Phoenix, un tributo

jueves, 25 de agosto de 2022

Las próximas misiones a la Luna: Lunar IceCube

¿Agua en la Luna, en ese secarral tostado por el Sol? Hace no tanto tiempo, pensar en esa posibilidad era algo descabellado. Ahora, su existencia es una certeza, o así. Cierto, el primer aviso de su existencia nos lo proporcionó Clementine, y luego Lunar Prospector lo confirmó, de aquella manera, con su espectrómetro de neutrones. El problema con este tipo de instrumentación es que registran hidrógeno, por lo que se asume que se detecta agua en forma de hielo. Pero, ¿existe otra forma de detectarlo, entonces?

En el infrarrojo, hay varias líneas que denuncian su existencia, así como la de otros elementos volátiles. Pero podéis pensar: después de tanto tiempo, ¿no se había detectado todavía? Pues tuvimos que esperar a Chandrayaan-1 y a un instrumento en ella proporcionado por la NASA llamado M3 o Cartógrafo Mineralógico Lunar. Este sensor compacto fue capaz de detectar no sólo la señal del agua, en los tres micrones de longitud de onda, sino también de otros elementos volátiles relacionados con el hidrógeno. Desgraciadamente, esta sonda de ISRO sólo aguantó funcionando trescientos doce días, por lo que no se pudieron conseguir más datos que de parte de la cara visible de nuestro satélite. ¿Casualidad? No, porque la sonda Deep Impact, por ejemplo, también registró agua y otros elementos volátiles desde lejos, bastante lejos. Aún más, las longevas investigaciones de LRO han
permitido a sus sensores Diviner, LOLA, LAMP y LEND a detectar que el hielo de agua lunar, y los elementos volátiles, no se concentran solamente en las regiones en sombra permanente. No, porque también en latitudes medias selenitas se han registrado. Pero, ¿cuánto hay? ¿Es alcanzable? Bueno, si con LunaH-Map lo averiguaremos en el polo sur, otra se encargará de hacerlo por casi toda la Luna. Presentémosla.

 

Lunar IceCube

Lunar IceCube es la segunda de las misiones preparadas para cuantificar cuánto hielo y elementos volátiles hay en la Luna. Como Cubesat, emplea, también, una configuración 6U, y por lo tanto un tamaño de 10 x 20 x
30 cm, y en el interior de esta diminuta plataforma, todo lo básico para funcionar. Como ordenador, se ha escogido uno de baja energía pero alto rendimiento, usando como procesador una unidad Proton400K, de doble núcleo y resistente a la radiación. Dirigirá todas las operaciones de a bordo. Como radio, también usará el transpondedor Iris del JPL, que transmitirá en ratios de hasta 128 kilobits por segundo. Para su control de actitud, recurre al diminuto paquete XACT de Blue Canyon Technology, que cuenta en una misma carcasa de unidad de medición inercial, un sensor solar, escáneres estelares, ruedas de reacción, y demás. En cuanto a la propulsión, confiará en el motor iónico BIT-3 de Busek, como LunaH-Map, con idénticas características. En cuanto a generación de energía, usará dos paneles solares de tres secciones cada uno, y una batería de ión-litio. Y el control termal, el básico en estos casos, pero aumentado por el uso del motor iónico. Su único instrumento se llama BIRCHES, Espectrómetro Compacto Infrarrojo de Banda ancha para Exploración en Alta Resolución. Nombre
grandilocuente para un aparato que apenas mide 10 x 10 x 15 cm el instrumento, porque cuenta con un juego de electrónicas de control separado, lo que le hace ocupar un espacio de 1.5U en total, pesando 2.5 kg. Se basa en los sistemas Ralph/LEISA de New Horizons y OVIRS de OSIRIS-REx. Tras la apertura, hay un sistema telescópico reflector de dos espejos que sirve a un detector de mercurio-cadmio-telurio de 1024 x 1024 pixels, y un filtro lineal variable (en esencia, una placa de filtros) justo delante del sensor. Un aspecto interesante de BIRCHES está en el uso de un iris ajustable de cuatro lados, cuya misión es ajustar el tamaño de la apertura para siempre poder tener un campo de visión aproximado de 10 km. Trabajará como un espectrómetro de punto, es decir, que irá escaneando una región cada vez, en lugar de ir escaneando toda la superficie en modo de barrido. Limitaciones del almacenamiento y el ancho de banda han llevado a esta decisión para un sistema que podría trabajar como un espectrómetro de imágenes. Su rango de observación estará entre los 1 y 4 micrones del infrarrojo cercano, con una resolución espectral ancha (líneas de emisión de 10 nanómetros de ancho), y si bien centrado en elementos volátiles, como el hielo de agua, ácido sulfhídrico, amoniaco, dióxido de carbono, metano hidróxilo y otros, también capturará datos para estudios de minerales como el piroxeno, la olivina, óxidos de hierro, carbonatos, sulfuros o silicatos hidratados. Ah, como último detalle de BIRCHES, el sensor necesita refrigeración, por lo que se ha optado por una solución activa, empleando un criorefrigerador en miniatura y unas electrónicas de control propias. Con todo el paquete ensamblado, Lunar IceCube declarará una masa de 14 kg. 
 
