Desde que se lanzara la primera sonda espacial, es decir, el primer vehículo que abandonaba la órbita terrestre, ha habido de todo. Fracasos estrepitosos, naves sin apenas repercusión, etc., pero nosotros, en muchos casos las clasificamos en dos principales categorías: por un lado las aventureras, es decir, las que valientemente se han acercado por vez primera a un objeto celeste para sus primeros vistazos, y por otro lado, sobre las que versan esta serie de artículos. Pueden haber funcionado más o menos, pero sus resultados o su importancia es tal, que han pasado a la historia. Muchas de ellas ya las conocéis por menciones, otras, quizás no tanto.
Tras los primeros lanzamientos de satélites en 1957, y comenzar la carrera espacial, naturalmente ninguna de las dos potencias se hubiera quedado satisfecha quedándose en el reducido ámbito de la órbita terrestre. Por lo tanto se fijó la Luna como nuevo destino, al ser, obviamente, el cuerpo celeste más cercano a nosotros. Y fue la URSS la que se adelantó, de nuevo. La creativa mente de Korolyov, junto con el oportunismo del politburó proporcionó que en el momento de girar sus cabezas al espacio se fijaran en Selene como nuevo lugar al que extender la competición con su gran rival. Para ello se creó el programa Luna (escasa imaginación en ponerle nombre), y con todos los medios y apoyos necesarios, se empezaron a producir lanzamientos a todo trapo. Tanto la recién creada NASA como las oficinas de diseño soviéticas producían simples diseños de sondas, que eran fáciles de fabricar, pero en 1958, y por culpa de los rupestres cohetes que ambas potencias poseían, no se consiguió poner ningún ingenio en el espacio. El año siguiente fue el del despegue definitivo de las primeras sondas. El programa americano Pioneer era un programa general, de sondas que colocar en órbita solar, pero pasando por la Luna. Mucha suerte tampoco tuvo el programa Luna en los primeros días de 1959, pero por fin la llamada Luna 1 se acercó a nuestro satélite y envió algo de información. Luego, Luna 2 se estrelló a drede en la superficie lunar, siendo el primer artefacto terrestre que tomaba contacto (algo rudo, eso si) con la superficie de otro cuerpo celeste. Y luego le tocó a la protagonista de nuestro relato, de hacer historia.
Luna 3 era una sonda relativamente pequeña y sencilla, que medía metro treinta de alto y metro veinte en su diámetro mayor. Dentro del cilindro iban las electrónicas, ordenador de a bordo, tanque de combustible, y alguno de los experimentos. Equipaba sistemas de refrigeración, radiadores, y seis antenas con forma de barras, cuatro en la parte superior y dos en la inferior. No equipaba motor cohete, solo unas aberturas para expulsión de gases como control de actitud, para modificar su posición. Lo más importante es que montaba una cámara fotográfica con película de 35 mm resistente a la radiación y los cambios de temperatura, con capacidad para cuarenta tomas, unido a una célula fotoeléctrica que indicaría a la cámara cuando empezar a trabajar. Este sistema fotográfico contaba con dos lentes, con un objetivo f/5.6 de 200 mm de longitud focal, para realizar fotografías globales del disco lunar, y otro f/9.5 de 500 mm de longitud focal, para captar detalles de la superficie. Vamos, el primer sistema de imágenes de campo ancho y campo estrecho de la historia. Acompañaba a la cámara un sistema de procesamiento automático de la película y un escáner. Esta sonda fue pionera por ser la primera en equipar paneles solares para suministrar energía, y también por ser la primera sonda estabilizada sobre tres ejes usando giróscopos.
Lanzado mediante un R 7 Zemyorka modificado, desde Baikonur el 4 de octubre de 1959, y tras alcanzar la órbita a la altura del polo norte, la última fase fue encendida y Luna 3 fue enviada a sobrevolar Selene. En el trayecto se pudo comprobar que su temperatura era demasiado elevada, por lo que se apagaron varios instrumentos y se modificó su posición, pudiendo rebajar su temperatura. Además, la calidad de la señal de radio transmitida a la Tierra era menor de la que se esperaba. Su máximo acercamiento a la superficie lunar se produjo el día seis, pasando a 6.200 km. Luego la sonda giró y la cara oculta, completamente iluminada por el Sol, quedó a la vista. Eso fue ya el día 7 y la célula fotoeléctrica dio la orden a la cámara para comenzar a funcionar. 40 minutos después todo había acabado, coleccionando 29 instantáneas de la cara oculta, alternando cada vez ambos objetivos. Tras volver a contactar con la Tierra, y tras un intento fallido de transmitir las imágenes (tras un complicado proceso en el que se transformaba la foto en una especie de facsimil), éstas últimas llegaron a la Tierra.
Esas 29 imágenes, de escasa calidad, todo hay que decirlo, cubrían un 70% de la superficie de la cara oculta lunar, y supusieron un punto de partida. Lo que no se sabe es qué fue de Luna 3. Según ciertas fuentes, ésta se destruyó en la atmósfera terrestre 22 de octubre, fecha en la que se perdió contacto. Otras fuentes sin embargo afirman que siguió en órbita hasta 1962.
Tras recibir las imágenes (y como ya contamos en una anterior entrada) la Unión Astronómica Internacional le otorgó a la URSS el permiso de nombrar las características de los nuevos terrenos lunares, con muchos nombres que evocaban muchas referencias soviéticas (con el tiempo, y con la mejora de las imágenes que enviaban las siguientes sondas, muchas más) y otras nomenclaturas que no hacían más que lanzarse flores por el logro conseguido. Obviamente esto no gustó mucho en el otro lado, por lo cual la NASA inició sus programas lunares. Realmente les escoció, y solo se quitaron la espina cuando Mariner 4 llegó a Marte y fotografió por primera vez el planeta, adelantándose por primera vez a los soviéticos.
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