, superó con mucho las estimaciones iniciales. Es más, en servicio,
fue capaz de aumentar su cobertura sobre la Tierra. De la rotación completa de
la antena reflectora, la visión de nuestro planeta llegó a abarcar 120º en vez
de los 90º iniciales, lo que significó aumentar su cobertura de escaneo a 1550
km., alcanzando resoluciones de entre trece y veinticinco kilómetros,
dependiendo de la banda espectral, o frecuencia. En el nivel de ruido, resultó
ser muy bajo, más que el de sistemas mayores y operativos, como el ATMS de Suomi NPP, resultando muy estable el
nivel durante toda la misión. Respecto al tema de la calibración cruzada, los
resultados no han dejado de ser brillantes. No sólo superó sus propias
expectativas en lo que se refiere a exactitud de calibración absoluta o en
precisión de su calibración, sino que mostró estar en línea, y puede que hasta
superar, a los sensores con los
que se comparó. De este modo, el radiómetro de TEMPEST-D se demostró como un sensor
extraordinariamente bien calibrado, estable a lo largo del tiempo y de niveles
de ruido (que podría interferir en los datos y reducir su calidad) muy bajos. Y
ni siquiera, los cambios de temperatura le afectan en demasía. En resumen,
cumplió, y superó, todos sus objetivos de prueba en los primeros noventa días
de misión. Ah, y para que veáis hasta qué punto resultó extraordinario este
sensor, el satélite pasó seis meses en hibernación mientras la antena terrestre
que era su único enlace con el centro de control estuvo fuera de servicio por
mantenimiento. Reactivado tras ese tiempo, los datos recogidos nueve horas
después no mostraron ni la menor pizca de cambios en el rendimiento y en la
calibración del sensor. Simplemente extraordinario.
En este tiempo de
funcionamiento, además, pudo hacer ciencia, pasando frecuentemente sobre
sistemas de tormentas. Sólo seis días después de su primera luz, ya fue capaz
de registrar las precipitaciones de dos huracanes, Helene y Florence. No fueron
los únicos, ya que permitió seguir, durante diez días, la evolución del huracán
Dorian hacia finales de agosto del 2019. Así como el tifón Trami el 28 de
septiembre del 2018. Por si fuera poco, tras concluir su misión principal,
además de dedicarse a la ciencia, probaron con él otros usos, como
observaciones multiángulo, haciéndolo rotar 90º para sondear verticalmente a
través de la troposfera, obteniendo datos que se asemejaron a los de un sensor
similar pero hiperespectral, es decir,
capaz de registrar decenas o cientos de frecuencias simultáneamente. Al final,
esta magnífica misión terminó con su reentrada el 22 de junio del 2021.
La verdadera razón de TEMPEST-D fue demostrar el concepto del
sistema, en avance a una posible y futura misión de constelación. De hecho, el
instrumento fue seleccionado como la misión Earth Venture Instrument-2 allá por
el 2013, y la NASA financió este Cubesat como misión de reducción de riesgos en
el 2015. La misión original TEMPEST
es vista como crucial para responder una pregunta clave: ¿Por qué ocurren donde
y cuando ocurren las tormentas convectivas, la fuerte precipitación y la
formación de nubes? Los satélites antes mencionados tienen un problema: son uno
solo y, con frecuencia, están anclados en una órbita inamovible, lo que
significa que pueden tardar de varios días hasta dos semanas en regresar a un
lugar. TEMPEST, por su parte, sería
una misión de cinco Cubesats volando en formación, con separaciones entre
satélites de cinco minutos. Aunque también se imaginan constelaciones de
satélites similares, totalizando hasta sesenta, ya sea manteniéndolos en órbitas
polares, o en todo tipo de órbitas, pudiendo cubrir el planeta entero, lo que
significaría volver sobre eventos de interés (huracanes, tifones, ciclones
tropicales, u otros eventos meteorológicos extremos) en cuestión de horas, o
menos. Imaginaos: en vez de dedicar el presupuesto de un proyecto en un gran
satélite, se usa para fabricar en lote una serie de satélites idénticos, tipo
Cubesat. Esta es, así se desea, la ciencia terrestre del futuro.
Ahora, escojamos otro
instrumento al azar, por ejemplo… un radar de precipitación. Y no hay mayor que
el DPR a bordo de
GPM Core. Con una
masa de casi setecientos kilogramos, y dos antenas planas de conjunto de pase (1.44
x 1.07 x 0.7 metros una, 2.2 x 2.2 x 0.6 metros la segunda) obviamente no es un
instrumento liviano ni pequeño. A las antenas, además, hay que sumar los sistemas
asociados, como transmisores y receptores, ordenador de funcionamiento… etc. El
DPR, como todo sistema de radar, a diferencia de los radiómetros de microondas,
que son básicamente sistemas pasivos, se trata de un sistema activo, que
transmite pulsos de ondas de radio que, en este caso, atraviesan las nubes,
rebotan en la superficie, vuelven a atravesar las nubes, para ser recogidos por
cada una de las antenas. DPR trabaja en dos frecuencias: banda-Ka (35.5 GHz) y
banda-Ku (13.6 GHz), registrando todo tipo de precipitaciones, desde lluvia
ligera y torrencial pasando por el granizo y terminando por la nieve. Un radar,
además, no sólo es un instrumento activo: para funcionar, necesita una gran
cantidad de energía, y genera una cantidad de datos superior a cualquier otro
tipo de instrumento. ¿Qué significa todo esto? Un paquete bastante rellenito,
puesto que
GPM Core, cuando se lanzó,
bordeaba las cuatro toneladas de masa. Es decir, además de contar con un
instrumento voluminoso, necesita grandes paneles solares, un ordenador con gran
capacidad y un sistema de comunicaciones de alto rendimiento. ¿Se podría
encajar esto en un Cubesat?