Artemis 1 en plataforma
 
No hace falta decirlo, pero como siempre, lo haremos: su lanzamiento, a bordo del mega cohete SLS que enviará a la primera nave Orion a la Luna. Su despegue, para el día veintinueve.

Su camino hacia la Luna también será largo, y complicado. Será de los primeros en separarse de la etapa superior ICPS; eso le dará tiempo a sus controladores para verificar su estado. ¿Por qué? Hay razón: se ha planeado que, en los días previos a su sobrevuelo lunar, use su motor iónico para ir reduciendo gradualmente su energía orbital. De este modo, no se perderá en el espacio profundo, sino que quedará atrapado en el espacio dominado por la gravedad del sistema Sol-Tierra. Tras el sobrevuelo lunar, parecerá que Lunar IceCube se nos va, pero regresará precisamente por el tirón de la gravedad terrestre. Un sobrevuelo lejano a nosotros hará que vaya aún más lejos, casi en dirección al Sol y al punto L1, pero para repetir sobrevuelo, éste más cercano, poniéndole en trayectoria como para regresar al punto L1, pero no, porque retornará al sistema Tierra-Luna para la final inserción orbital selenita, previo uso de su impulsión iónica durante casi dos meses consecutivos y así conseguir el hito. Y una vez orbitando nuestro
satélite, usará su motor iónico para reducir su órbita elíptica polar a una que puede tener unos parámetros de 100 km. en el perigeo y 5000 en el apogeo. Una vez en su órbita, será capaz de observar las mismas regiones cada paso orbital, pero en distintos momentos del día, así durante seis ciclos lunares, con la posibilidad de que, al final de su misión principal, haya conseguido una cobertura solapada de hasta el 10% de la superficie solar por todas sus latitudes. Por supuesto, una misión extendida sería todavía más beneficiosa.

Su misión se basa en tres principios: permitir una determinación espectral de banda ancha de la composición y distribución de los volátiles en el regolito lunar y similares en función del momento del día, latitud, edad y composición; proporcionar contexto geológico por la determinación espectral de los principales minerales; y así comprender la dinámica actual de los volátiles, sus fuentes, sumideros y procesos, con implicaciones para determinar el origen de estos elementos.

Este es sólo el tercero de los diez Cubesats que volarán en Artemis 1. Los otros siete son: BioSentinel, LunIR, CuSP, EQUULEUS y OMOTENASHI de Japón, ArgoMoon de la Agencia Espacial Italiana, y Team Miles. Eran originalmente trece, pero los últimos no llegaron a tiempo para su integración, y volarán en otros lanzamientos.

Suerte para todos.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Las próximas misiones a la Luna: LunaH-Map

El problema del agua es el primero que se quiere resolver cuando se planea el retorno del ser humano a la Luna. ¿Hay de verdad? Si la hay, ¿cuánta? Ambas, muy buenas preguntas, que se están intentando responder incluso hoy. De hecho, el tema del agua en nuestro satélite data de hace casi treinta años, cuando la sonda Clementine creyó detectarla.

