Durante los primeros meses de este año, la prensa estalló con titulares. ¿Podría ser que un asteroide se la diera con nosotros en el 2032? Con cada día que pasaba, con cada observación nueva, todo parecía apuntar a una resolución, hasta que... En fin, no mareemos la perdiz.
Empecemos con una pequeña lección: ¿cómo detectamos asteroides hoy en día? Bueno, gracias a multitud de telescopios por todo el mundo. En especial, diversos conjuntos de pequeños telescopios, muchos de ellos robotizados, que cuentan con un gran campo de visión para cubrir de este modo el máximo trozo de cielo posible, dentro de sus posibilidades. Ahí tenemos, por ejemplo, el sistema ATLAS, el PanSTARRS, el Catalina Sky Survey, el Space Surveillance Telescope, o el proyecto LINEAR, entre otros. Digamos que uno de estos telescopios localiza un punto de luz en movimiento entre el fondo de estrellas. De ahí pasa al Minor Planet Center, el hogar de los datos de objetos menores del sistema solar y, a través de sus bases de datos, se comprueba si es un objeto conocido, un vehículo artificial o, en este caso, un nuevo descubrimiento. Si se trata de este último hecho, se solicitará más información, lo que requiere más observaciones para poder computar su órbita, establecer su rotación y su tamaño... Estos datos pasan a sistemas como Sentry o NEODyS, cuya función es establecer el riesgo (o no) de impacto de un asteroide recién descubierto con la Tierra. Si resulta que estos sistemas establecen una posibilidad de impacto superior al 1%, entonces la IAWN emitirá una alerta, empujando de este modo a los observatorios del mundo a observar este asteroide potencialmente peligroso, para confirmar o, con el tiempo, descartar cualquier riesgo.
Entra el asteroide 2024 YR4. Fue descubierto el 27 de diciembre del 2024, desde la estación del sistema ATLAS en Chile. ¿Por qué esta nomenclatura? No hace falta decir que lo primero es por su año de descubrimiento. Lo siguiente tiene su pequeña miga: la Y indica que fue localizado en la segunda mitad del mes de diciembre, mientras que lo de R4 nos dice que es la asignación provisional número 117 de esa mitad de mes. Los primeros datos orbitales revelaron que este asteroide realizó su máxima aproximación a la Tierra dos días antes de su descubrimiento, pasando a 828.000 km. de nosotros. Lejos, pero demasiado cerca. No sería hasta pasado casi un mes desde su descubrimiento que, con las observaciones acumuladas y los datos en los respectivos sistemas, se alertó de que existía una posibilidad de un 1.3% de que este objeto impactara contra la Tierra el 22 de diciembre del 2032. Por esta razón, la IAWN emitió una circular el 29 de enero de este año, lo que motivó a que los observatorios del mundo fijaran su vista en este asteroide.
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Fuente: ESO/O. Hainaut |
Claro, desde que lo descubrimos, teníamos un problema: cada día que pasaba, el asteroide se alejaba de nosotros. Puesto que su tamaño no es precisamente gigante (en aquellos días, su tamaño se estimaba entre los 40 y los 90 metros) eso lo hace muy débil, reflejando relativamente poca luz, entre el 5 y el 25% de la que recibe de nuestra estrella. Esto significa que observatorios gigantes, como el VLT de Cerro Paranal, los telescopios Gemini, el Gran Telescopio de Canarias, los observatorios Keck, el telescopio Subaru, y otros por el estilo son los más capacitados para indagar en un miembro tan pequeño de la familia del sistema solar. Por lo tanto, si estos telescopios son tan escasos, y tienen programas científicos previos, sólo se puede observar el asteroide en todo hueco disponible entre las observaciones ya programadas.
A pesar de todo, con las diversas observaciones fue posible establecer una órbita para 2024 YR4. Así, tiene un perihelio de 0.85 unidades astronómicas, con un afelio de 4.2, necesitando casi cuatro años para completar una órbita inclinada 3.4º con respecto a la eclíptica. Pero estos datos son, a día de hoy, provisionales.