Os presentamos a
RainCube, la constatación de querer es
poder. Este diminuto satélite es un ejercicio de imaginación sobre cómo poder
encajar lo que antes podía ocupar una habitación en un espacio diminuto, y
encima funcionar. Su misión principal, os sonará, era tecnológica: demostrar el
concepto. La financiación para la misión procedió de la Oficina de Tecnología
de Ciencia Terrestre, o
ESTO (Por favor, bromas no), siendo propuesto en mayo
del 2015, y aprobado en septiembre del mismo año. La misión no solo versaba de
demostrar que era factible encajar un sistema de radar de precipitación en un
Cubesat, sino también una antena asociada. Para
RainCube se escogió, también, la configuración de 6U, con un bus de
10 x 20 x 30 centímetros de dimensiones. Lo básico para que funcionase ocupaba
un espacio de 2U, en la parte inferior (o superior, según se vea) del bus; el
resto lo ocupaba el radar. Las aviónicas se montaron en un paquete muy compacto
usando elementos diminutos pero, salvo propulsión, no le faltaba de nada: hasta
contaba con tres ruedas de reacción, dos escáneres estelares y un sistema de
comunicación dual en banda UHF y banda-S. En cuanto a lo importante, se
descompone en dos elementos: miniKaAR-C y KaRPDA. El primero, traducido como
Radar Atmosférico Miniaturizado de banda-Ka para Cubesats, es el corazón del
sistema, y desecha muchos elementos para contar con chips de estado sólido de
arseniuro de galio, y una técnica distinta de modulación denominada
compensación IQ, en fase y cuadratura. Así, tira al cubo de la basura los
amplificadores y suministros de alto voltaje o grandes redes de combinación de energía.
A esto se suma un ordenador propio basado en un FPGA, con convertidores de
analógico a digital usando tecnología CMOS, con veinticuatro canales de telemetría
y triple redundancia en los sistemas críticos. Y, mientras los radares en los
satélites grandes
requieren grandes consumos energéticos, el sistema de radar
de RainCube sólo necesita 22 vatios
cuando está en modo transmisión (con picos de diez más), diez en modo recepción
y tres en modo Standby. Todo esto, en un paquete de 24.8 x 21.5 x 9.7 cm. El segundo,
la propia antena, denominada Antena Parabólica Desplegable de Radar en banda-Ka,
es una prima diminuta de la que montó Galileo.
Plenamente desplegada, mide cincuenta centímetros de diámetro. Plegada, ocupa
un espacio 1.5U en el interior del bus. Es una antena tipo malla, soportada por
treinta costillas. Cuenta con un reflector primario y uno secundario, formando
una configuración Cassegrain una vez desplegado. Se ha diseñado específicamente
para trabajar en banda-Ka, a 35.75 GHz, y para su despliegue, usó cuatro
tornillos de plomo fijados a tuercas en la parte inferior de la carcasa, que
empujan el montaje hacia arriba. Tanto los tornillos de plomo como muelles bajo
las costillas de la antena sirvieron para fijar el montaje en su posición
definitiva y
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Despliegue de Cubesats. RainCube es el primero
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desplegada. Y, para confirmar, se montó una minicámara a color
para observar el despliegue. El conjunto de estos dos subsistemas (sistema y
antena) apenas pesaba 5.5 kg. En total, todo el paquete del Cubesat alcanzaba
los doce kilogramos. Casualmente, RainCube
también despegó en la novena misión de carga de Cygnus a la ISS, el 21 de mayo del 2018, para ser desplegado, de
igual forma, el mismo 13 de julio. Desplegó sus paneles solares a los cinco
minutos, y sus antenas de UHF a la media hora. Sus primeras transmisiones se
captaron a la hora. La misión estaba en marcha, durando aproximadamente dos
años y medio.
funcionaban como
debían, se probó el radar en modo Standby, demostrando su funcionamiento dentro
de los márgenes. Antes de hacer nada, llegó el despliegue de
la antena,
ocurrido el 28 de julio. Verificado por la telemetría, recurrieron a la
minicámara para confirmarlo al cien por cien. Las semanas siguientes se
dedicaron a comprobar los modos de funcionamiento, tanto en modo de sólo
recepción, y después en modo activo. Sus primeras mediciones de precipitación
las consiguió el 27 de agosto, siendo exitosas.
En cuanto todo se verificó, la
misión pasó a la ciencia, observando el tifón Trami el 28 de septiembre. Debido
a las limitaciones inherentes a la plataforma, resultó necesario automatizar la
planificación de eventos a los pronósticos meteorológicos y a la propia órbita
de RainCube, aumentando así la
capacidad de conseguir datos de precipitación de eventos extremos. Así, cada
día se planificaron hasta seis adquisiciones de veinte minutos, no operar el
radar en órbitas consecutivas, y no operar en la cara nocturna del planeta.