La clave radica en una técnica llamada espectrometría de neutrones. Consiste en la interacción de los rayos cósmicos con una superficie sólida y sus componentes. De ellos, el hidrógeno reacciona a la agresión de esta forma de partículas muy energéticas emitiendo neutrones llamados epitermales. Esos son la pista de que existe hidrógeno y, se asume, agua. En forma de hielo, al menos. El primer espectrómetro de neutrones voló en Lunar Prospector, y desde entonces, ha volado a lugares del sistema solar como Marte, Mercurio y el cinturón de asteroides. Incluso ahora, hay uno que funciona en órbita selenita.

Los espectrómetros de neutrones, como sus hermanos de rayos gamma, tienen un problema: su resolución. Para obtener buenos datos, puesto que existe mucha radiación de fondo que entorpece sus labores, necesitan tener un campo de visión ancho. Eso significa que, a mayor altitud sobre el cuerpo orbital, más cobertura y menos resolución. En el caso lunar, los diversos estudios hechos por espectrometría de neutrones han dado mapas con resoluciones muy bajas. Gran parte de las zonas se concentran en las llamadas regiones en sombra permanente, pero no son exclusivas. Otras misiones, como LCROSS o Chandrayaan-1 desde cerca, y Cassini o Deep Impact desde lejos, han detectado materiales hidratados o incluso agua.

La primera parte del programa Artemis de la NASA radica en la cuantificación de esos recursos. El agua es un elemento crucial: para los astronautas (beber y respirar) y para los cohetes (combustible). Según los datos que tenemos, la mayor cantidad se concentra en el polo sur y sus regiones en sombra permanente. ¿Por qué? ¿Cómo llegó allí? ¿Cuánto aguantará? Estas son preguntas para otras misiones.

La misión del Cartógrafo Lunar de Hidrógeno Polar, o LunaH-Map es la de cuantificar cuánto hay. Pero al ser un satélite diminuto, tipo Cubesat, sólo se centrará en la región con más posibilidades: el polo sur selenita. Esta misión pertenece a una nueva serie de misiones de exploración del sistema solar, denominado SIMPLEx (Pequeñas Misiones Innovadoras para la Ciencia Planetaria), abierto para cubrir las necesidades de aprovechar al máximo las prestaciones de los cohetes que envían misiones de espacio profundo. Con lanzadores como el Atlas V, el Falcon 9, el Ariane 5 o los futuros Vulcan y Ariane 6, estas misiones al sistema solar no aprovechan el pleno rendimiento de sus cohetes. Por lo general, queda un exceso que puede ir de  los cien kilogramos a la tonelada. Por ello, para aprovechar esta capacidad extra, la NASA buscó ideas de misión que pudieran encajar en esos espacios. SIMPLEx sigue la filosofía de su hermano mayor Discovery, pero llevada al máximo: sondas muy pequeñas, con objetivos muy, muy enfocados, sin renunciar a interesantes desarrollos tecnológicos. Sólo tienen una pequeña pega: están a merced de la carga principal. Si hay algún problema con ella (o con el lanzador, que tampoco se puede descartar), todo el perfil de misión de las sondas secundarias habría que reformularlas. Por ello, se han diseñado, también, con un alto grado de flexibilidad en lo que a planificación se refiere. Serán misiones secundarias, sí, pero su ciencia será de primera clase.