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Fuente: ESA |
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Fuente: NASA, ESA, CSA, STScI, Andy Rivkin (APL) |
Pero, ¿pasará? Eso depende. Y lo hace debido, especialmente, a su siguiente paso cercano a la Tierra, ya en el año 2028. Existe una incertidumbre demasiado grande.
A pesar de lo mucho que hemos observado el asteroide, la información recogida aún no es suficiente como para confirmar, o descartar, cualquier impacto contra la Luna. A esto hay que sumar lo pequeño que es, de modo que resulta complicado observarlo. La siguiente oportunidad para recabar información será en el 2028, con una máxima aproximación a la Tierra para el 17 de diciembre, a más de 8 millones de km., más o menos, por la incertidumbre. Claro, antes se podrá observar durante bastante tiempo, ya que su perihelio será un mes antes, el 19 de noviembre. Sólo en esta oportunidad nos permitirá obtener información más fiable sobre la posibilidad, o no, de impacto. Actualmente se cifra que podría pasar a 10.700 km. de la superficie lunar, pero como decimos, la incertidumbre es muy grande, de hasta 74.000 km, de ahí que no se descarte el impacto. Hay otro problema para hacer estimaciones finales para el probable impacto en el 2032: cuando pase en el año 2028, la trayectoria del asteroide se alterará como consecuencia de la gravedad conjunta de la Tierra y la Luna. Sí, la distancia es grande, pero aún así se modificará su órbita. Esta es la principal razón de la gran incertidumbre que existe sobre si impactará o no contra Selene. Y por eso la oportunidad para observarlo en la siguiente oportunidad es tan importante.
Tener esta enorme incertidumbre es un problema. Y, en parte, se podría solucionar con observaciones previas al descubrimiento oficial, o mediante ocultaciones estelares. Pues bien, ni uno, ni otro. En el primer caso, si bien se han revisado bases de datos de las instalaciones ya antes mencionadas, y nada hasta la fecha. En el segundo caso, se ha intentado observar el asteroide pasando ante estrellas, pero tampoco ha habido suerte. Otra cosa: ¿Por qué no lo hemos encontrado antes? Es, en esencia, un caso semejante al del meteorito de Cheliabinsk: vino desde el lado del Sol. Porque ese es un punto ciego en nuestra red de búsqueda de asteroides. Y, hasta la fecha, no tenemos forma de ver asteroides que vienen desde este punto ciego. Pero la tendremos, en forma de las misiones NEOMIR de la ESA, y NEO Surveyor de la NASA; eso sí, no esperamos que la primera de estas dos misiones, la de la NASA despegue pronto, puesto que está programada para no antes de finales del 2027.
Ahora, si 2024 YR4 finalmente se la da contra la Luna, ¿qué pasaría? Pues poca cosa, la verdad. Es cierto que, en vista de su tamaño, pueda hacer poca cosa, hay que tener en cuenta a la velocidad a la que viaja, lo que añade ímpetu a la probable potencia de impacto. Para ponerlo en perspectiva, el impacto generaría una potencia equivalente a 340 veces la bomba atómica que los americanos tiraron contra Hiroshima, lo que llevaría a crear un impacto de entre 500 y 2000 metros de diámetro. Y, ¿dónde? Con la gran incertidumbre que hay, es difícil anticiparlo, si bien pueda caer en un corredor establecido entre los Mare Humorum y Mare Nubium. Simplemente dejaría una marca más de las muchas que tiene nuestro satélite. Nada de modificar órbitas, ni su rotación, ni su eje. Nada de eso. Un tortazo y nada más.
¿Los titulares estaban justificados? ¿Debemos asustarnos porque pueda caernos un asteroide? Ya lo hemos dicho: no es cuestión de si cae, sino de CUANDO va a caer. Porque pasará, más tarde o más temprano, pero pasará. Más vale pecar de precavidos que no de dejados. Y no vendría mal tener preparada una sonda tipo DART, por si las moscas, claro.