LunaH-Map se basa en una arquitectura de Cubesat 6U, con la ya clásica forma de 10 x 20 x 30 cm, conteniendo en su interior todo lo necesario para funcionar. Todo a bordo es compacto y ligero. Para su construcción, se ha recurrido a elementos comerciales y tecnologías innovadoras. Por ejemplo, conjuga su ordenador principal y su sistema de control de actitud en un único paquete. Es el sistema XB1-50, producido por la firma Blue Canyon Technologies. De dimensiones comedidas, apenas ocupa 10 x 10 x 13 cm y una masa de 1.3 kg. La parte del ordenador gestionará las operaciones de forma autónoma, funcionando con una versión del software de la usada en MarCO. Cuenta con dos tarjetas SD de ocho
gigabytes para almacenamiento, una de ellas como repuesto. En cuanto al sistema de control de actitud, cuenta con tres ruedas de reacción, un escáner estelar y otros elementos para proporcionar un control firme y estable. Para comunicar, usará el transpondedor Iris, conectado a cuatro antenas, siendo capaz de transmitir a distintas velocidades de entre 62.5 bits por segundo a 128 kilobits por segundo. En cuestión de energía, cuenta con dos paneles solares de cuatro secciones, generando la energía suficiente como para funcionar, y al tiempo cargar la batería de a bordo. Los paneles solares rotan, así siempre generarán la energía suficiente. Lo más interesante en el plano tecnológico es el uso de impulsión iónica. El sistema elegido es compacto, ligero y de alto rendimiento. Producido por la firma Busek, el motor iónico BIT-3 es una versión miniaturizada de los
usados en sondas como Deep Space 1 o Dawn. Su tobera cuenta con un diámetro de apenas tres centímetros, no usa un cátodo para inyectar electrones en su cámara de conversión, sino que usa radiofrecuencias y descarga de plasma inductivamente acoplado y, sobre todo, ioduro sólido como combustible. Todo el aparataje ocupa 180 x 88 x 102 milímetros, con una masa de 2.9 kg incluyendo el combustible. Funciona de forma no muy diferente a la de otros motores iónicos, aunque es más sencillo: el ioduro se mantiene en un depósito rodeado de calentadores y sensores de temperatura. Se aplica calor, y el ioduro se empieza a convertir en gas. Una serie de conductos y válvulas, previamente calentados para evitar condensación, llevan el ioduro gasificado tanto a la cámara como al neutralizador. Una unidad de procesado de energía en miniatura y altamente eficiente controla en funcionamiento. El empuje inmediato es escaso, nimio, yendo de 0.64 milinewtons a 1.23 (lejos de los 92 del NSTAR), con consumos energéticos que van de entre 55 vatios a ochenta. Pero como motor iónico, su ventaja es su capacidad de funcionar durante largos periodos, por lo que con el paso de los días, semanas, meses… será capaz de acelerar la sonda hasta los 2.5 km/s. Aún más: cuenta con un sistema pivotante para gestionar la dirección del empuje en dos ejes, moviéndose 10º en cada dirección. Como su único sistema de propulsión, servirá para grandes cambios de velocidad y desaturación de las ruedas de reacción. En cuanto su control termal, es el típico, pero con mayor necesidad de disipación de calor por su motor iónico. Sólo porta un instrumento llamado Mini-NS, o
Espectrómetro de Neutrones en Miniatura. Se aloja en un paquete de 25 x 10 x 8 cm con una masa de 3.4 kg. Se ha recurrido a nuevos materiales para dar forma a su sistema detector. Es un sistema tipo centelleador, usando por primera vez en el espacio cristales de elpasolita o CLYC. En total, cuenta con dos bloques de detectores de 4 x 6.3 x 2 cm cada uno, con cuatro pequeños cristales por bloque, conectados a tubos fotomultiplicadores. Para hacerlos sensibles a los neutrones epitermales, además, están protegidos por una capa de gadolinio (0.5 mm. de grosor). Su área total de detección es de 200 centímetros cuadrados, registrando neutrones de energías entre 0.3 eV y 10 keV, cubriendo áreas de hasta 15 km cuadrados. El sistema, además, cuenta con su propia memoria de a bordo. Con todo montado, su masa no superará los 14 kg.

Si todo va bien, se lanzará junto con la primera nave Orion el próximo día 29, en el primer vuelo del coloso SLS. Una vez en el espacio, LunaH-Map se separará a una altitud sobre la Tierra de unos 70.000 km, evitando lo peor de los cinturones de radiación.

Su camino a la Luna será largo y tortuoso. Al principio, tirará hacia el punto L2, con un sobrevuelo lunar cinco días y medio tras su despliegue, acercándose a menos de 3000 km. de su superficie. Después, retornará, aprovechando el límite de estabilidad débil para llegar con baja velocidad y baja energía hasta Selene y entrar en su órbita. Así, se situará en una suerte de espiral alrededor de la Tierra con una distancia mínima superior a los 100.000 km. En este tiempo hasta la inserción orbital, usará su impulsión iónica para situarse en posición antes de entrar en órbita. Esta fase puede llevar un mínimo de dos meses. Una vez en una órbita estable y firme, arrancará su etapa más larga de misión, la de bajar a la de trabajo. Por supuesto, el motor iónico será básico para ello, realizando espirales para ir bajando gradualmente y alcanzar su trayectoria elíptica final. Durando más de un año, o incluso más, puede
incluir muchas variaciones, incluso situarse en una órbita circular como fase previa al descenso final. Su trayectoria de trabajo será muy curiosa, con apogeo de más de 3000 km., y un perigeo sobre el polo sur lunar que puede variar entre los 20 y los ocho kilómetros, obteniendo así datos de alta resolución. Esta fase científica puede llegar a durar unos 60 días, o más si aguanta el combustible, para acabar colisionando deliberadamente con la Luna cerrando la misión.

Apuntar al polo sur es apuntar a las regiones en sombra permanente donde más señal de hidrógeno se detecta. Y con la muy baja altitud sobre esta zona, se confía en alcanzar una resolución lo suficientemente alta como

para poder apuntar a zonas específicas y cuantificar su cantidad.

Paquete pequeño, gran responsabilidad. Lo mejor será que nos pongamos cómodos.

lunes, 22 de agosto de 2022

Las próximas misiones a los asteroides: NEA Scout

Hace no tanto tiempo, la moda era que cuanto más (grande), mejor. Pero luego, llegó la moda de la reducción de tamaño, que no de prestaciones. Las misiones Discovery demostraron que se podía hacer lo mismo con menos recursos y presupuesto. Y es cierto que, hasta cierto punto, se ha vuelto hacia lo más, sin embargo también se ha viajado al menos, al mucho menos.

La emergencia de los Cubesats desató una fiebre entre equipos científicos y de ingeniería. Sí, se han estado usando para demostrar tecnologías, pero muchos también se fijaban en su potencial científico. Y muchos vieron futuro en su uso para el estudio del sistema solar. Sólo había un problema: para fabricarlos económicamente, se usan componentes comerciales, baratos y rápidamente disponibles. Era la mejor opción, y puesto que no abandonarían el abrigo de la magnetosfera terrestre, no se pensó en su resistencia a la radiación de espacio profundo.

Entonces, llegaron los gemelos MarCO. A pesar del tiempo pasado, siguen siendo los únicos Cubesats en zambullirse en el espacio profundo, acompañando al lander InSight. Huelga decir que no sólo sobrevivieron al largo viaje sin incidentes, sino que cumplieron la función para la que fueron diseñados: transmitir los datos de entrada, descenso y aterrizaje de su consorte en “tiempo real”, puesto que había un retraso de unos minutos. Además, uno de ellos transmitió buenas imágenes del planeta. La demostración mostró que sí, se puede.

El éxito de MarCO provocó nuevas ideas, nuevos proyectos. Ya se habían presentado antes proyectos, ideas, pero no habían pasado de eso. ¿Qué se necesita para que una misión así sea aprobada? Primero, viabilidad técnica, y segundo, interés científico.

Una de las muchas áreas de investigación de la actualidad es el estudio de los asteroides NEO’s. Gracias a los últimos descubrimientos, sabemos que ahí fuera hay un montón de rocas diminutas, invisibles a simple vista salvo para los telescopios infrarrojos. Asteroides como Ryugu o Bennu son más una excepción, porque la mayoría son todavía más pequeños. Descubrirlos está bien, conocer su órbita y calcular su tamaño y temperatura.  Pero mejor sería poder alcanzar uno de ellos y observarlo. Optando por lo barato, otra opción sería sobrevolarlos. Y aquí entra la nueva misión de Cubesats.

NEA Scout es la respuesta. Es un Cubesat diseñado específicamente para el estudio de asteroides NEO’s
diminutos. Basado en un bus 6U, de 10 x 20 x 30 cm, aloja todo lo necesario para funcionar. Todo miniaturizado, cuenta con un ordenador capaz de gestionar todas las operaciones de a bordo y funcionar con autonomía a medida que se aleja de la Tierra, y cuenta con su propia memoria de a bordo. Para comunicar, usa una tecnología interesante. El transpondedor Iris, desarrollado por el JPL específicamente para Cubesats y otras misiones pequeñas, apenas ocupa un espacio de 0.4U y pesa 400 gramos, si bien es compatible con la Red de Espacio Profundo, transmitiendo y recibiendo en banda-X, a través de dos antenas de baja ganancia, y una antena de media ganancia de conjunto de microtiras 8 x 8. A pesar de su reducido tamaño y bajo consumo energético, cumplirá las mismas funciones que sistemas mayores,

como el viejo SDST en lo que se refiere no sólo en transmisión de datos, sino también como ayuda de navegación. Eso sí, el ratio de descarga será limitado. Estará estabilizado en sus tres ejes para su control, con una unidad de medición inercial, un escáner estelar en miniatura, sensores solares ordinarios, tres ruedas de reacción en miniatura, y un sistema de micro-propulsión, ocupando un volumen 2U y seis micro-propulsores de gas frío, su combustible y un controlador propio. Cada propulsor funcionará independientemente, para desaturar las ruedas de reacción o para hacer maniobras de corrección. Pero la verdadera estrella de la misión es algo casi de ciencia ficción, pero que es una interesante realidad: una vela solar. Sí, es lo que pensáis: del mismo modo que los veleros usan las velas para navegar por el mar, una vela
solar usará la presión del viento solar sobre ella como medio de propulsión. La de NEA Scout ocupará un espacio diminuto dentro de la sonda, pero una vez desplegada, abarcará hasta ochenta y seis metros cuadrados de superficie. Está fabricada de un ligero polímero aluminizado, más delgado que un cabello humano con 2.5 micrones de grosor. Se une a la sonda por cuatro mástiles telescópicos de acero inoxidable y 6.8 metros de largo. En esencia, la vela recibirá los fotones del viento solar, reflejándolos y así generando empuje, sin gastar un solo gramo de combustible. No es la primera vez que se lanzan al espacio, ni mucho menos que funcionan: ya en el 2010, JAXA lanzó, junto con Akatsuki, la vela solar IKAROS, la primera en aventurarse al espacio profundo y la primera en sobrevolar un planeta del sistema solar, demostrando no sólo propulsión, sino control de actitud. Y en órbita terrestre, está el Cubesat LightSail-2 de la Sociedad Planetaria, que ha sido capaz de cambiar su órbita usando solamente su vela solar. De este modo, la sonda viajará al asteroide que será su destino sin usar apenas combustible, sólo para pequeñas maniobras. Otro elemento básico es el dispositivo de Traslación de Masa Activa, cuya misión es cambiar el centro de masas y empuje de la sonda una vez se despliegue la vela. En cuestión de energía, lo básico, con varios paneles solares con células de alto rendimiento y baterías de ión-litio. Y el control termal, el básico: mantas multicapa,
calentadores y radiadores. Para la ciencia, sólo cuenta con una cámara. Desarrollada por el JPL para ser pequeña y fácilmente configurable. Apenas pesa cuatrocientos gramos, ocupando un espacio de 0.5U. Deriva de las usadas en el instrumento OCO-3 instalado en la ISS, y se ha aprovechado su controlador digital y sensor, pero con un sistema óptico nuevo. El elemento óptico es un sistema comercial refractor, con una longitud focal de 50.2 mm (f/2.8) y enfoca la luz a un sensor CMOS de 20 megapixels, idéntico a los usados en las cámaras de ingeniería de Perseverance, sin rejilla a color de patrón Bayer. Aunque el sensor tiene una superficie activa de 5120 x 3840 pixels, el diseño de las lentes de la cámara hace que sólo se iluminen 3840 x 3840 pixels. Con esta cámara, se buscan imágenes de resoluciones extraordinarias, hasta 10 cm en la máxima aproximación. Completado y listo para volar, NEA Scout desplazará 14 kg, con la sección superior compuesta por las aviónicas, la central con el dispositivo de Traslación y el empaquetado de la vela solar, y la inferior con el sistema de propulsión.

NEA Scout no es la carga principal a lanzar, sino una de las diez secundarias que volarán en el primer
lanzamiento del colosal cohete SLS. Este monstruo, el cohete más potente del mundo, deriva, en muchos elementos, en el sistema de lanzamiento de los transbordadores. Es un lanzador de dos etapas, con un núcleo de sesenta y cinco metros de alto, 8.4 de diámetro, y usa cuatro motores criogénicos RS-25 (los SSME del transbordador) para elevar el conjunto, en combinación con dos aceleradores expulsables de combustible sólido. También derivados del transbordador, cuentan con cinco segmentos, una más que en los transbordadores, siendo reutilizables. Para la etapa superior, cuenta con una variación de las usadas en el ya finalizado Delta IV, pero mayor para una superior capacidad de combustible. Como la etapa núcleo, también será criogénica, usando un motor RL-10. Se la conoce como ICPS, o Etapa Superior Temporal Criogénica, porque en desarrollo una de mayor potencia y capacidad. NEA Scout se sitúa en la interfase entre la etapa superior y la nave Orion que volará en su punta, y una vez se ponga en marcha, tal vez el día 29, se separará una vez la carga principal esté en camino.

El problema para una misión como NEA Scout está en el hecho que no domina cuándo se lanza un cohete. Como carga secundaria, depende de otros imponderables, por eso, su trayectoria, o su objetivo final es una incógnita hasta que está en el espacio. El plan base es, una vez separada, ir hacia la Luna y sobrevolarla. Con la vela extendiéndose unos quince días tras el lanzamiento, la sonda estará en el espacio cercano a la Luna, o Cislunar, varios meses, hasta que escapa para volar en el espacio interplanetario.

El objetivo es, hasta la fecha, el asteroide NEO 2020 GE. Tarda 368 días en orbitar al Sol, con distancias máximas y mínimas de 1.05 y 0.97 unidades astronómicas, su tamaño es de no más de dieciocho metros. La intención es que NEA Scout se encuentre con él después que el asteroide haya sobrevolado la Tierra, que sucederá el 8 de septiembre del 2023, a una distancia de casi seis millones de km. de nuestro planeta.

NEA Scout se enfrentará a varios retos, siendo el primero la navegación óptica, porque dado el pequeño tamaño del asteroide y la incertidumbre de su posición, será complicado fijarle en la zona activa del sensor. La segunda es acercarse a la velocidad más lenta que se ha realizado un sobrevuelo, todo un desafío, que concluirá con una máxima aproximación a menos de diez km., o menos aún, incluso. Así, durante la aproximación lenta, capturará imágenes de casi todo el asteroide con resoluciones de hasta 50 cm, y la máxima resolución en la máxima aproximación. La intención es capturar la forma, volumen, propiedades de rotación, ver el entorno local, además de investigar la morfología local y las propiedades del regolito. Los hay que esperan que sea un pedazo de roca, y otros que piensan que es un agregado de rocas sueltas. El sobrevuelo espera resolver estas dudas. La transmisión de todas las imágenes puede durar hasta seis meses.

En el plano tecnológico, se desea demostrar no sólo el despliegue de la vela solar, sino la navegación usándola como propulsión. Si la demostración tiene éxito, la NASA planea una vela solar aún mayor en la misión Solar Cruiser, de 1653 metros cuadrados.

Sólo queda una cosa que decir: A toda vela.